martes, 17 de abril de 2012

Intercambio de solsticios (346)

- ¿Eso decía Alberto? ¿Qué se había esfumado la herencia de su tío? –preguntó, asombrado, Jorge Brassens.
- Eso decía.
- No decía nada de a falta de valor de los hermanos por proteger los intereses de su madre o sus propios intereses…
- Nada. Ahí terminaba el correo. Y la serie de comunicaciones se detenía durante algún tiempo –continuaba equis-. Más tarde, Raúl volvió a la casa de su madre y aprovechó para hablar con sus hermanos: las cosas estaban muy tranquilas por allí. Nadie consideraba que hubiera algo más que hacer. Además, según advirtió Raúl, ni Gonzalo ni Eugenia tenían margen de maniobra para pagar más, y el resto no parecía demasiado dispuesto a hacerlo.
- Pero todavía queda algo más. Lo estoy leyendo en tus ojos –dijo Brassens después de dibujar una significativa sonrisa en su cara.
- Bien –dijo equis esbozando otra sonrisa algo más malévola-. Estábamos en que la familia Jiménez se había quedado bastante tranquila con la venta de la casa de su madre… pero, como tú decías muy bien, aquí no acaba la historia.
- Te sigo –dijo Brassens.
- La situación era que ya a la madre sólo le quedaban dos pisos: en uno vivía; el otro, un apartamento en el barrio de Salamanca de Madrid, que lo tenía alquilado…
- Bien.
- Pues ocurrió que el inquilino de Madrid hizo una oferta para comprar el apartamento – explicó equis.
- ¿Qué dijo entonces la familia? –preguntaría Brassens.
- Bueno. No hizo demasiada falta que se pronunciara la familia –contestó equis-: el menor de los hermanos escribió un correo de esos que podemos llamar terminantes. Consideraba que no era el momento de vender, que el mercado inmobiliario estaba muy bajo en España y que habría que esperar a que remontara, porque se trataba de un apartamento muy bien situado.
- A lo mejor no le faltaba razón… -avanzó Brassens.
- No le faltaba su razón –contestó equis subrayando el término posesivo-. Pero seguiremos con eso. Lo cierto es que el resto de los hermanos aceptaron como bueno el correo del de menor edad.
- Claro. Tú lo decías: se habían quedado muy tranquilos.
- Pero luego el asunto tendría otra derivada –aseguró equis-. Pero volvamos al correo anterior, el de Leonardo Jiménez.
- Bueno. Según me decías había poca cosa: nadie había contestado a ese correo –afirmó Brassens.
- Pero había más. Y perdona que te estoy liando con la explicación de la historia –equis.
- Un poco, sí –respondió Brassens con una sonrisa.
- Bien. En su correo, Leonardo expresaba su insatisfacción por la forma en que se hacían las cosas en su familia. Se planteaban reuniones que no se celebraban porque no convenían a algunos, las decisiones se adoptaban por una minoría de hermanos, especialmente por Carmen y Eugenia… en definitiva, que estaba muy descontento. El caso es que Leonardo Jiménez había decidido que él no participaría de una operación permanente de mala gestión del patrimonio de su madre realizada por sus hijos, sus hermanos. Y que en adelante él no se beneficiaría de ningún servicio procedente de la economía de su madre –explicó equis-. Creo que incluso dijo a su mujer que ni siquiera tomaría un vaso de agua en esa casa… Y dijo otra cosa más –continuaría equis-. Permíteme otra vuelta a la moviola…
- Bueno.

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