La mañana del martes decido desayunar más fuerte de lo habitual. En mis platos caben los huevos fritos que preparan al momento, “croissants”, ensalada de frutas y dos o tres tazas de café. Estamos citados a comer en Viñales con Dagoberto Valdés y no sé muy bien lo que la cosa dará de sí.
La hora del encuentro con el resto del grupo es a las 10 de la mañana en el “hall” del hotel y desde allí nos dirigimos a los taxis que están aparcados en la puerta. Pero no aparece el taxista con el que Antonio Salvador había negociado ese viaje, de modo que es preciso reemprender el trato con otro chófer.
La primera gestión del día es la de todo buen turista que viaja a Cuba: comprar unos puros. El nuevo taxista nos recomienda una tienda diferente de la que teníamos prevista y hacia ella vamos.
Confiados como estamos, hablamos con toda tranquilidad de las cosas y Mayka nos lee los correos que recibe en su móvil acerca de los comentarios que la prensa va publicando sobre nuestra estancia.
A la llegada a la tienda, el conductor nos pregunta:
- ¿Son ustedes enemigos de Fidel? Porque si es así yo tengo que saberlo.
La pregunta nos deja sin respuesta. En ese régimen donde el Estado es propietario de los vehículos que transportan a los clientes, no es extraño que sus chóferes sean miembros del Partido Comunista o al menos informadores del mismo. Habrá que tener cuidado.
Hacemos la compra y regresamos al vehículo. La próxima cita se llama Elizardo Sánchez, el defensor de los derechos humanos que grabó la intervención que fuera reproducida en el Congreso de UPyD de Noviembre.
La mano del conductor se sitúa sobre la salida de ventilación mientras que en el coche progresa la sensación de calor. Un momento después llega la confirmación.
- No funciona el aire –declara el taxista.
Así no se puede hacer un viaje de unas dos horas, de modo que se compromete a intentar arreglar la (¿avería?) o a dejarnos en el hotel para negociar de nuevo –la tercera- el transporte.
La casa de Elizardo se sitúa en un bonito barrio de las afueras de La Habana. Una valla separa la calle de la casa, a la que se accede a través de un modesto jardín.
Elizardo Sánchez es un tipo robusto, de estatura intermedia, madura edad y que luce una barba entrecana. Entramos en una sala que se podría definir como “multi-usos” –hay en ella hasta una nevera-, pero nos introduce enseguida en su despacho donde un refrescante y sonoro aire acondicionado hace más grato el ambiente. “De mayo a octubre no se puede trabajar de otra manera”, nos dice.
Elizardo empieza por asombrarse ante nuestra entrada en la isla. “Tengan ustedes por seguro que saben de su presencia aquí desde el minuto primero”, advierte.
Sobre su pared hay dos mapas de Cuba. A la derecha de donde nos sentamos –frente a nuestro interlocutor- se representa la situación carcelaria en la isla antes de la “revolución”: apenas hay cárceles. A su izquierda está representada la actualidad de los presidios en Cuba: tiene más agujeros que un queso de gruyère, 400 establecimientos penitenciarios.
“Un uno por ciento de la población está preso. Y doscientos de ellos lo son de conciencia”, asegura.
Viejo militante comunista, ahora disidente defensor de los derechos humanos Elizardo Sánchez nos habla de la penuria económica que se vive en Cuba: “¿Saben por qué motivo vino Juan Pablo II aquí?: para conocer de primera mano el milagro de cómo los cubanos pueden llegar a final de mes”, se contesta a sí mismo, en tanto que todos celebramos su chiste.
Encima de su mesa de trabajo advertimos unas fotocopias del diario “El País” de Madrid. “Me las hacen llegar desde la embajada de Noruega”, dice. De la embajada española tampoco tiene noticia este disidente cubano que nos habla de la necesidad que tienen de cualquier libro, periódico, revista que no haga propaganda del régimen. Leen con avidez periódicos españoles de fechas atrás y Rosa siente no haber podido llevarle algún libro, alguna prensa desde España. Surge entonces la posibilidad de poner en marcha una campaña por la cual los turistas españoles que quieran apoyar la causa de la libertad de Cuba lleven en su equipaje paquetes de libros con destino a estos combatientes por la democracia.
También Elizardo Sánchez advierte que hay una sensación de cambio de tiempo, que el régimen no da más de sí. Hombre irónico, vuelve sobre esa especie que quienes conocimos el franquismo también padecimos: “No, no creo que Fidel sea inmortal”, asegura. Claro que nuestro compañero de partido y de grupo de trabajo, el profesor Rafael Calduch, me habla a nuestro regreso de una antigua pariente del mismo origen y que fallecía a los… ¡108 años! Y que sólo perdería la cabeza unos tres meses antes.
Previamente a la foto de rigor, Elizardo me pide una tarjeta de visita: “Le molestaré –dice- con peticiones para que las publiquen en su página web”. Y hay un reconocimiento de gratitud ante nuestra visita que emociona. Nosotros, que venimos aquí a expresar nuestra admiración y nuestro apoyo, y a escuchar en sus palabras la expresión de sus problemas, vamos siendo conscientes de la importancia que tiene para ellos, personas políticamente aisladas y marginadas, desconectadas muchas veces de la relación con sus semejantes, la visita de otros, la sola presencia que les conforta y les llena de ánimo, porque un día ellos también vivirán en libertad y podrán construir la democracia.
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