miércoles, 21 de septiembre de 2011

Intercambio de solsticios (240)

Florencia, 24.10.03.

Querida Lorsen:

Después de una salida de Milán pasada por agua, llegué aquí a media tarde. El hotel es algo así como una pensión, pero resulta razonable de acuerdo con los precios exorbitantes que tiene esta ciudad.
Me di un largo paseo. Bianzino –la tienda donde nos hacíamos tú y yo las camisas- ha cerrado definitivamente. Pienso que lo demás está en su sitio.
Alfonso de Virgilis me abruma. Después de recogerme en el hotel me llevaba a una pequeña tasca toscana, donde tomé un menú típico de su cocina –verduras con pan, patatas machacadas con tomate y vino de año frío-. Resultó agradable. Alfonso está gordo y tiene diabetes, pero no se cuida nada. Además de proporcionarme entradas para todos los espectáculos habidos y por haber me proponía ir a Roma a escuchar un concierto de música clásica. Seguido de una cena reducida a la que asistiría el Presidente de la República italiana, pero ya me conoces: No soy persona a quien le guste este sistema de imprevistos. Así que he quedado con Bona para esta tarde.
Por la mañana he visto la exposición “Italia y la naturaleza muerta, desde Caravaggio hasta el XVIII”. A mí no es que me enloquezca ese tipo de arte, pero he visto algún cuadro magnífico, por ejemplo, una biblioteca, con relieves, que me ha recordado a los trampantojos que hacías. Siempre he pensado que el tiempo que dedicas a una exposición, a un museo, tiene sentido con tal de que te impacte una sola obra contenida en él.
Luego he comido con Alfonso y con una arquitecta florentina. Él dispone de un comedor propio, servido por personal de la agencia de seguros. A veces resultaba patético el esfuerzo de un galán viejo por ganarse los favores de una joven que bien pudiera ser su hija.
Ahora estoy en el hotel. Pronto veré a Bona. Ya te contaré.

Un beso.

No hay comentarios: