Llegaban al hotel Hilton Garden Inn hambrientos y agotados. El sonriente recepcionista les indicaba que tenían derecho a un pre-congelado y a una bebida fría –no alcohólica-. Dentro ya, Vic Suarez se había internado en la sala adjunta al mostrador y observaba las posibilidades alimenticias. Se decidieron por unos “spaghetti carbonara” que habría que calentar en un horno microondas que los previsores gerentes del establecimiento habían dispuesto en la misma planta baja, en atención a los viajeros de horarios no clasificables.
Primero sería la maleta, después el microondas. Jorge Brassens prefirió media botella de Chianti que anudara su fatiga con el sueño. Y de cualquier manera comieron aquel bocado que les pareció servido por el mismísimo Hotel des Pyrenées en St. Jean-Pièd-du-Port.
Antes de concluir la jornada, Jorge Brassens volvía a su bandeja de mensajes como el poeta místico “de su corazón a sus asuntos”. Zanotto se había puesto de nuevo en contacto:
“De acuerdo. Le llamaré mañana”, pudo leer.
Cuando apagaban la luz su reloj le dijo que eran ya las 2.
La mañana les despertaba sobre las 9. Se arreglaron y desayunaron el acostumbrado y bien provisto “buffet” del hotel.
No pudieron tomar el autobús-lanzadera que les conduciría de nuevo al aeropuerto, de modo que esperarían hasta las 12.
La estación del tren se encontraba bastante cerca de la terminal del aeropuerto. Compraron billetes para Roma-Términi. El viaje resultó agradable y rápido.
Llegados a la estación central, el previsto viaje a Florencia no aparecía por ninguna parte. ¡Y eso que el tren tenía que salir en 13 minutos! Descansado por su anterior noche, Jorge Brassens intuyó que se trataba del tren a Milán que hacía escala en Florencia. En realidad no había demasiado misterio: ya le había ocurrido en alguna otra ocasión. Lo cierto era que sólo se anunciaban las estaciones del destino final, y así Florencia o Peruggia no resultaban noticiables.
Se instalaron en sus asientos, pero el maletón impedía a una señora mayor acceder al lavabo, con lo cual esta protestaría. Una viajera solidaria le dijo que podía reclamar que Suarez y Brassens movieran el equipaje en caso de necesidad: Lo cierto era que no había sitio material para alojar esa maleta que la azafata de Alitalia en Madrid había rebautizado con la pegatina de “heavy weight”.
Llegaron a Florencia. Quiso la fortuna –no la “virtú”- que el hotel Macquiaveli, en el que se hospedarían- se encontrara a sólo 5 miutos de la estación y que la tarde fuera espléndida.
Era un establecimiento un tanto vetusto, pero agradable y sobre todo
bien ubicado. Deshicieron el equipaje y decidieron dar un paseo por la bellísima ciudad antes de vestirse para la recepción en la Biblioteca Nacional y la Santa Crocce. Pero antes, Brassens consultó los SMSs recibidos.
Efectivamente había uno de Zanotto:
“”Estimado Sr. Brassens. Lo siento mucho pero mis compañeros no pueden mañana… Sería posible para Ustedes verse hoy por la tarde? Podéis almorzar aquí a las 14 o 14´30 u, si o, a las 15’30 en Siena o también en Florencia”.
Ya eran las 4. Brassens contestaría:
“Acabamos de llegar Florencia. A las 17 hrs- debemos estar arreglados para una reunión cultural seguida de una cena. Se le ocurre alguna alternativa?”
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1 comentario:
Por favor recuérdame a que he venido a éste lugar porque con el trasiego de horarios maletas trenes y aviones ya no se para que he venido aqui.
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