martes, 24 de abril de 2012

Intercambio de solsticios (351)

Ahora recuerdo el día en que nació. Una mañana de finales de agosto de 1987, seguramente después de la temporada de corridas, de fiestas de Bilbao. Lorsen y yo asistíamos puntualmente a los toros y, después, a la acostumbrada cita del Hotel Ercilla, donde compartíamos un aperitivo con los amigos, y antes de la consabida cena con quien correspondiera esa noche, y de las copas que nos conducían inevitablemente a la discoteca “Bocfaccio”, del siempre divertido e inevitable hotel de la calle Ercilla, donde bailábamos unas sevillanas que no sabíamos muy bien interpretar, animados por las guitarras de los del “Río”, claro, antes de que estos señores se hicieran mundialmente famosos con su “Macarena”. Lorsen tenía su cita con el ginecólogo, que estaba de vacaciones. Su sustituto, un joven “bastante guapo” –según mi mujer, que yo de belleza masculina no he entendido nunca-, le hizo la correspondiente ecografía para decirle que había visto algo raro –luego supimos que lo que vio era lo que no vio, trabalenguas aparente que quiere decir que no observó movimientos en el feto-. Por lo tanto, había que proceder a una cesárea programada. A esta sí podría acudir el ginecólogo habitual de Lorsen. Y ella estaba más que preocupada con el asunto, aunque le echaba valor suficiente para no transmitírmelo a mí. Lo cierto es que me hizo acompañarla a la iglesia getxotarra de Las Mercedes, donde un viejísimo y sordísimo don Julio –más conocido por el vecindario como “don Julito”, a causa de su tamaño y vivacidad- le preguntaba cosas como “¿quién es ese César?” –por lo de la cesárea- y le comentaba que •pobre chica, –por mi mujer- ¡con lo bien que salen por el otro sitio!” Así que esa mañana, una vez que se había visto ungida por todas las bendiciones posibles, Lorsen se fue hasta la clínica de San Sebastián en Deusto, donde unos cincuenta años antes había muerto mi abuelo, después de haber recibido en su cuerpo buena parte de los dos cargadores que vaciaba un pobre loco nacionalista vasco. Yo me encontraba en la habitación que luego nos correspondería, esperando el advenimiento. Y lo que advino sería que “la madre está bien, pero la niña no respira”, según el confuso mensaje que recibíamos de las enfermeras que habían atendido el parto, a la vez que arrastraba la cama de Lorsen hasta el lugar que le correspondía. Mi mujer, que apenas estaba saliendo de la anestesia, adormilada y torpe de pensamientos, no sabía preguntar otra cosa: “¿qué ha pasado?” Por supuesto que le dijimos que “nada, no ha pasado nada”, y que muy pronto podría ver a la niña. Pero mi hermana Carmen –que es médico- y yo salíamos corriendo hasta el hospital de Basurto, pues hasta allí nos habían dicho que llevaban a la niña. Yo ya me estaba haciendo a la idea de que mi hija no había sobrevivido al parto, y le confesaba a Carmen, sentado ante una jardinera del establecimiento hospitalario, a la espera de alguna información sobre la niña que, al fin y al cabo, “con todos los problemas que tiene hoy en día la crianza y la educación de los hijos, cualquiera sabía si no era mejor así”. Pero no la habían llevado a Basurto, sino a Cruces. Así que Carmen y yo salíamos precipitadamente hasta este otro hospital. Afortunadamente Vizcaya es una provincia de densa población y comunicaciones relativamente fáciles, de modo que llegábamos muy pronto allí. Pero no la vimos en ese momento. Sólo creo que pude hablar con uno de los médicos del equipo. Y en esos momentos de confusión prácticamente nadie quería decir nada. La niña había sido trasladada desde una clínica privada –en realidad un establecimiento diferente al que nos encontrábamos- y ellos parecían no querer asumir ninguna responsabilidad por un hecho en el que no habían intervenido y aún no se explicaban muy bien. Recuerdo que recibí estas explicaciones –en el caso de que así se le puedan calificar- en medio de mi aturdimiento general. Yo tampoco estaba responsabilizando a nadie de nada. Poco tiempo después, mi valoración respecto del equipo médico, de enfermería y de servicios generales de Cruces se acrecía de forma que ya hoy no creo que pueda resultar superado en cuanto a calidad profesional y humana por ningún otro. Pero no adelantemos acontecimientos.

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