10’30 a.m.
- ¿Me puedes decir dnde están los cubiertos?
- Mira en el primer cajón. A la izquierda de la cocina.
- No los encuentro.
- ¡Cómo sois los hombres!
Chelo emergía de un cuarto de baño, envuelta en un vaho que la convertía en una especie de objeto extraterrestre, sensación que se veía acentuada por su “toilette” de blanca toalla grande que la envolvía toda entera y de una toallita de mano que ocultaba su cabello. A pesar de sus más de 50 y las arrugas que ya comenzaban a visitar su cara, se podía decir que era guapa.
En un santiamén Chelo abrió el cajón, recogió como al azar un conjunto de cubiertos y lo volvió a cerrar. Depositó la artillería metálica en la mano de Elías que la miraba con gesto aturdido.
- Creo que están todos –dijo antes de ser tragada de nuevo por las brumas del cuarto de baño.
Elías vestía de una camiseta de Tintín y de un calzoncillo y se calzaba con unas zapatillas robadas por alguien en de un hotel de los caros, de cuando la gente normal se había creído gente con posibles y no dudaba de solicitar créditos para realizar las vacaciones que había soñado toda su vida.
El café ya hacía los ruidos correspondientes a su preparación y Elías pegó el oído hacia el cuarto de baño, por notar si Chelo estaba ya lista. ¡No se trataba de crear tensiones en la primera noche que dormían juntos! Además que no había estado del todo mal. Sólo pudo advertir el rumor constante del motor de la secadora. Podía tomar un café.
Se oyó un ruido que surgía del otro lado del apartamento. Luego el chirrido de una puerta. Para acabar con la figura de una mujer vestida con una camiseta de Tintín que le venía bastante justa. Le quedaban al descubierto unas oiernas grades y algo gordas. En resumen, se trataba de una de esas señoras situadas entre los ’40 y los ’50, de un cierto buen ver, pero que ya iban perdiendo sus formas de forma apreciable.
La mujer bostezaba y se estiraba de modo ostensible. Un momento después advertía de la existencia de Elías.
- ¡Ah! ¡Eras tú! He escuchado el ruido y me he desvelado.
Elías balbuceó una escusa que no sabía muy bien siquiera si debía ofrecer.
- No. No te preocupes –dijo la mujer-. Hola. Soy Alicia –se acercó, inclinó la cabeza y puso su boca alternativamente sobre sus dos mejillas para saludarlo.
Elías trataría de incorporarse sorprendido. Pero el gesto le quedaría un tanto ridículo.
Le dijo su nombre y le ofreció un café.
- Huele de maravilla –aceptó Alicia poniendo un mohín gracioso.
- Es que no existe mejor cosa que el café para empezar la mañana –dijo Elías por no saber qué decir.
Por toda respuesta, Alicia bebió un sorbo de la taza que Elías le acababa de servir.
- Perdona que no diga nada, pero es que estos domingos por la mañana tengo mucho sueño atrasado y me cuesta despertarme. Bueno… -añadió filosófica-, tampoco es que el resto de los días ande demasiado bien de reflejos, tampoco.
La puerta del dormitorio por el que había surgido Alicia volvía a abrirse. De ahí surgía la figura de un hombre bajito, enclenque y calvo. La mirada perdida en un incierto horizonte y una camiseta “beige” de Leonard Cohen.
- Buenos días –dijo con naturalidad-. ¡Qué bien! ¡Si hay café y todo!
- Lo que no hay es una taza –se disculpaba Elías-. Ahora te la traigo.
- No te preocupes. ¡Si ya sé dónde están! –Y antes de desaparecer en la cocina dijo el tal sujeto:
- ¡Ah! Me llamo Jorge.
A Elías no le dio tiempo de repetir su nombre. Pero enseguida estab ya Jorge con una taza de café. Entonces se pudo identificar.
- ¿Y Chelo? –preguntaría Jorge después de darle un buen sorbo a su primera taza de café.
- En el cuarto de baño anunció Elías.
- Ya se la oye –dijo aquel.
- ¿Tardará mucho? –preguntó Alicia, que se movía nerviosa en la silla del comedor.
- No –dijo resuetamente Jorge-. Es una chica rápida.
Parecía como si le obedeciera. Chelo aparecía en el dintel de la puerta del salón.
- El cuarto de baño está libre –anunció.
Como un resorte se levantaba Alicia y desaparecía en el vaho que inundaba aquel espacio.
-¿Ya os conocéis? –preguntó Chelo a los dos hombres-. Y como sin esperar a su respuesta añadía:
- Elías. Este es Jorge, mi “ex”.
- Ya nos hemos presentado –dijo este.
- Pues eso –dijo Chelo-. ¿Puedo tomar un café?
- Voy a por otra taza –anunció solícito Elías.
- Te lo agradezco, guapo –dijo Chelo a la vez que encendía un pitillo-. ¿Qué tal anoche?
- Bien –contestó Jorge-. Ya ves que no he dormido solo.
- ¡Ah, sí! ¿Y cómo se llama el polvo? ¡Porque lo que es ni siquiera se ha presentado la tía! –dijo Chelo sin cortarse.
- Se llama Alicia. Y por favor, Chelo. Tengamos la fiesta en paz.
- Vale, vale. Es que se ha largado sin decir ni pío.
Apareció Elías con la taza en ristre. Se oyó la cisterna del retrete y momentos después volvía Alicia.
- Perdona. Es que tenía un pis que me escocía. Me llamo Alicia.
Chelo presentaba sus dos mejillas para ser besada.
- yo soy Chelo, la “ex” de tu…
Jorge la observaba con prevención. Y como no acabara la frase, decidía cambiar de conversación.
- ¿A alguien le apetecen unos “croissants” a la plancha? Sobraron de ayer, pero seguro que se dejan comer.
A todos les parecía muy bien la idea. Estaban hambrientos.
Jorge desapareció del salón. Chelo se servía otra taza de café a la vez que decía.
-No si… esto de la crisis y de las hipotecas no sólo mantiene vivos a los matrimonios que ya se han muerto, sino que crea nuevas relaciones…
Alicia y Elías se echaron a reír.
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1 comentario:
Sabes lo que ocurre, no es que me haya olvidado de ti, no, pero sucede que al llegar la noche todo es pardo y como tengo frio busco nuevas compañias.
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