jueves, 12 de abril de 2012

Intercambio de solsticios (344)

Las puertas de los despachos de la estación de Chamartín se cerraban y entrechocaban con un estrépito que dominaba aquella madrugada.
Leoncio Cardidal depositó su “gin tonic” sobre la barra del bar y apartó suavemente a la negraza semidesnuda que se pegaba a su organismo, extenuado ya a causa de las emociones del día.
Consultó su reloj. Las cinco menos veinte.
- ¡Dejadme un momento! –pidió.
- ¿Vas a volver, cariño?
- No lo sé –balbució el consejero a la vez que conducía sus torpes pasos hacia la salida de la antigua sala “VIP” de la estación.
Las botas de goma de los agentes policiales del distrito se pegaban al sucio y húmedo suelo y, cuando se levantaban del mismo, producían el ruido de una ventosa cuando se desprende del objeto en el que se aplica.
Cardidal se asomó a la puerta de la sala. Una decena de hombres salían con más ánimo que pericia de la estación. Junto a la puerta de su despacho, Juan Carlos Sotomenor observaba su partida.
- ¿A dónde van? –le espetó Cardidal con una voz que denotaba su ebriedad.
- Adonde a ti no te importa –contestó su viceconsejero.
- Ten cuidado, Juan Carlos. Sabes que todavía soy tu superior.
El aludido recapacitó unos segundos. El tiempo suficiente para meditar su respuesta.
- Van a por Romerales –le informó.
- ¿Qué ha pasado?
- Tenemos la sensación de que se ha cargado a uno de los nuestros… -resumía Sotomenor.
- No entiendo nada –musitó Cardidal.
- Luego te lo explico. Ahora déjame que les dé las últimas instrucciones.
Los efectivos restantes de la policía de Chamartín salieron del edificio de la estación y subieron a los todo-terrenos estacionados en la antigua zona de recogida de viajeros por los taxis.
Conectaron los motores de los tres vehículos que constituirían la expedición. De uno de ellos surgía un sonido de ahogo. Una voz procedente del habitáculo dijo:
- No tenemos gasolina, jefe.
Juan Carlos Sotomenor hizo un gesto de contrariedad y dirigió su mirada hacia la gasolinera: sus luces estaban apagadas.
- Y no se puede repostar, por lo visto –se dijo, casi para su coleto.
La misma voz de antes pidió instrucciones.
- ¿Qué hacemos, jefe?
- ¡Coged mi coche! –exclamó Sotomenor arrojando las llaves al interior del vehículo que se negaba a arrancar.
Se trataba de un inmaculado Porsche Carrera negro, en cuyo reducido espacio se alojarían los tres contrariados ocupantes del 4X4: sus voluminosos organismos deberían viajar prácticamente embutidos en el deportivo.

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