Nuestro alojamiento para esta tarde-noche es muy similar al que nos acogía las pasadas veladas: una gran habitación con asiento corrido flanqueando sus límites, almohadones y -en este caso- una mesita en el centro.
Apenas soltamos las bolsas de viaje cuando Bobih nos pide que nos sentemos a comer. La carne de cordero es dura para los cubiertos de plástico que nos ofrecen, pero lo primero que se rompe el el tenedor, de modo que apenas puedo recoger un par de granos de arroz. Pido otro hay algún compañero que se suma a la gestión. El mismo Ministro se levanta para recoger los cubiertos con los que acometo el almuerzo.
Carlos Rey observa que hay siempre mucha comida en la mesa. Y tampoco nuestros anfitriones se preocupan demasiado si no tomamos todo lo que se nos presenta. Bobih le contesta que es costumbre saharaui. “Si no puedes ofrecer muchos alimentos a tus huéspedes, es mejor que no los invites”, dice.
También hablamos de la tortilla española –siempre presente en los menús-, una herencia de la colonización española, según nos confirman.
Nos referimos a la promesa formulada por Rosa y nuestros anfitriones cabecean afirmativamente. ¿Pensarán que las palabras de nuestro partido se las llevará el viento como las de otros, como las de Felipe González, por ejemplo, según nos recordarían e miércoles siguiente?
Concluido el almuerzo nos retiramos a descansar. Me quedo profundamente dormido, lo mismo que mis compañeros. Y nos despertamos cuando una señora saharaui entra para prepararnos el té.
Los lavabos en Bir Lehlu se encuentran a alguna distancia del nuestro dormitorio y el olor no es precisamente agradable. Carlos, que después deberá utilizar uno de los que usan nuestros amigos nos dirá que ese sí que echaba para atrás.
Pasamos la tarde vagueando en torno al campamento. Salek Babáh nos dirá lo que luego repetirá en una especie de “ritornello” permanente:
- Podéis ir adonde queráis. Con tal de que no os perdáis.
¿Qué puede significar perderse en el desierto?, me pregunto. Y a mi regreso a Madrid, ese hombre bueno que comparte al 150% la causa saharaui y que se llama Javier Perote, me cuenta su experiencia en el desierto cuando una vez se perdía y tenía que pedir la hospitalidad de los dueños de una “jaima”.
- En el Sahara existe la esclavitud, Fernando –asegura-. No en los campamentos, porque el Polisario lo evita; pero sí en el desierto. Yo los he visto servir a los dueños y sus invitados, visten peor que ellos y se retiran a un rincón para comer…
Pero nosotros no nos perdemos. Vagamos por los alrededores de Bir Lehlu hasta que nos avisan de que ha llegado la hora. En contra de la costumbre habitual no tenemos que recoger nuestro equipaje.
Nos dirigimos a través del desierto al cuartel general donde nos espera el Ministro de Defensa. Nuestro convoy se detiene junto a la barrera de seguridad y Babáh habla con el soldado a cargo. Minutos después volvemos sobre nuestros pasos.
- No sé cómo se ha producido esta descoordinación –se excusa el Ministro-. Nos esperaban a las 5 y media.
Cenamos y volvemos a ponernos en marcha para asistir a una velada festiva que cierra los actos conmemorativos del 34º aniversario, con entrega de copas y de diplomas a lo soldados que han participado en las diferentes competiciones.
Hay cantantes que interpretan diferentes motivos que derivan hacia la reivindicación de la libertad para el territorio.
Un joven italiano –que despierta el aplauso del público-, vestido con el “darrá” del Polisario –el mismo que nos han regalado a nosotros- canta en hassani y despide su ejecución con la expresión habitual de muchos otros: “Sahara, hurra” –pronúnciese “jorra-, que significa, “Sahara, libre”.
El presentador hace notar nuestra asistencia a la velada. Así que nos levantamos a saludar. Luego me dice Babáh que me corresponderá entregar un premio:
- No sé muy bien –explica el Ministro-. Será un diploma y, a lo mejor, una copa.
Un soldado sube al escenario y su canción es más bien un mitin jaleado con entusiasmo por sus compañeros presentes. Uno de ellos enlaza los hombros del ejecutante con sendas banderas saharauis.
Nos presentan al Primer Ministro y al de Defensa, que nos recibirá sobre las nueve de la mañana, antes de que prosigamos viaje hasta Tifariti.
Subo al escenario y entrego el premio. A la salida, Carlos Rey bromea:
- Creo que es la primera vez que intervenimos en un acto militar…
Volvemos al cuartel. Es ya muy tarde y el madrugón nos espera también por la mañana siguiente. La rudimentaria puerta de nuestro dormitorio se cierra con una piedra y la luz se acciona desde el exterior. Cuando ya nos encontramos acostados la luz se enciende y apaga varias veces, hasta ue se apaga definitivamente. La noche agradecida se cierne sobre nosotros en un descanso que todos aprovechamos.
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