Reemprendemos el regreso a La Habana. Esta vez las curvas que nos llevaron a Viñales han desaparecido de forma mágica y en su lugar por delante de nosotros aparece la autovía.
Sólo ha transcurrido una media hora de recorrido cuando un policía desde la carretera ordena a nuestro conductor que se detenga. Después de hablar un momento con el agente, el taxista nos pregunta:
- ¿Llevan ustedes los pasaportes?
Contestamos afirmativamente y se los damos. El policía, que está uniformado de negro, desaparece en una garita con ellos.
Hay treinta infinitos minutos de duda en la larga espera: ¿Se tratará de un control fortuito? ¿Los sabuesos del servicio de inteligencia habrán pasado el aviso y estos pretenden hacernos una “recomendación”? En todo caso el trámite es largo –todas las burocracias de los regímenes totalitarios resultan lentas y desesperantes- y una acción directamente represiva exigiría una acción más expeditiva. Pero –estoy seguro- ninguno de nosotros, a pesar del discreto silencio que producimos, sabe muy bien lo que va a pasar.
- En todo caso –me dice Rosa antes de salir del taxi a estirar las piernas y respirar una bocanada de aire, el conductor ha desconectado el motor y con él el sistema de refrigeración-, tú no te pongas en huelga de hambre.
- No te preocupes –contesto.
Transcurridos esos largos treinta minutos el agente nos devuelve nuestra documentación y nos pide disculpas por las molestias. Asunto concluido.
Pero ahora hemos incurrido en un segundo retraso. Al error de Viñales, que nos ha costado hora y media, se le añade el tiempo de la detención. Así que llamo a Oswaldo Payá para que nos espere hasta las 9,30. Cenamos en su casa y nos citaba a partir de las 6. Sólo queremos tomar una ducha y cambiarnos de ropa.
El disidente cubano corta la comunicación de mi llamada. Insisto. La voz de Payá suena ahora distante y grave. Recibe mi información y asiente. Luego me pone un mensaje:
“La noche es joven a las 9,30 y vosotros sois nuestros amigos y les esperamos hasta que ‘jeguen’ (sic). Vengan sin cenar. Abrazos. Ofelia y Oswaldo”.
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1 comentario:
Cuando te atacan delincuentes puedes recurrir a la policia pero ¿que ocurre cuando la policia son los delincuentes?, una dictadura es peligrosa porque los que cuidan el orden impiden la libertad.
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