jueves, 8 de septiembre de 2011

Intercambio de solsticios (233)

No se trataba de un cuarto de baño, de modo que los carceleros/torturadores iban acarreando cubos de plático rebosantes de agua, tan cargados que los chorros que se desprendían de estos marcaban una especie de camino.
Bachat contemplaba ese trabajo desde su incómoda y dolorida situación. En tanto que se protegía, a la vez, de su futuro inmediato y del desánimo psicológico que esa acción le podría reportar: casi mareado por su postura y por el castigo al que había sido sometido, el saharaui miraba la escena como si en ella se estuviera desarrollando una representación teatral de la que él sólo era un espectador.
La tarea duraría unos quince minutos; quizás más, quizás menos –el cálculo del paso del tiempo quedaba situado en otro plano para el jefe de la policia de Chamberí-. El jefe de la banda aquella comprobaría con minuciosidad el volumen de agua alojado en la bañera. Para eso, se remangaba las camisa e introducía el brazo en ella. Cuando la extrajo, Bachat pudo entrever –al menos eso le parecía- que la llevaba mojada hasta más allá del mismo codo.
Después hizo una seña a los otros carceleros –cuatro en total, en aquellos momentos- que contemplaban su actuación.
Entonces desaparecieron del plano, pero sus voces y movimientos advertían a Bachat de que seguían estando presentes en la misma sala.
Oyó un ruido de vidrio de vasos y botellas que se entrechocaban entre sí. Y pudo oler a alcochol: el fino olfato de musulmán abstinente había producido en él un particular institnto para la percepción de los vapores espirituosos a distancia.
Y se lo confirmarían las risotadas en que prorrumpían y la alegre camaradería que demostraban.
Bebían rápido y volvían a servirse… dos, tres, hasta cuatro veces.
No sabía cuánto tiempo duraría aquélla astracanada. Por fin sonaba la voz balbuciente por la bebida del jefe del clan:
- Bueno. ¿Ya tenéis suficiente?
- Sí, jefe –contestaron, con estridentes carcajadas.
- Pues ya sabéis…
Entonces volvieron a entrar en plano. Se pusieron de cara a la bañera, de modo que daban la espalda a Bachat.
Entre las voces de sus carceleros, parecía entreverse un extraño sonido como de surtidor proyectándose sobre una superficie de metal ya previamente anegada..
Las estruendosas voces de los torturadores no impidieron que Bachat se apercibiera de lo que estaban haciendo: una meada colectiva sobre el interior de la bañera.
Bachat no pudo evitar una profunda náusea que le hizo vomitar a unos escasos centímetros del suelo de losetas de plástico.

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