(12) Martes, 2
Esa mañana, el día se abre ante nosotros con una belleza difícil de describir. El sol se abre entre unas nubes rasgadas que pasan del gris al rojo en una continuidad de tonos intermedios que dibujan en el cielo la paleta imposible de un pintor abstracto.
El viento es molesto ya cuando nos acercamos a los coches antes de salir de ruta. “Va a soplar el sirocco”, nos anuncia Babah y nadie sabe muy bien si eso puede llegar a ser peligroso.
Va a ser un día largo, de modo que el desayuno es sustancioso, y los huevos ocupan un lugar en las fuentes que se nos ofrecen.
Hoy nos acercaremos al muro. Se lo había pedido al Ministro de Defensa y el cumplimiento de esa petición nos oblga a desviarnos en nuestro camino de regreso a los campamentos, punto final de nuestro viaje, porque esta madrugada regresaremos a Argel y mañana por la tarde llegaremos a Madrid.
Cabeceamos durante el viaje en un sueño más que complicado. Carlos Rey parece conseguirlo y Nieves se muestra abotargada durante toda la primera parte del camino: el descubrimiento de un rebaño de camellos la despierta, así como también su afán por captar las instantáneas de esos cuadrúpedos. Nieves siente un cariño especial por los animales.
Pero el camino es largo y el viento nos mete la arena hasta disfrazarnos de desierto la cara, el pelo, la ropa… a poco que salimos de los coches.
Los vehículos paran en un control del ejército saharaui, junto a un pozo construido con fondos de la ayuda exterior. Son hombres mayores –viejos, quizás- que se diría no son capaces de disuadir a ningún enemigo.
A una distancia apreciable paramos y Babah nos muestra el muro: esa frontera de alambre de espino, protegida por minas anti-persona y anti-tanque y servida por 180.000 soldados marroquíes. El guía del museo del ejército nos contará mañana que el coste estimado de ese muro que divide a los saharauis y les corta sus libertades cuesta la pavorosa cifra de 4,000.000 de dólares al día.
Apenas –como si fuera una mosca, dice Nieves- se advierte la figura de un soldado marroquí. No se parece este muro, desde luego, al que separa Palestina de Israel. No hay cemento, pero hay una separación efectiva e igualmente traumática: en el punto en que nos encontramos hubo hace apenas unos meses una manifestación, algunos jóvenes desafiaron las instrucciones de contención del Polisario y se dirigieron hacia el muro, pisaron -¡ay!- las minas colocadas por el Reino de Marruecos y hoy sufren las consecuencias de esa acción. Esa juventud que desborda las previsiones de paciencia de la mayoría de sus dirigentes, esa juventud que un día puede empezar a plantear la guerra por su cuenta, como nos decía el Ministro Bujali.
El sirocco complica el acostumbrado refrigerio que nuestros amigos saharauis nos ofrecen a media mañana. No hay té, por lo tanto, y nos conformamos con un refresco que tiene la temperatura del día.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
La juventud marca el futuro que los adultos señalaron sin darse apenas cuenta.
Publicar un comentario