Hay un proverbio ruso que viene a decir: antes de empezar un viaje resulta conveniente sentarse unos minutos, preferiblemente sobre tu equipaje. Jorge Brassens no lo hizo así. Volvía de Bilbao y de Vitoria donde intervenía en un debate sobre un antepasado suyo –político, por más señas- y llegaba cansado a Madrid. Había participado en una cena-coloquio y extrañado la cama. Sin embargo, el habitual sentido práctico que anidaba en su novia le mantenía tranquilo.
Llegaron a la Terminal 2 del aeropuerto de Barajas, lo cual constituía un segundo motivo de ánimo. La 4 venía a ser ua especie de monumento a la dificultad, con sus largas distancias, trenes interiores y desconcertantes cambios de puerta.
Así que Vic Suarez se apresurba a dirigirse al mostrador de Alitalia donde no tardaba en recibir un pequeño jarro de agua fría: a consecuencia de una huelga de transportes, los servicios se reanudaban a las 4 de la tarde, pero los retrasos se acumulaban y su vuelo a Roma –previsto para las 6- no saldría hasta las 8.
Jorge Brassens tenía concertado desde hacía meses aquel viaje. Su amigo, el abogado Alfonso de Virgilis, le había invitado como todos los años- a la entrega de los premios “Galileo 2.000” y esta era la tercera oportunidad en que asistiría. Por otra parte, el partido progresista, cuya responsabilidad de relaciones internacionales ostentaba, había recibido una comunicación de un partido homónimo italiano, radicado en Siena, con cuyos dirigentes tenía previsto entrevistarse justamente el día siguiente.
Vic Suarez y Jorge Brassens facturaban su equipaje para Roma, confiando en que una especie de milagro laico les permitiera llegar a tiempo a su lugar de destino. Pero Vic Suarez no se quedaba tranquila. Se dirigía ahora al mostrador de atención al cliente de Alitalia, donde una azafatake ofrecía la alternativa de un viaje a Roma para la mañana siguiente. Pero había una dificultad: el avión despegaría a lass 6 para poder conectar con el vuelo a Florencia de las 9´30. Vic se lo anunciaba a su pareja con la seguridad de una incomodidad compartida.
- Demasiado pronto. ¿No te parece? –dijo ella.
- Nos tendríamos que levantar no más tarde de las 4 –afirmaba Brassens.
Así que se fueron a comprar un periódico, que leería Jorge Brassens mientras tomaban un café. La corrupción devastaba titulares y contenidos de las noticias. “Todo igual que siempre en esta España que pierde en todos los campos”, pensaría.
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