miércoles, 26 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (125)

Cardidal emergía en la caja de cerillas que Jacobo Martos tenía por sala de reuniones con una expresión envarada, distante. Y si el presidente de la Junta de Distrito de Chamartín hubiera sido algo más perspicaz en materia de comportamiento humano habría deducido de esa forma de presentarse que su interlocutor se encontraba nervioso. Pero Martos no se encontraba entre la gente que las pilla al vuelo, entre sus cualidades no se encontraba la capacidad de adentrarse en las mentes de las personas.
Le invitó a que se sentara. Se trataba de una silla de madera, de tijera. De esas que se apilan en las procesiones de las semanas santas, incómodas hasta el punto del deseo de que pasen pronto los nazarenos y tu organismo pueda recomponerse debidamente: un sacrificio propicio para esas fechas.
Fuera esa incomodidad debida al expreso deseo de Martos de castigar a sus ocupantes en un raro pero no imposible rasgo de extraña caridad cristiana, o más bien a las exiguas disponibilidades económicas que tenía su precaria situación presupuestaria, lo cierto era que Cardidal unía a su inseguridad psíquica una real ausencia de confort en ese momento. Un arma de doble filo, después de todo.
- Te escucho –declaró el jefe de policía gravemente.
Martos no miró directamente a su teórico subordinado. Él tampoco se encontraba cómodo.
- Te he llamado para hacerte una consideración –empezaría.
Martos tenía una voz que conseguía provocar la atención de la audiencia, al menos durante los primeros segundos. Esa voz grave y pausada que, bien educada habría servido para ocupar algún lugar entre los tonos graves de un coro… ¿el Orfeón Donostiarra?
Cardidal fue captado también por el arrullo de esa envolvente voz.
- Estoy muy preocupado, Leoncio.
- Lo supongo –contestó el aludido, intentando desprenderse de la red envolvente de esa voz.
Martos hizo caso omiso a la interrupción.
- Me preocupa la situación a la que se está llegando en la Junta. El enfrentamiento que ha tenido lugar esta misma mañana. La falta de unidad que estamos demostrando…
- Ya. Creo que te tendría que preocupar otra cosa –dijo Cardidal interrumpiendo nuevamente a su presidente.
Martos lo observó largamente, impostando un gesto de tristeza que convenía bien a sus palabras, pero que no se ajustaba a la realidad. Y el jefe de seguridad del Distrito sabía muy bien qué era lo que pasaba por la mente de su presunto jefe: que su autoridad estaba puesta en tela de juicio desde hacía ya bastante tiempo.
- Luego dirás lo que te parezca, Leoncio. Pero ahora te rogaría que me dejaras hablar a mí –expresó en un intento de mantener el principio de autoridad medianamente indemne.
Cardidal le dejaría seguir. Al fin y al cabo nadie más estaba participando en esa reunión, no tenía ninguna necesidad de chulearle. Al fin y al cabo, todo sea por los viejos tiempos, debió pensar.
- Y me pregunto, lo hago a veces, ¿cómo es que hemos llegado a esto? ¿cómo es posible que tres personas como Jorge Brassens, tú mismo y yo, que hemos luchado desde hace mucho tiempo unidos en el País Vasco, estemos enfrentados ahora como lo estamos?
Lejos de producir el efecto taumatúrgico que pretendían, estas palabras de Martos hicieron revolverse a Cardidal de su asiento, decididamente percibida su incomodidad el jefe de la policía se levantó de la silla de tijera, sintió un importante alivio inmediato y se encaró con el presidente.

1 comentario:

Sake dijo...

Sabes lo que suele ocurrir, que los más violentos se creen normalmente poseedores de la razón y siempre encuentran justificaciones para sus actos convencidos de que la culpa es de los otros.