Elizardo Sánchez nos despide en la puerta de su casa y nos señala la dirección de un bar cercano. Aún no ha llegado el taxi y nos vamos hacia el establecimiento. En realidad damos un paseo, charlamos, mientras Rosa habla por teléfono. Regresamos a la puerta de la casa del disidente cubano. Ahí aparca el taxi. Su conductor nos confirma que no ha conseguido reparar la avería y el vehículo es un horno. Volvemos al hotel, donde Antonio Salvador negocia de nuevo –la tercera- un transporte para Viñales.
- Prepárense para las curvas del final –nos amenaza el nuevo taxista, que es un tipo agradable.
Sabemos por nuestro conductor que los taxistas reciben un sueldo fijo y que subsisten a través de las trampas que pueden hacer en recorridos cortos con turistas. Este viaje no le reportará beneficio alguno, asegura.
Una vez que abandonamos la autovía –aceptable, aunque jalonada de algún que otro bache- enfilamos los puertos que nos llevan a Viñales. Las revueltas me recuerdan a la tortuosa carretera que me conduce a mi querido pueblo navarro de Burguete. Hay un coche de los años 50 que expulsa un humo más negro que la conciencia de los Castro –si la tuvieran-. Antonio le saca una foto. El taxista lo sortea.
Son ya las 3 de la tarde –hora de la cita- cuando llegamos a Viñales. Pero no advertimos ninguna estación de autobuses y paramos junto a una gasolinera. Antonio llama a Dagoberto Valdés.
- Habíamos quedado en Pinar del Río –declara Salvador en voz baja, consciente del fiasco.
Volvemos a la carretera de las curvas y retomamos el camino correcto. Pinar del Río nos recibe a las 4 y media y la estación de autobuses está junto a la cárcel -¿o simplemente se le parece?-. En esta isla cerrada, las alambradas siempre están presentes, no importa tanto que sean interiores o exteriores.
Dagoberto Valdés se nos presenta en un espacio de sombra que buscamos para respirar. Fuera del aire acondicionado el calor es extraordinario. El líder civil es un hombre ancho –que no gordo- y afable. Durante su recorrido a pie hasta la casa la gente le para, le saluda, cariñosamente. Un hombre le propone acercarle en coche a alguna parte.
- Es un catedrático jubilado –nos explica Valdés-. Como no le llega con la pensión se las arregla con su viejo coche.
Y Rosa, que camina junto a Dagoberto, me susurra al oído:
- Parece un buen tío.
Y lo es.
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