lunes, 18 de junio de 2012

Intercambio de solsticios (383)

La sorpresa que sintió el saharaui no le cabía en su organismo, por muy largo que este fuera. Pero le duraría unos pocos segundos. Ese especial sentido que había en Bachat de anticipares al peligro le haría comportarse con rapidez. No, en este caso no debería repetir a tontería que había cometido horas antes, al dirigirse a la casa de Brassens, descuidando las más elementales precauciones de seguridad. El zulo en el que le habían apresado conducía a un largo pasillo al que daban otras puertas, seguramente de otras celdas. Las ignoró. Mientras avanzaba con sigilosa prudencia, el saharaui recordaba los tumbos que había tenido que dar cuando regresaba del correspondiente ejercicio de tortura, sobre todo. Porque las idas, en medio de todo, las había hecho algo más descansado y con firme dignidad; la vuelta a la celda -era muy consciente de ello- ya había sido otra cosa. Al final del pasillo pudo ver la entreabierta puerta de la cámara de torturas. Miró hacia superior: allí no haba nadie. Pero junto a esa puerta se extendía un pasillo a su derecha que Bachat recorría ahora. Al final de ese corredor se abría ante sus ojos la vieja estación de Chamartín. Será mejor que apagues las luces -sugirió Vic Suárez a Francisco de Vicente-. Es mejor llegar sin que nos descubran. - Nunca se sabe -contestó el doctor-. Pero te haré caso. El Porsche se encontraba ya en el Paseo de la Castellana. Situado a la altura de uno de los dos edificios que el británico banco Barclays tenía a ambos lados del arranque de la calle Génova, justo enfrente de la antia cafetería Riofrío, Cristino Romerales se acodaría en uno de los soportales de la entidad bancaria. Desde allí gozaba de la perspectiva suficiente de la arteria principal de Madrid, donde podría observar, sin la dificultad de ser visto, los movimientos del Consejero de Sanidad. La cuestión formulada había quedado sin responder. - Están tiesos -dijo uno de los componentes del comando asaltante. - No totalmente -contestaría el primero-. Contestad: ¿quien os manda? Una voz, más de ultratumba que procedente de este mundo, respondía: - Chamartín. - No son de aquí. Vienen del grupo de Martos. - ¿De Martos? ¡Si ese no manda ni siquiera en su casa! El que llevaba el mando en aquel grupo era un tipo delgado y escuálido, se diría que con aspecto de mozalbete, que andaba sobre una pierna más reducida que la ota lo que le provocaba una incierta manera de caminar. - ¿De Chamartín? ¿Pero de dónde? Otro largo silencio seguía a la pregunta. Renqueante, aunque seguro, el Suzuki Vittara llegaba al lugar en que esperaban el Porsche de Sotomenor. De él salieron sus ocupantes. Se les veía un tanto desconcertados. - Bueno... -dijo uno de ellos-. ¿Qué se os ocurre que hagamos? - No sé -contestaba el conductor del Porsche-. Quizás seria el momento de volver.... -¿Y qué va a decirnos el jefe? - Supongo que se cabreará con nosotros... -avanzaría su interlocutor.

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