jueves, 16 de diciembre de 2010

Intercambio de solsticios (104)

El avión despegaba finalmente a las 8 de la tarde y aterrizaba en el aeropuerto de Roma a las 10 y media. Previsora como siempre, Vic Suarez había preordenado sus respectivos emplazamientos por Internet. La casualidad había querido que volaran juntos a Roma, pero en ubicaciones diferentes desde la “ciudad eterna” hasta Florencia. Jorge Brassens pensaba que sería muy difícil que tal circunstancia se produjera realmente. El vuelo hacia la bella cuna de Nicolás Maquiavello habría salido mucho tiempo antes.
Brassens recordaba el mensaje de Zanotto, el dirigente del partido de progreso italiano:

“Estimado señorBras, bienvenido a Italia si ya ha llegado…”

Y le facilitaba su móvil. Brassens contestaría:

“Llegaré esta noche y tengo previsto tomar el bus de las 9’10 a Siena….”, pero eso había sido por la mañana. Ahora tenía la sensación de que todo quedaba trastocado, de modo que le escribía otro SMS:

“Estoy en Barajas. Vuelo retrasado por huelga de transportes en Italia. Llegada a Roma hacia las 22 hrs. No sé a qué hora estaremos en Florencia. Llamaré”.

A lo que Zanotto contestaría:

“Vale! Me haga saber y no se preocupes. Si hay algún problema cambiaremos el programa de mañana”…”

Brassens le ponía otro SMS:

“Gracias. Aún sigo en el aeropuerto de Madrid”

Como ya se hadicho, eran ya las 10 y media de la noche cuando Vic Suárez y Jorge Brassens llegaban a Roma. El aeropuerto de Fiu Micino era un monumento al caos. En el distribuidor de pasajeros para conexiones y salidas de recogida de los equipajes había un mostrador en ángulo que alojaba a tres azafatas cuyas expresiones evidenciaban la cercanía del colapso. Desués de un momento de confusión pudieron observar en el panel de salidas que su vuelo a Florencia había despegado ya. Seguramente que a su hora prevista de las 9 de la noche.
Vic se fue hacia las maletas, en tanto que Brassens hacía la cola –su italiano era algo más aceptable que el de ella-. Para hacer algo más corta la espera conectó el móvil. Zanotto le esperaba durante todo el viaje con un mensaje:

“Estimado Sr. Brassens, creo que sea (sic) mejor quedar un poquito más tarde así que puedan descansar. Hay otro autobús que sale a las 10.10 y llega a Siena a las 11,25. les esperamos en Vía Tosí a las 11,25”.

A lo que el receptor del mensaje contestaba:

“Me temo que no será posible. Creo que pasaré la noche en Roma. El avión a Florencia ha salido sin nosotros”.

Vic Suarez volvía del “hall” de recogida de equipajes sin la voluminosa maleta que habían preparado en Madrid. No había salido por ninguna de las cintas.
Fue una larga espera en la cola ante el mostrador angular, no exenta de una inevitable señora que intentaba sobrepasar a la pareja.
Pudieron transcurrir sus buenos quince minutos cuando se encontraron frente a la azafata, que después de consultar su ordenador y de realizar una llamada anotaba con su bolígrafo el nombre de un hotel en la tarjeta de embarque que Brassens le exhibía. En cuanto a su conexión con Florencia, la de las 9 y media de la mañana era poco menos que imposible: sólo les quedaba la opción de tomar el vuelo de las 5 y media de la tarde. Pero esa era la hora en la que debían presentarse en la Biblioteca Nacionasl de Florencia. Brassens rumiaba ya la posibilidad de coger un tren.
Salieron hacia el salón de recogida de equipajes. En efecto, no había rastro de su maleta. Así que se fueron hacia la oficina de reclamación. Una azafata de aspecto meridional declamaba –como si se encontrara sobre un escenario- la versión oficial:

“Ha habido una huelga. Pronto saldrán sus maletas”.

Así que volvían hacia las cintas. Nada, ni rastro.
Regresaron a la oficina de reclamación. Allí había un azafato con posibilidades de un mayor remango. Brassens le dijo que necesitaban de la maleta para dormir en Roma. Como suponían estaba facturada hasta Florencia. El empleado de Alitalia hizo una llamada para que la sacaran.
Zanotto, inasequible al desaliento, le decía:

“Entonces como prefiere hacer, que nos vemos más tarde o el domingo?”

A lo que Brassens contestaba desde una banqueta situada junto a la cinta de equipajes que les habían indicado:

“Seguimos aún en el aeropuerto de Roma. La maleta no aparece. Supongo que será mejor el domingo”.

Debieron transcurrir otros diez minutos para que apareciera finalmente la maleta.
Con ella se fueron hacia otra Terminal para reclamar un reembolso de gastos. La azafata de Alitalia que les atendía se daba cuenta de que el hotel que les habían asignado estaba repleto y que debía alojarlos en otro, que sólo podía situarlos en el vuelo de las 5´30 para Florencia y que si querían tomar un tren deberían reclamarlo por otra vía.
Amablemente les acompañaba la azafata a la salida del aeropuerto donde unos minutos más tarde aparecería una pequeña furgoneta del hotel.

1 comentario:

Sake dijo...

La verdad si hay tantos problemas con los aviones yo me monto en mi coche y tranquilamente me hago el viaje, al final voy a tardar lo mismo.