Mohamed nos recoge esa tarde en el pabellón de autoridades con algún retraso sobre el horario previsto, que no nos sorprende: es habitual en la RASD un cierto desajuste horario y una habitual modificación de los programas. Pero es que además los cuatro expedicionarios somos conscientes de que ya hemos superado nuestro previsto tiempo de estancia entre ellos y nuestra presencia allí les debe resultar incómoda. En ningún momento, sin embargo, nos lo hacen notar.
Pero el retraso tiene su motivo: vamos a visitar el Museo del Ejército y su tejado, consistente en una lámina de chapa y sujetado por unas gruesas piedras, ha cedido por causa del sirocco.
Nos recibe un hombre uniformado que ya nos había visto en la velada en la que participamos en Bir Leluh. Es un joven documentado, de palabra precisa y afirmaciones rotundas.
Vamos atravesando las diferentes salas del edificio, repletas de documentos oficiales de la historia de este pueblo, donde la presencia española no destaca precisamente por el recuerdo de una administración colonial activa en la defensa de su gente.
- En todo ese tiempo no dejaron ni un solo médico –dice.
Dedica un breve comentario a los vergonzantes acuerdos de Madrid, y concluye con una sonrisa algo malvada y una frase:
- Quizás a causa de ellos ustedes se encuentran hoy aquí.
Nos enseña el funcionamiento de las bombas de racimo anti-personas, cuyo uso está prohibido, pero que infestan los 2.400 kilómetros del muro. Se trata de una esfera, apemas mayor que una pelota de tenis, que contiene múltiples bombas que se esparcen en el momento en que reciben el peso del hombre.
Cada vez que salimos de una sala, el guía apaga cuidadosamente las luces. Pero llega el turno de una enorme explanada. En ella se conservan todo tipo de armas capturadas al ejército marroquí: ametralladoras, fusiles… y sorprende el elevado número de carros de combate –algunos prácticamente nuevos.
Después nos muestra una última sala en la que se contiene una maqueta que reproduce a escala el muro entre los territorios ocupados y los liberados y algunos datos de esa guerra.
Antes de señalarnos el libro de honor del museo, nos observa a Carlos y a mí, y dice:
- Hace unos años, una persona que vestía pantalones vaqueros –yo tengo precisamente puestos unos- y una camisa de cuadros como la suya –le dice a Carlos Rey-, vino como ustedes a los campamentos y se comprometió a luchar por la libertad del pueblo saharaui. Después se olvidaría de nosotros. Se llama Felipe González. Espero que a ustedes no les ocurra lo mismo.
Así que yo escribo en ese libro mi compromiso “irrevocable” con su causa.
Esa noche cenamos en la “jaima” de Mohamed, unos deliciosos pinchos morunos de carne de camello y cus-cus. Le pregunto por las ventajas que supone desde su punto de vista la vida en la tienda. Me pregunto cómo se arregla la vida de intimidad entre los marimonios jóvenes, por ejemplo. Pero Mohamed se defiende aludiendo a los vientos del desierto:
- No me gusta que se me caiga el tejado sobre la cabeza -dice.
- Pero existen otras formas de construir los tejados –le digo.
Nos vamos hacia el aeropuerto. Una larga espera nos aguarda. Pero las noticias no son malas en esta ocasión. El vuelo procedente de Argel se retrasará, pero está previsto que llegue. ¿La hora? “No se sabe”, nos dice el embajador de la RASD en Nigeria. “Aquí nunca se sabe”.
Se abre la facturación. Y a los cacheos y escáneres de nuestro acceso al aeropuerto se unen los formularios y otros cacheos y escáneres adicionales, que se diría no tiene fin.
Charlamos con unos cooperantes andaluces. Uno nos dice:
- Se pueden admitir unos campamentos rn Haití, porque se trata de una situación provisional. ¡Pero 34 años de campamentos no es posible! ¡Ya podrían tirar unos tiritos y arreglar la cosa!
No consigo conciliar el sueño durante el vuelo y dedico ese tiempo imprevisto a analizar el viaje y ubicar mentalidades y personas en el nuevo “puzzle” que se extiende ante mí después de estos intensos días.
A la llegada a Argel hay un nuevo escáner. El funcionario a cargo lee una revista mientras que el aparato pita insistentemente.
Consigo hablar con el hotel que nos remite un microbús.
Hay escáner para nuestras maletas a la llegada al hotel y –con alguna lentitud por parte del recepcionista- obtenemos nuestras habitaciones.
Nieves, Carlos y yo nos citamos sobre las 9,30 en el comedor de desayunos. Estos se sirven hasta las 10. Jesús Prieto deberá tomar un vuelo anterior.
Confortablemente instalado dentro de unas sábanas limpias, son ya las 6 de la mañana cuando apago mi lámpara de mi habitación.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario