Entonces se hizo un silencio de sepulcros. Martos tenía la expresión demudada, la boca abierta, incapaz de proferir palabra alguna.
Adelfa miró en dirección al presidente, como si esperara de este alguna protección. No la recibiría, sin embargo.
Cardidal no era persona que no cumpliera con sus amenazas. Con su “walkie-talkie” se comunicaba con alguien en voz inaudible.
Ocurrió muy rápidamente. Adelfa se levantó de su asiento. Dio dos pasos hasta encontrarse a la altura del Consejero de Interior, acercó su cara a la de este, cobró impulso y le lanzó un gran escupitajo que mojó el extremo de su cara y una parte del aparato transmisor.
Cardidal dejó el “walkie…” sobre la mesa. De un salto se puso en pie.
- ¡Esto lo vas a recordar lo poco que te quede de vida! –gritó.
Sacó uno de los revólvers que guardaba en sus cananas y puso el cañón sobre el pecho de la gabonesa.
Jorge Brasses se levantó.
- Esto no es admisible… -empezaría a decir el responsable de exteriores de la Junta.
Entonces Cardidal, ahora con su mano izquierda, sacó su otra pistola con la que recorrió al conjunto de los asistentes.
- Si alguien se mueve, tengo que advertirle que disparo igual de bien con la derecha que con la izquierda.
Pero Brassens ya se encontraba a la altura del jefe de la policía.
- No voy a permitir esto –dijo.
Cardidal retiró por un momento su revólver del pecho de Adelfa y propinó con su mano derecha armada un fuerte puñetazo al responsable del exterior. Este caería con estrépito entre una de las paredes del recinto y la fila de sillas.
Adelfa aprovecharía la corta liberación de la amenaza para dirigir un fuerte rodillazo sobre el aparato genital de su agresor. Este hacía un gesto de inaudito dolor, dejaba caer inmediatamente sus pistolas en el suelo y se agarraba con las manos sus partes como si aquel gesto sirviera para aliviar sus molestias.
Alguien aprovechó la oportunidad para recoger las armas, ponerlas sobre la mesa y empujarlas hacia el extremo izquierdo de la misma. Otro consejero las recogía de ese lado y las ocultaba silenciosamente bajo la carpeta.
Santiago Matritense se dirigió hacia Jorge Brassens que yacía desmayado. Sangraba profusamente por la boca.
Cardidal se incorporó de nuevo e intentó avanzar hacia la Consejera de Asuntos Sociales. Pero ya eran tres o cuatro las personas que los separaban.
Matritense y y “Juanito” –el chino- se llevaron a Brassens fuera de la sala de reuniones. En algún lugar de la casamata interior del “Palacio de la Estación” había un cuarto con una cama.
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1 comentario:
Cuando faltan los argumentos, cuando se taponan los oidos y los gritos nos impiden hablar es cuando aparecen las pistolas con su carga de muerte.
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