jueves, 20 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (121)

Porque había una historia muy larga de afectos y de episodios compartidos entre los dos. Y empezaba cuando la familia de Javier pasaba sus veraneos en Las Arenas, incluso en Algorta,en aquel piso que pronto se les quedaría pequeño, pero del que guardaban siempre los madriileños un grato recuerdo. Tanto que al pasar por la carretera que les conducía a la playa, el padre de ellos se dirigía a hijos y sobrino con esa permanente advocación:
- ¡Un saludo a las moñoñas!
A lo que había que contestar siempre y a voz en grito:
- ¡Hola!
Jorge Brassens nunca supo por qué a las propietarias de aquel piso algorteño se las llamaba de esa forma, pero esa expresión llegaría a formar parte de una suerte de rito convenido. Se parecía bastamte a cuando, años más tarde, Brassens acudía a comer o cenar a la casa de sus tíos-primos en Aravaca en Madrid. A los postres su tío, antes de ofrecerle una copa de contenido bebible –whisky, por ejemplo- le sugería la posibilidad de tomar un licor de “prunelles”, que era un liqúido que se conservaba en el mueble-bar de la casa y que no había quien le echara un tiento. Y cuando Brassens rechazaba con amabilidad el ofrecimiento, su tío hacía una rictus de falsa amargura con la boca para decir que aquella botella les sobreviviría a todos.
Como por otra parte había ocurrido.
Recordaba Jorge Brassens cómo, a la puerta de esa magnífica casa que su tío, arquitecto de profesiópn, había edificado, entregaba a su amigo-primo Javier un ejemplar de su primera novela, edición casera, portada de Lorsen, su mujer: “Conflicto en Chemical”, y que la dedicatoria que le hacía tenía que ver con un hecho luctuoso: que su padre había muerto, de una manera rapidísima, en apenas dos o tres semanas.
Era su tío Jorge un hombre jovial, ingenioso, social… a decir de Lorsen, “uno de esos señores del Bilbao de siempre, de los que tienen gracia”. Ahí estaba, en la boda de Brassens, cuando ella atravesaba el pasillo central de la iglesia –a esa ceremonia, Javier, que fuera llamado a ser testigo de la boda, no asistiría: un accidente de coche se lo impediría-. Y Lorsen resoplaba afanosamente en ese principio de un día tan importante para ella, nerviosa, un tanto intranquila: “¿Habré acertado con el traje? ¿Estaré bien maquillada? ¿Saldrá bien todo?” Pero Jorge Arriaga), vuelto hacia ella, en el exterior de un banco de la iglesia del Carmen, le hacía con la mano en la boca el gesto simpático por el que Lorsen ya podía colegir que según él estaba guapísima. Y Jorge Arriaga tenía razón, por supuesto.

Y es que no había otros. Alguna vez pensaría Jorge Brassens que, más que una prolongación de su familia, la familia Arriaga podía ser algo así como el clan del que a él le hubiera gustado formar parte. Claro que no es oro todo lo que reluce, le habrían dicho sin duda ellos si lo supieran. Pero había una inteligencia especial, del tipo de la emocional, quizás, que les permitía a ellos encontrar las palabras más adecuadas en los momentos trascendentales. Como su tía Ángeles –la madre de Javier Arriaga- cuando estaban a punto de llevarse el féretro con los restos de Lorsen y ella sususrraba al oído de Jorge Brassens, esas que fueron para él palabras de consuelo definitivo, porque concentraban en esas cinco palabras la respuesta a todas sus dudas, acrecentadas además por ese beso que le negaba su hermana, ante el cadáver todavía caliente de ella, en un exiguo apartamento de la calle General Concha de Bilbao:
- Has sido un buen marido.
Era cosa de familia. Como uno de esos días, Carol Lope de Reuda, junto a la cama de Javier, hospitalizado ya:
- Vendré a esta clínica. Pero no me importa entrar, porque te siento igualmente.
No siempre se podía entrar, desde luego. Seguramente destrozado por dentro, la lucidez plena por fuera, Javier debía consumir raciones mayores de calmante en un proceso que nadie pensaba ya que tuviera solución. Y había ocasiones en que no se le podía ver. Pero sí sentir su presencia al otro lado del delgado tabique, su respiración, su sueño, su escasa vida que se le escapaba a chorros.

2 comentarios:

Blanca Oraa Moyua dijo...

¿quieres que te diga uno de los motivos por el que ya no tienes tantos comentarios?

Sake dijo...

Si ya sabemos de memoria los acontecimientos comunes de la vida y todas las variantes que pueden sucedernos ¿porque aún nos sorprendemos y afectamos? quizás porque ésos nos tocan de cerca.