Bilbao, 27 de diciembre de 2002.
Querida Lorsen:
Mi carta de hoy también tiene por fuerza que detenerse ante los hechos de la jornada. Era el día de la votación definitiva de los presupuestos y hemos perdido: los nacionalistas nos han tendido una trampa y hemos caído en ella como unos gilipollas. Lo malo ha sido que Jaime Mayor –ya sabes que no es persona excesivamente puntual- ha llegado tarde y la votación la han ganado por un solo voto. Para colmo, Carmelo Barrio se ha equivocado en las últimas votaciones y ha pulsado la tecla verde junto con los nacionalistas.
Creo que los batasunos pretendían jugar con las instituciones, como resulta habitual en ellos, y la prueba es que Arnaldo Otegui no estaba presente: como si pretendieran jugar al empate, para provocar una segunda votación y luego la devolución definitiva de los presupuestos... o lo que fuera.
El caso es que Jaime Mayor estaba profundamente abatido. Sentado en el sillón del portavoz, el abrigo puesto, y diciendo que quería dimitir de Presidente del Grupo Parlamentario –al menos.
Todos los presentes –algunos más que otros, como siempre- le hemos pedido que no lo haga, pero Jaime es más terco que una mula y sólo ha dado su brazo a torcer después de hablar con Aznar.
Al final –es curioso- ha hecho lo que le yo mismo le proponía: pedir disculpas a la gente del partido, a los votantes; poner de manifiesto el ardid urdido por los nacionalistas, pero asumir su responsabilidad con toda la naturalidad del mundo.
No me encuentro demasiado bien. La tensión se me ha ido por el estómago –y eso que he hecho una comida bastante ligera-. Espero que se me pase pronto.
Pero estamos a dos de diciembre, fecha en la que se producía tu misa de salida.
Esa mañana recibí una llamada significativa: la del lehendakari, Al principio estaba el hombre un tanto nervioso. Seguramente pensaba que le iba a contestar con algún exabrupto, pero tú sabes que no es correcto responder de esa manera a las llamadas de pésame. Sin embargo aproveché para lanzarle una pequeña andanada. Le dije que no lo estabas pasando muy bien, y le recordé la conversación que tuviste con él la mañana en la que atentaron contra Eduardo Madina –el chico aquel de Juventudes Socialistas, que precisamente ahora acaba de ser elegido Secretario General de esa organización en el País Vasco-. Cómo le decías que te habían echado de casa, que te habían llamado 17 (?) veces amenazándote, todo eso... Y él me contestó:
- ¡Cómo me acuerdo de esa conversación.!
Y cuando me dijo que me animara le conté que ya lo estaba: que precisamente trabajaba en ese momento en las enmiendas para los Presupuestos, esos mismos que acaban de sacar adelante ellos, entre su astucia y nuestra estulticia. No creo que le gustara demasiado, pero así son las cosas.
El día transcurrió con cierta tranquilidad, y para las siete menos cuarto estaba en Las Mercedes. Quise presentar a Jaime Larrínaga al párroco, pero ya estaban dándose la mano. La verdad es que el titular de la iglesia no puso inconveniente alguno a que Jaime dijera alguna cosa.
Antes de la misma me dieron un abrazo Lucía de la Peña y Alfonso Pérez-Maura. Estuvieron encantadores. El día había resultado infernal y la verdad es que habían hecho un esfuerzo enorme por venir a decirte adiós. También estaba María Landecho: dice que está bastante bien, aunque yo la encontré bastante hinchada de cara.
Concelebró Jaime con ese cura que habla como arrojando salivazos. No recuerdo nunca su nombre, pero le tengo visto desde que de pequeños íbamos a la Divina Pastora a misa, los domingos de verano.
Jaime es un tío muy majo. Habló después del evangelio. Dijo que tú ya estabas en la Navidad y alabó tu valentía y tu fe en las cosas, a pesar de todos los problemas que habías tenido a lo largo de tu vida. Antes de consagrar también te dedicó unas palabras.
Luego me dijo que iría a verle a Eugenia, y que le recogería a tu padre para hacer juntos las visita.
Después de la misa fui a casa de tu padre. Ahí estaban también Antonio Barandiarán –muy afectado-, Julio Prado y Cristina Artiach, Kelly Earle e Ignacio Cervera, y no sé si alguien más.
No me acuerdo muy bien si fue esa noche –creo que sí- cuando cené con Enrique, Patricia y las dos niñas –más bien, señoritas- que habían venido desde Madrid. Ya sabes que Christian les dijo a sus padres que no era capaz de enfrentarse a mí en esas circunstancias, que no tenía fuerza ni valor suficientes.
Resultó una cena muy agradable y familiar. Cuando se fueron las niñas hablamos de todo lo que te había ocurrido y yo les dije que me parecía que la única familia Von Loresen que me quedaba era la suya: tu padre está ya muy mayor, y apenas me quedaba conversación con él; tu hermano Willy vive bastante lejos y que Gaby estaba bastante mal.
Enrique me invitó a la casa que tienen en el sur para esta semana santa, y le prometí que iría. No se lo creyó.
- Lo que pasa es que no me conoces bien –contesté.
También le pedí que me llamara cuando estuviera en Bilbao. Me lo prometió y, por el momento, ha cumplido.
Creo que se quedaron contentos con la cena, por la franqueza con la que les hablé y por la amistad y el afecto que había detrás de mis palabras. Sinceramente pienso que también los había en ellos.
El tiempo dirá cómo siguen las cosas entre nosotros. Pero yo haré todo lo posible por mantener esa relación.
Quizás mañana siga la narración de los acontecimientos. Se ha muerto Paco Duro –el que estaba en el Partido Liberal y su hija Virginia entró en la Junta Local de Getxo porque yo se lo pedí a Marisa-. Espero que la tarde me permita algún respiro para seguir con mi correspondencia.
Como siempre un beso muy grande.
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1 comentario:
Un relato natural como la vida misma.
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