Domingo, 28
Esa mañana la rutina del Sahara va imponiéndose sobre mi organismo. La visita al cuarto de baño se reparte entre menos ocupantes y puedo aprovechar unos minutos para un áspero afeitado con agua fría. Los medios aquí, en los campamentos, son limitados, ¿pero quién sabe lo que nos deparará Bir Lehlu y Tifariti?
En el desayuno de hoy han desaparecido los quesitos en porciones, a cambio hay más café con leche que repartir.
Aparece Salek Babáh, que apenas ha dormido unas horas después de acompañar a Rosa y sus habituales en el aeropuerto de Tindouf. El Ministro es hombre imperturbable y no se queja de los inconvenientes que le producimos.
Babá ocupa el asiento delantero del 4x4, que conduce el “hombre cansado” de que me hablaba el chófer nocturno de nuestra llegada. Detrás viajamos Nieves, Carlos y yo. En el otro Toyota va Jesús Prieto con Mohamed y un joven y parlanchín conductor. Este último, sobrino del Presidente, ha realizado sus estudios en Cuba y regresado al Sahara con una impresión agridulce: los estilos de vida son muy diferentes y él añora la isla que le dio cobijo durante un tiempo.
La relación de la RASD con Cuba se desarrollará durante una de nuestras cenas con los Ministros Babáh y Bobih. Este último, hombre prudente y que mide sus palabras como si le pudieran exigir un compromiso contractual en cada una de sus frases, nos dice que él no es capaz de realizar ninguna crítica al régimen de los Castro. Asume la necesidad de la liberalización o de la apertura del sistema, pero no parece dispuesto a avanzar una palabra más. Los dos dirigentes saharauis advierten que, para ellos, el cambio en Cuba no está cercano.
Para el chófer del otro 4x4 “Fidel es un tío majo”.
El viaje por el desierto recorre las pistas y los caminos que surcan las arenas amarillas y el coche parece a punto de desintegrarse cada vez que una hondonada nos sorprende, cada vez que golpea contra alguno de los obstáculos. Pero el Toyota es un coche duro, según uno de nuestros guías es el más resistente después de los “Land Rover” y hay hasta quien sugiere que se podría rodar un “spot” publicitario de la marca en estos parajes –“se trata de hacer más evidente la existencia de estos lugares y de su situación”-. Los Toyota son duros, pero el conductor es excelente también. “Se trata de un ex combatiente”, nos informa Babá. Y uno piensa en lo que debe suponer la condición de un soldado en guerra en este mundo sin perspectivas y en el que el horizonte está plano allá donde mires.
Porque el desierto es algo así como encontrarse en medio de ninguna parte. Y el silencio al que se une el viento suave –para los parámetros saharauis-, parece como si te recitara una extraña canción, una suerte de lamento al que se unen las voces perdidas de los hombres y las mujeres que un día habitaran esos paisajes uniformes, devueltos a tus oídos después de los años, en una especie de túnel del tiempo de los sonidos y de las canciones adormecedoras.
Hay un espejismo de los sonidos, como existe también el espejismo de las imágenes, que comprobaba después de nuestra parada en un casi improvisado albergue para descansar apenas unos minutos antes de reemprender viaje hacia el campamento militar. Pero nadie tema, que los sonidos del desierto no se parecen nada a los “cantos de sirena”, que los marineros medievales recomendaban escuchar al revés, para volver en positivas sus desastrosas predicciones. Son palabras que te susurran tus estados de ánimo, esos que decía Steimbeck te hablan del éxito o del fracaso según sea la situación psicológica en la que te encuentres.
Y en medio de esa nada aparece, primero una serie desordenada de vehículos parados -¿varados?-, luego una “jaima” y los coches se detienen junto a un alambre de espino que define los contornos que los vehículos no podrán atravesar, se supone que en caso de tormenta de arena. Carlos Rey apuntará con razón a que eso es lo más parecido que existe a una estación de servicio, pero en el desierto.
En el interior de la tienda nos ofrecen agua, Coca-cola, galletas… Y mientras que nos preparan el té saboreamos un pincho moruno de carne de camello que nos sabe a gloria después de las horas de “Rally París-Dakar” al estilo Tindouf-Bir Lehlu.
El dueño del “establecimiento” es un tipo amable –como lo son todos los saharauis sin excepción- y nos habla de la idea que tuvo de montar este negocio para cortar el trayecto entre los dos puntos. “Este final de invierno se soporta bastante bien”, reconoce. “Lo más duro es el verano, cuando las temperaturas se elevan por encima de los 50º”.
Regresamos a los coches. Es ya mediodía y lo ojos se cierran en una especie de “siesta del carnero” que te hace cabecear. Es difícil dormir en medio de la batalla de esos caminos descoyuntados, pero el sueño te invade y al abrir los ojos se descubren imágenes impensables en medio del desierto. Las gasolineras que decía Carlos se descubren en una especie de majestuosidad de formas modernas o aparecen enormes aviones con su morro apuntando hacia los coches o gentes que bailan las danzas rituales de sus pueblos de dondequiera que fueren… Son los espejismos de las imágenes que desaparecen en el momento en que concentras tu atención en el edificio que alberga la cafetería, en el reactor parado en medio de la arena o en la mujer de vestido colorido. El desierto aparece de nuevo en toda su aridez y el viaje se vuelve a sentir en los riñones y en los huesos, hasta que el ojo se cierra de nuevo y las imágenes, diferentes cada vez, retornan con la claridad de un engaño asumido.
Frente a nosotros, unos camiones y coches emprenden el camino de vuelta. Ya no hay espejismo: son los vehículos que transportan a las delegaciones -y sus enseres- que han participado en los actos conmemorativos del 34º aniversario. Y en seguida advertimos las construcciones blancas de Bir Lehlu.
Se detienen los coches. Bajamos y un hombre vestido con su “darrá” azul, elegantísimo, me saluda gritando mi nombre. Es Salek Bobih, el Ministro de Urbanismo de los Territorios Liberados.
Nos damos un gran abrazo. Y le digo:
Te prometí que vendría. Y aquí estoy
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1 comentario:
Me gusta el relato D.Fernando y lo mejor es que es un relato verdadero vivido por usted.
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