Lanzarote, 7 de enero de 2003.
Querida Lorsen:
Ayer no me encontraba bien. El transcurso de los tres días seguidos del final de la Navidad volvían a provocar un agujero en mi organismo. Dí mi acostumbrado paseo vespertino, lo cual me ayudó a despejarme un poco. Pero el regreso a casa resultaba –no sé por qué- más triste que otros días. Quizás por eso, se lo dije a Lisbeth -¡por fin he conseguido ponerme en contacto con ella!-, piense que me he equivocado en venir tanto tiempo, o en venir tan solo. Siquiera con Bècaud, las lágrimas hubieran sido compartidas. Pero también es verdad que Bilbao son las incomodidades, los escoltas, el mal tiempo –también por cierto, aquí ha empeorado, pero no lo suficiente como para que deje de dar mis paseos por el borde del mar-... Y que la pena va conmigo, dondequiera que me traslade.
Lisbeth ha agradecido mucho mi llamada. Su madre está bastante mejor, pero cuando se recupere tendrán que operarla –“donde sea”, segúnLisbeth, en Estados Unidos, por lo tanto-. Le he dicho que quiero darle un recuerdo tuyo y se ha quedado encantada. Organizaremos una comida o una cena para hacerlo efectivo. Creo sinceramente que también Lisbeth quiere mantener una relación conmigo, aunque sea tan sólo para no despegarse definitivamente de ti.
He dormido bien –gracias a la pastilla- y me he levantado sobre las ocho y cuarto –hora peninsular-, lo que me ha permitido leer “El Correo” en Internet y hacer alguna llamada.
Jaime Ignacio del Burgo vuelve a suspender la presentación de mi libro. Seguro que si fueras tú quien le hubieras llamado te habría garantizado el acto. Es una pena, creo. En todo caso se trataría de un homenaje para ti. Pero el libro está ya bastante viejo y parece que sólo creemos en él, tú y yo. Y tú ya no estás aquí para reivindicarlo.
He hablado con Agustín, el marido de Cristina Aguirre. Acaban de llegar ayer. Me dice que si quiero cenar esta noche. Le contesto que no hay tanta prisa –me imagino a Cristina deshaciendo las maletas, ordenando la casa...- Le pido el nombre de un cerrajero. Me dice que me llamará por la tarde.
Leo un poco. Doy mi paseo por la playa. Compro una buena maleta portadocumentos –ordenador y libros, incluidos- en la tienda en la que tú insistías siempre que comprara algo.
Otra vez en casa, después de comer, escribo la consabida postal a Pilar–que también, por cierto, me dijeron de la UCI que sigue bien-. Me llama el cerrajero de Mapfre, con lo que se comprueba la eficacia de la Compañía. Quizás lo hagan todo esta misma tarde.
Durante la comida hablo un rato con Balparda. En “El Mundo del País Vasco” acusan a Barreda y a Damborenea de haber servido para que los nacionalistas sacaran adelante los presupuestos, por su falta de diligencia. Me guardará la noticia.
Tengo que ir a Arrecife. A recoger los marcos de las cosas que les llevé.
Sigo más sólo que la una. Pero en el momento en que escribo estas letras me encuentro algo más animado.
Tu falta de mi vida sé que no será reemplazable. Acaso algún día dejará de sangrar la herida; pero la cicatriz, imborrable, seguirá en mí, bien presente.
Un beso.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario