- ¿Vic Suarez?
El telefonillo del portero automático subrayaba la ya metálica voz de Huang. La aludida no sabía siquiera si debía contestar. Si lo hacía podían intentar forzar la puerta para ir a por ella, cualquiera que fuera su propósito; si no lo hacía, pensarían que no había nadie en casa y se aprestarían a robar o a tomar la casa en calidad de “okupas”. Su carácter era siempre resuelto, así que decidió dar la cara.
- Soy yo. ¿ Con quiién hablo?
- Soy Juanito, el compañero de tu marido en la Junta. Tengo que hablar contigo.
Le bastó on su acento inequívoco, su tono de voz gutural y el alto volumen. Pulsó la tecla y se abrió la puerta.
- Es importante que hablemos –declaró Juanito desde el umbral de la entrada.
Vic le animó a que entrara. Antes de ofrecerle alguna bebida le pidió que le contara el motivo de su visita.
Entonces no hubo lugar a ofrecimiento alguno. Vic debía acudir con urgencia a Chamartín. Ella conduciría su coche, Juanito lo haría en moto.
“Cardidal le ha pegado”. Las palabras del responsable de comercio de la Junta resonaban sobre sus oídos. Seguro que ha sido otra de las barbaridades de ese sheriff arrogante y sietemachos que dirigía la “inseguridad” generalizada en el barrio, Jorge no era un tipo violento. El Volkswagen Golf de Vic Suarez volaba sobre la calzada irregular de esas calles del norte de Madrid y sus pensamientos trataban de coordinar una historia que tuviera relación con esas cortas palabras.
Aparcó en la estación ante la mirada atenta de algún policía, que con su expresión decía que tenía una versión de los hechos, no importaba cuál.
Jacobo Martos la recibió en la puerta del edificip interior.
- ¡Victoria! ¿Qué tal? -dijo con la expresión algo afectada que acostumbrada.
- Vengo a ver a mi marido –dijo con firmeza Vic.
- No está mal. Sólo en observación... –empezó el presidente de la Junta.
Pero Vic Suarez ya estaba cogiendo el pomo de la puerta que daba acceso al dormitorio en el que se encontraba Jorge Brassens.
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1 comentario:
No no creas que a la violencia hay que responder necesariamente con violencia a veces las palabras y los hechos son suficientes para ganar una batalla.
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