Dos años y medio después de abandonar el Partido Popular para afiliarme a Unión, Progreso y Democracia, asumía con particular agrado la tarea de asistir a una mesa redonde para debatir la situación del Sahara. La cita tendría lugar en Bilbao, la organizaba la Fundación Leizaola y los ponentes serían miembros de los partidos pòlíticos representados en el Parlamento vasco.
Sabía que Carmelo Barrio participaría en el acto. Carmelo –me lo decía el Ministro Babah en nuestro reciente viaje a los campamentos y a los territorios liberados- era su amigo, e era amigo del Sahara, por lo tanto.
Me senté a escuchar a otro amigo, a Bucharaya –el embajador del Polisario en España- que desgranaría la actual situación de su causa ante un público mayoritariamente universitario y generalmente callado.
Después daba comienzo la mesa redonda de los partidos.
El turno sería de menor a mayor, de modo que me correspondía a mí tomar la palabra el primero. Dicen que los debates los ganan los que los cierran, pero no deja de ser cierto que también los fijan quienes los empiezan. Esa debía ser por lo tanto mi función.
Comencé diciendo que el Sahara tiene muchos amigos, pero que no basta con ser amigos del Sahara. Los amigos –todos los amigos del Sahara- le ayudan a aguantar cotidianamente su situación. Lo hacen a través de fondos de cooperación y envíos de material que ellos puedan necesitar y que aquí ya no sirve –los 4x4 con el anagrama del Gobierno vasco que pudimos ver en el Sahara, por ejemplo-. Pero eso no basta. Es preciso –dije- trasponer la amistad en un apoyo efectivo a las reivindicaciones saharauis, que se expresan en el reconocimiento del derecho de autodeterminación para ese pueblo. Los principios de la política internacional de un país deben ser que queramos para los demás lo que queremos para nosotros, en primer lugar: si pretendemos para España una democracia plena no podremos reclamar un buen trato de los dictadores en el exterior; el cumplimiento de la legalidad internacional, en segundo, y esta viene determinada por las resoluciones de la ONU y el apoyo de los intereses de España, en tercer lugar. Y, por cierto, diré ahora que no estoy muy convencido de que los intereses de España quepa disociarlos de los dos principios anteriores.
Como podía prever, Carmelo Barrio se mostró de acuerdo con todo lo que se había dicho. Explicó todo lo que él había hecho por el Sahara, habló de la necesidad de “continuar la presión” sobre el asunto y alabó la unidad de las fuerzas políticas vascas al respecto. De su partido no habló, algún rabo de paja le quedaba oculto.
En mi corta respuesta, si bien critiqué más las increíbles palabras del representante socialista –que llegaría a valorar muy especialmente la necesidad de mantener buenas relaciones con Marruecos- repetí que no bastaba con ser amigo, que era preciso hacer algo más. Que me había enterado muy bien de la posición de Barrio, pero que nada había dicho acerca de la de su partido.
Carmelo se defendería principalmente de este ataque. Y agregó sobre sus palabras anteriores que había tenido la oportunidad de asistir a un encuentro con una autoridad marroquí y que “le había cantado las cuarenta”. Añadió también que UPyD no había estado presente en esa reunión.
- Carmelo Barrio es una persona elegante –dije yo en un turno de alusiones que pedí expresamente-. Por eso me ha extrañado que haga una crítica a una persona que no está aquí y que por lo tanto no puede defenderse. Pero Carmelo Barrio es un hombre elegante y no se lo tengo en cuenta.
Eso le descompuso. Pidió turno para decir que no había citado a nadie. No hacía falta: el único parlamentario vasco de UPyD se llama Gorka Maneiro.
Y apenas finalizado el acto, Carmelo Barrio abandonaba el local como impelido por una fuerza irresistible. Ni siquiera tuve tiempo de ofrecerle la oportunidad de compartir uno de esos vinos que se suelen tomar entre opositores ideológicos después de los debates y que contribuyen a mejorar la relación personal entre los intervinientes.
Pero tampoco eso se lo tengo en cuenta.
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2 comentarios:
Puede suceder que nos encontremos entre la espada y la pared. Por un lado vemos claro lo que pensamos y deseamos manifestar y por otro nos oprime y condiciona nuestra militancia en determinado partido politico. Claro éso debilita y crea malentar siendo muy dificil tener tranquilidad personal.
Ciertamente, en dicho encuentro no estuve. El frenesí parlamentario me impide estar siempre en todos los lugares y no he tenido la oportunidad aún de adquirir en las rebajas el don de la ubicuidad. Para los que pertenecen a partidos políticos con amplia representación parlamentaria, es facil concentrar esfuerzos y tomarse vacaciones amplias. Un servidor debe estar en mil sitios, como el bueno de Carmelo conoce perfectamente. Un servidor debe a menudo tener que elegir: si asistir a esta comisión o convocar una rueda de prensa, si reunirse con el presidente del parlamento marroquí o preparar el debate parlamentario, si asistir a tal ponencia o preparar enmiendas, si no posponer más la reunión del grupo parlamentario o reunirme con tal asociación vecinal, si perderme unas interesantes jornadas sobre el sexo libre o viajar a Barna para dar una conferencia sobre política lingüística, si permanecer sentado sin mover todo el pleno de control o salir a conversar con otros parlamentarios, etcétera. Por lo demás, sólo cabe añadir dos cosas: seguiremos dando guerra y seguiré considerando a Carmelo un buen tipo.
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