martes, 14 de junio de 2011

Intercambio de solsticios (198)

Arrechea, 20 de agosto de 2003.

Querida Lorsen:

Ayer tuvo lugar la misa en tu memoria que encargué en la colegiata de Roncesvalles. Creo que te habría gustado. Fue a las ocho de la tarde, la misa que se celebra para los peregrinos que hacen el camino de Santiago, que en esta época son muy numerosos, como sabes. Asistieron mi madre y mi hermana Teresa, los Urquijo con su hija, muchos veraneantes y gente del pueblo.
Yo le pedí a la Virgen de Roncesvalles –porque es la única que me puede hacer algún favor- que cuando considere oportuno me lleve cerca de ti. Estaba muy guapa, allí subida en su trono.
La verdad es que estoy y no estoy bien, a la vez. Todo el mundo me dice que me encuentra demasiado delgado y he sido consciente del carro de años que le han caído a mi organismo desde que te fuiste. Mi barba está ya casi totalmente blanca y mi esquelética cara y cuerpo van menguando por momentos. No sé si sirven de algo mis comidas y mis cenas, porque hay algo que me va royendo por dentro y la ropa que me compro apenas me dura dos o tres semanas sin escurrírseme. A veces pienso que me estoy muriendo a cámara lenta. Y aunque creo que el final se acerca, tampoco sé muy bien si quiero que llegue o no. La verdad es que Arrechea me sienta bastante bien: los paseos, la gente que está encantadora conmigo, todo eso. Pero mi regreso a Bilbao, con Pilar, las cosas que me esperan desde septiembre... me dan una cierta pereza –algunas situaciones, desde luego, más que otras, porque cada vez le quiero más a nuestra hija.
Mi vida apenas merece la pena sin ti. Se ha transformado en una sucesión de acontecimientos sin sentido. El día de mañana, que seguirá al de hoy, sin solución de continuidad, como si todo careciera de importancia. Arrechea, nuestra casa –a la que he pensado volver al menos una vez por mes-. Bilbao, nuestro apartamento, con tus restos y nuestros objetos, como una especie de cárcel con sus carceleros –en forma de escoltas- y todo. Lanzarote, con tu espíritu libre y reconciliado contigo misma, revoloteando por la playa de nuestros paseos. ¿Para qué más?, le pregunto a la Virgen de Roncesvalles, ahora ya sereno, capaz de pensar en lo que debe suceder a mi persona, una vez que voy cumpliendo con mis obligaciones últimas.
Y esa plegaria mía, a la Virgen, sube por los caminos, por los paseos de Arrechea para encontrarse contigo, hoy sólo en forma de ruego, mañana quizás -¡ojalá!- de manera real. Porque es la Virgen de Roncesvalles –como le decía ayer- la única que puede lograr unirme a ti hasta el final de los tiempos.
Hoy por hoy me duele mucho seguir viviendo lejos de ti.

Te quiero.

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