miércoles, 12 de enero de 2011

Intercambio de solsticios (115)

Pablo volvía a consultar su reloj. Sus disquisiciones le habían distraido. Eran ya la una y trece minutos. Decididamente la chica no era puntual, aunque… seguro que se trataba de una estrategia de esas con las que las mujeres acostumbran castigar a los hombres. Por lo menos en la primera cita. No pueden ser ellas quienes esperen. Jamás. Luego quizás puedan llegar a la hora prevista o incluso consumir minutos y hasta horas, días, semanas, meses y años esperando a su hombre. Pero la primera cita –y cuando prácticamente es una cita a ciegas, además- en ningún caso.
A Cristina le gustaba leer, ir al cine, la música moderna, viajar… eran esas las cosas que se dicen siempre. También a él. Pero apenas leía más que el Marca o los titulares de los periódicos –nunca compraba un diario de información general-, en cuanto a la música… se había quedado en los consabidos Miguel Ríos y Sabina –nada de clásica, eso era para dormir a las ovejas- y lo de viajar… hacía tiempo que la única ruta que hacía era la línea cuatro del metro. Eso sí, iba al cine: se pirraba por las “pelis” eróticas y tenía una buena colección de las más crudamente porno; del cine serio, eso que llamaban “de autor”, mejor no hablar, todo lo más algo de alguna estrella de Hollywood, especialmente Robert de Niro haciendo alguna machada de las suyas. Aún así, Pablo extraía de la información de algún amigo más cultivado que él –era fácil estar más cultivado que Pablo- informaciones que proyectaba sobre el cándido universo de Cristina, hasta subyugarla.
Porque Cristina le hablaba de alguna novela que la había situado en un universo diferente, de música que la transportaba, de películas que la llevaban a mundos que jamás ella hubiera imaginado… parecía una chica soñadora, pero a la vez era una persona práctica, con sus estudios de Derecho en la jesuítica universidad y su bufete compartido con alguna amiga, dedicadas todas a deshacer matrimonios.
¿Qué pensaría ella del matrimonio, de la pareja? A simple vista Cristina parecía una chica convencional. Algo así como eso de “para toda la vida”, aunque aceptaba no pasar por la iglesia, pero siempre pensaba en “la madre”. ¡El disgusto que se llevaría ella si el suyo fuera un matrimonio civil.! ¡Casi mejor vivir “arrejuntaos”, que eso siempre se soluciona más tarde con una bendición!
Tenía madre y padre, Cristina. Pero este último no pinchaba ni cortaba. Era un señor que se cepillaba sus vinos con la “cuadrilla” todas las mañanas y las tardes y volvía convenientemente mareado al hogar familiar. Era un buen presagio, después de todo las mujeres muchas veces se enamoran de un clon de sus padres…
Las dos menos cuarto. ¿y si no venía? ¿Se había molestado con él? ¿Se había sentido engañada? Si así era se trataba de una egoísta, de una tía cursi, de una pija de esas…
Se la imaginaba riéndose a carcajada limpia, ¡”¡Ese se cree que voy a aparecer por el Guggenheim!”, se diría mientras paseaba por el faro que divide el Abra, sus cabellos rubios al viento… una hija puta cualquiera.

Para cuando Pablo dirigía sus vacilantes pasos hacia el metro que lo dejaría en Termibús, con el único objeto ya de comprar el billete de autobús de salida más próxima con destino a Madrid, eran ya las tres y treinta y tres, tenía en el cuerpo tres cañas y dos gin-tonics y cuarenta y cinco euros menos en el bolsillo… y un cabreo que le duraría semanas y meses.

2 comentarios:

Sake dijo...

¿No tienes paciencia para esperar? entonces no sueñes con nada de valor porque lo bueno es dificil conseguirlo a la primera y sin esperar.

Blanca Oraa Moyua dijo...

Me tienes en vilo.
Por favor ¿ese tio es imbécil o no tiene móvil?