Cerca ya de las 2 de la tarde llegamos al pabellón de autoridades en Raguni, que el gobierno de la RASD tiene junto a los campamentos. La habitación que nos ofrecen, amplia, cama más que espaciosa y… ¡un cuarto de baño con bañera, ducha y lavabo!, ha sido ocupada antes por el Lehendakari Ibarretexe y por Leire Pajín –en momentos sucesivos, se entiende-. Tuerzo el gesto de manera irónica ante la mención de semejantes prohombres y alguien me indica que para Jesús Prieto y para mí hay otra habitación.
La comida no espera y nos sentamos ante una mesa repleta de víveres de los que damos buena cuenta. Y después llega la ducha, que deja el suelo de la misma literalmente embarrado. Y una siesta que dura pasada una hora, aunque bien pudiera haber acontecido durante más tiempo.
En el salón del pabellón hay una televisión en la que podemos seguir las noticias de España en el canal de 24 horas. Todo sigue igual: el paro sube, el déficit también y los partidos políticos… a lo suyo, que no es lo de todos precisamente. Como se trata del último día, un particularmente más relajado Salek Babáh advierte que España se está desintegrando. Su conclusión no puede ser más similar a la nuestra.
Mohamed nos acompaña a la Willaya el Aaiun, donde podemos visitar las tiendas y comprar algún recuerdo de nuestra estancia en el Sahara. Aquí no ocurre como en cualquier otro mercado de una ciudad árabe: nadie regatea, no existe un ánimo especial de hacer negocio. Si algo te gusta, lo coges y lo pagas.
Hay un té final que compartimos con el conductor y con Mohamed en un bar de la willaya. Estaba claro: no podemos pagar.
La cena es de despedida. A su conclusión tomamos el último té de nuestra estancia. Salek Bobih nos pide que le demos nuestra impresión respecto de nuestro viaje y las recomendaciones que tengamos a bien formularles. Está claro que no lo dice por cumplir con una regla de educación. Este viaje nos ha estrechado de tal manera que nuestra amistad y nuestra proximidad con su causa permanecerá siempre.
Jesús Prieto, Carlos y yo nos deshacemos en elogios y agradecimientos respecto de la acogida que nos han dispensado y les pedimos que hagan algo más: “Tenéis que mostrar más las garras”, les digo. Mis compañeros desgranan sus ideas sobre el turismo, selecciones de fútbol, anuncios en el desierto…
El abrazo de despedida es caluroso. “Amigo, hermano”… son palabras que se repiten, palabras que surgen de lo más profundo de nuestros corazones.
La comitiva parte hacia el aeropuerto. Nuestro avezado conductor avanza con más lentitud sobre el asfalto que por las arenas del desierto. A nuestra llegada, advertimos a un grupo de personas que sube a un coche con maletas. Mohamed se dirige al interior. “Se ha suspendido el vuelo”, explica. El avión no ha aterrizado a causa del sirocco. Mañana, también de madrugada, lo intentará de nuevo.
Carlos y Nieves musitan sus problemas laborales de regreso al campamento 27 de febrero, donde nos aguarda una noche más. El ambiente de nuestro regreso es de fatiga y tristeza. Seguimos dando la lata a nuestros amigos y aún no sabemos si habrá conexión para regresar a Madrid. En todo caso, nada se podrá hacer hasta mañana.
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1 comentario:
Es curioso años viviendo despedidas y no existe inmunidad para las despedidas y siempre son tristes y siempre nos afectan.
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