Jueves, 4
Me despierta el móvil. Creo que es el despertador y lo paro. Consulto el reloj. Son las 8,40 y resulta que tenía previsto levantarme a las 9. No era el despertador, por lo tanto. Estoy aturdido –estaba profudamente dormido-. Suena el móvil de nuevo. Contesto.
Se trata de Cristina Argüelles, del Consulado de España. Resulta que le está llamando el comisario de policía en el aeropuerto de Argel y le dice que Jesús Prieto no ha preguntado por él ni ha reclamado la cámara.
Tengo un mal presentimiento: ¿Será que se ha perdido en Argel o en el aeropuerto? Y dudo entonces si fue una buena decisión la de dividir el grupo. Después de todo, nuestros vuelos salían en horarios distintos y eso nos permitía alguna hora adicional de sueño a los que volábamos sobre las 2 de la tarde.
No tengo el móvil de Jesús. Así que llamo a Carlos, que se despierta supongo que recordando a toda mi familia por entero. Me dice finalmente que intentará localizar a Jesús.
Así lo hace y me llama. Al parecer el contacto se ha producido ya. Le llamo a la señorita Argüelles y se lo cuento.
(A mi regreso a Madrid, me dirá Jesús que el que no se había presentado era el comisario, pero que “alguien” le había facilitado la cámara. Todo venía a ser una segunda edición de nuestra larga negociación al principio de nuestro viaje, cuando las autoridades de la aduana no quisieron darse por enteradas de nuestros argumentos. Esta mañana tocaba la revancha).
La ducha del hotel cae sobre mí como el agua de manantial se le ofrece a un sediento. “Podría haber aguantado diez minutos de reloj debajo”, le digo después a Carlos.
Bajo a desayunar. En el “buffet” hay de todo, con tal de que no te importe esperar. Argelia impone un ritmo lento a todas las cosas.
Aún tenemos tiempo antes del “check out” y nos sentamos a una mesa los tres restantes miembros de la delegación. Les comento mi cuestión provisional, al que figura en el encabezamiento de esta historia. Y les digo que a veces me da la sensación de que los saharauis se han conformado con la gestión de la escasez. Acostumbrados a vivir con lo básico, no le piden mucho más a las cosas. Han elaborado un Estado rudimentario y en ocasiones se diría que se han conformado con esa situación. ¿Han perdido la ambición política? Desde luego que no, en el sentido de que si las negociaciones diplomáticas les permitieran la celebración de un referendum y, a partir de este, la recuperación del resto de su Estado, todos en el Polisario se enorgullecerían. Pero creo que lo fían demasiado a una sola carta.
Pero nos tenemos que movilizar de nuevo. Regresamos a nuestras habitaciones y hacemos el “check out”. Subimos a la “navette” y llegamos al aeropuerto. Son las 11,15 de la mañana.
Comienza el interminable caos de la burocracia aeroportuaria argelina: escáneres, cacheos, papeles, control de pasaportes… especialmente larga resulta la cola ante la policía que te pone el sello en el pasaporte. Por encima de la media hora. La gente se exaspera y hay quien se cree con motivos para eximirse del pesado trámite –mujeres, padres con niños…- e intenta colarse. Resulta insólito. Una señora me pide en inglés que la deje pasar y yo le contesto en español que no la entiendo. Empiezo a estar harto de esa actitud que hasta por tres veces determinadas personas pretenden realizar.
Una vez superados todos los controles, compramos alguna cosa en el “duty free”. De esa forma podremos gastar la moneda argelina no utilizada durante el viaje. Pero no nos la aceptan. Es curioso que en territorio nacional argelino no acepten la moneda de su propio país. Afortundamente hay otras tiendas en el aeropuerto en que se puede usar ese dinero. Alguna cerámica que nunca habría comprado se integra en mi equipaje.
Queda aún un cacheo y una inspección manual de mi bolsa de viaje antes de entrar en el avión. El vuelo sale puntual y aterriza en Madrid a su hora prevista.
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