viernes, 21 de mayo de 2010

Encuentros cubanos (7)

Para acceder a la casa donde nos reciben hay que subir una escalera exterior. En ella se encuentra el ayudante de Dagoberto, Toledo, y su mujer. Nos reunimos formando un círculo en un amplio “hall” de fresco suelo de baldosas. Se conectan los ventiladores, sólo así el calor es soportable. Para trabajar, Dagoberto dispone de aire acondicionado en su despacho-habitación. Debe existir siempre un espacio para respirar en ese ambiente incandescente que es la isla en los meses centrales que transcurren desde la primavera al otoño.
Los sonidos de la calle ahoga nuestras voces. Hay ruido a camiones destartalados que tropiezan en baches que quizás sean tan antiguos como la “revolución” o esos coches de motores cien veces reparados y que amenazan con quedar definitivamente parados sus motores exhaustos después de rodar cientos de miles de kilómetros en ese museo del coche de los años ’50 en que se han convertido muchas de las calles de Cuba.
Valdés se refiere a la costumbre española que consiste en no explicar quién va a acudir a tu casa hasta que se presenta la visita.
- Reynaldo me ha dicho que ustedes son muy importantes. Pero todo el mundo que recibimos es muy importante para nosotros –declara.
- Rosa nos va presentando. Concluye diciendo:
- - Yo soy Rosa Díez.
Dagoberto Valdés sonríe. No sabe si alguno de esos vehículos cercanos al fenecimiento ha velado las palabras de nuestra portavoz.
- Perdona, ¿quién dices que eres? –pregunta avanzando su cuerpo hacia su interlocutora.
- Rosa Díez –repite ella.
Y ahora Dagoberto parece como si saliera de un extraño ensimismamiento. Casi se incorpora para saludarla de nuevo.
- ¡Rosa Díez! –exclama-. ¡Si me hubieran preguntado a qué líder político español me hubiera gustado conocer habría dicho inmediatamente: Rosa Díez! ¡Y estás en mi casa!
Celebramos la franca sorpresa de Valdés. Y la conversación prosigue en los mismos términos que las otras. Hay un largo rosario de soledad, abandono, de tristeza ante la actitud de esa España oficial, gubernamental, zapaterista… respecto de sus problemas.
- Moratinos no es el responsable de esa política –asegura Rosa-: Él hará siempre lo que le diga su presidente.
Valdés gestiona un movimiento civil en Pinar del Río que organiza tertulias similares a los “cine-forums” de nuestra juventud. El motivo de los últimos es el análisis de la historia de nuestra transición política, en la voz de Victoria Prego. Rosa nos habla de la periodista y de su actual estado de salud. Los CDs se los ha proporcionado la Fundación Hispano-Cubana.
- ¿No se podrían quedar a la tertulia de esta tarde? –nos pide, más que nos pregunta Valdés. Pero ese minutado riguroso que tiene nuestra estancia en la isla nos lo impide: esa noche estamos invitados a cenar en la casa de Oswaldo Payá.
Nos ofrecen refrescos y bocadillos y la conversación se demora en el tiempo que parece detenido en esa calurosa tarde del interior cubano. Antonio Salvador comprueba que ha llegado la hora de la cita con el taxista. Así que nos hacemos la foto de rigor y luego Rosa empieza a dedicar uno de los libros que ha traído de España Antonio Salvador, de Fernando Savater, quizás.
Dagoberto quiere decirme algo:
- Usted también es conocido aquí –señala ante mi sorpresa-. Debe tener algo que ver con el político don Antonio Maura…
Se lo confirmo y él me recuerda –segunda sorpresa- el abortado intento de Estatuto de Autonomía para Cuba que redactó mi bisabuelo cuando fuera Ministro de Ultramar antes de la pérdida de las últimas colonias.
- Fue un error de los políticos de aquel tiempo –me confía Valdés, que quiere conocer más cosas de aquel proyecto. Yo le prometo interesarme por el asunto a través de la Fundación Antonio Maura en la persona de mi sobrino-amigo Alfonso Pérez-Maura.
- Cuando murió Maura, en el año ’25, el Parlamento cubano guardaría un minuto de silencio en su memoria –le digo.
Lee Dagoberto Valdés en voz alta la dedicatoria de Rosa, en la que termina afirmando que la lucha por la libertad es un compromiso de la actual generación, para que nuestros hijos no tengan que vivir algo parecido. A medida que va pronunciando las palabras, Dagoberto se emociona. Las últimas quedan entrecortadas y vacilantes. Para disimular su llanto, Valdés se abraza a Rosa.
Nos agradece la visita. Nunca sabré si damos más de lo que recibimos, pienso entonces. ¡Pero es que estamos recibiendo tanto!
Y Dagoberto nos acompaña hacia el taxi, el espíritu limpio del hombre que subsiste gracias a la solidaridad, porque el régimen ha puesto su vida en estado de sitio, despojándole de todo recurso económico.
En efecto, es buena gente. Muy buena gente.

1 comentario:

Sake dijo...

Los hombres buenos siempre perduran en el recuerdo y sus vidas son ejemplo porque no tienen alternativa y eligen lo dificil enfrentarse al mal y siempre siempre vencen.