miércoles, 22 de diciembre de 2010

Intercambio de solsticios (106)

Lanzarote, 10 de enero de 2003

Querida Lorsen:

Como ves mi recuerdo sigue prendido a ti como si lo hubieran pegado con “super glue” –lo sé porque es la marca que me recomendaron para fijar el pastillero que te cambié por el que tenía yo, y que debía ser de tu padre o de tu madre-. Esa fijación me hace tomar otra vez el ordenador para contarte los recuerdos del día.
Cecilia canta, con Miguel Bosé, “Mi querida España”. Esa España que quisiste tanto hasta abandonar por ella –y para votarme en las elecciones, todo hay que decirlo- tu pasaporte alemán, ante el gesto incrédulo del funcionario del consulado.
Terminé, como siempre, triste, mi carta de ayer, Engañado por el horario –no sé por qué a la hora de adelanto canario le sumé otra- y por la necesidad de salir de casa –que a veces se transforma para mí en una especie de prisión- dí mi paseo de rigor. Como veía que aún era bastante pronto me adentré en las peluquería de los vecinos, donde me cortaron el pelo y me arreglaron la barba. La gestión me sentó bien: el paseo cansa y el lavado de pelo relaja.
Vi las noticias de Tele cinco. Hablé con mi madre –habían pasado varios días sin noticias y en casa de los Brassens puede ocurrir el episodio más grave sin que te enteres en absoluto. Su voz sonaba a ese catarro que no la ha abandonado en todo el invierno, pero según me aseguraba había salido de casa, y hacía mucho frío. Pilar está bien, mi hermana Teresa ha pasado la tarde con ella.
Puse luego un DVD. Primero uno de Bergman, que intuía un tanto deprimente: el caso es que no funcionaba. Después “El tercer hombre”, un clásico en que actúan Orson Welles y Joseph Cotten. Me gustó y me entretuvo. Cansado, me fui a la cama después de tomar mi consabido “dormodor”, y de intentar sin éxito hablar con Antonio Lorenzo: su teléfono estaba comunicando.
Esta mañana me he despertado a las ocho y media –peninsulares-. Después de desayunar y de leer “El Correo” por Internet he hecho algunas llamadas. Entre una cosa y otra, la agenda de la semana que viene la tengo poco menos que repleta, lo cual me permitirá una cierta distracción, una huida cierta aunque a plazos de tu recuerdo.
He modificado mi paseo. Hoy he ido por el Puerto hacia el pueblo, hasta el Registro de la Propiedad, donde me esperaba Antonio Lorenzo. Su suegra se encuentra relativamente bien, aunque todo está por ver. Quizás mañana no nos veamos, por lo que el rato que hemos pasado juntos ha compensado: Una estancia en Lanzarote sin verse con Antonio sería como una bella ocasión perdida. Era evidente que tú estarías presente en la conversación, pero Antonio no pierde esa medio sonrisa pegada permanentemente a la cara. “La próxima visita irá mejor”, le he dicho. Yo confío en que el tiempo mejore mi estado de ánimo, en medio de tu perpetuo sueño.
Ha sido la última comida –por esta temporada- en Lanni’s. Esta noche cenaré con Cristina y Agustín y –previsiblemente con Manolo y Ana-, aunque les he asegurado que no estoy para muchas copas. Con esta gente hay que tener un cierto cuidado, ya sabes cómo son.
Mi penúltima postal para Pilar está escrita e introducida en su sobre. Y casi me encuentro más en Bilbao que en Lanzarote. Confieso que no me da pereza. Esta isla se ha convertido en un enorme espacio de soledad, tristeza y llanto.
Pero volveré. Lanzarote se ha convertido en un reto más. No quiero que me venza nada de lo que ha formado parte de nuestra vida en común. Dejaría espacios en negro, y esos espacios –como enormes cráteres lunares- serían pequeñas tumbas puestas a lo largo de mi existencia, pequeñas-grandes muertes. Y creo que con una basta. No me puedo permitir plantar cruces a diestro y siniestro. Como mi abuela Pilar que, cuando supo que nos estábamos haciendo una casa en Burguete, me dijo: “Tendría que haber vuelto”. Porque el regreso es siempre un triste recuerdo de la ausencia. Pero el regreso permite otro, y otro, y otro... Y que los recuerdos, aunque no cambien, se vayan conformando con otros. Y que la vida siga.
Prefiero observar tu foto con Bècaud con esa expresión de alegría, de encontrarte bien, y que me llama a que yo también pase lo mejor que pueda el resto de mi vida. Quiero recordarte, no como un ancla que me lleva hasta el fondo del mar, como testimonio que amarre tu recuerdo, sino como el deseo de que sea feliz, en una vida ordenada, grata, quizás sin excesivos sobresaltos.
Nada ni nadie te podrá sustituir. La magia de tu persona no se parecerá a ninguna otra mujer. Pero yo tengo que pasar –y cuanto antes- esta dolorosa página de mi vida. No puedo seguir culpándome por tu muerte, no debo seguir rodando por esa noria injusta que es el condicional “si...” persiguiéndome a lo largo de toda la vida, no es posible que me arruine o que me deje llevar.
No. No cabe la derrota. No es posible que arroje la bandera blanca y que me enrolle en ella a la manera de un sudario.
Además que sabes que no creo en nuestro reencuentro. Si tú lo has experimentado con tus seres queridos, ahora tienes la tarea de rezar por mí. Confieso que me gustaría: Poder verte, en una forma brillante, azulada o rosácea, como los destellos del amanecer o del crepúsculo, al otro lado del puente o de la otra orilla, conducido por ese barquero que lleva por nombre el de Caronte. Y que tú me tendieras la mano para que ganara la nueva y prometida tierra. Y que allí se encuentre mi abuela Pilar, también. Y que entonces me funda en un abrazo para siempre, para todos los años y todos los siglos, con todos vosotros. Pero creo que eso sería más bien una imagen de mi cerebro moribundo: los últimos destellos de inmortalidad que provocarían sus células mortecinas, aún imbuidas por el vano sueño de lo infinito, de Dios, del cielo. Me gustaría verte otra vez con vida, sentir una mano caliente –tan diferente ¡ay! de la que tomé por última vez-, un beso amable y cálido, unos ojos vivaces y no vidriosos, una risa espontánea y alegre... Quisiera creer en todo eso, porque me gusta la idea del retorno. Me gustaría tanto que incluso me dejaría deslizar por el tobogán. A pesar de todo lo que deje por aquí, a pesar dePilar, de mis compromisos, a pesar de las casas que hemos ido creando juntos y que nos han fijado -ahora a mí- a lugares distintos.
Pero no puedo ni debo pensar en ello. Mi idea debe ser la de la lucha. Yo aún no he pasado el testigo a nadie. Todavía no he cumplido con mi obligación. Tampoco tú, perdona por esto, tampoco tú pudiste pasar el testigo: te venció la tristeza, se te paró el corazón, sin apenas pedirte permiso. Quizás tú le dijiste que no merecía la pena luchar más. Pero en eso tú no deberías ser un ejemplo para mí. ¿Qué sería de todos nosotros si nos marcháramos inmediatamente detrás de nuestros seres queridos?
Dejemos tiempo al tiempo. Y si en la otra orilla, cuando me toque –quizás antes que más tarde- tú me tendieras tu mano, siempre amable, sería solamente porque tu ángel me ha salvado de la muerte. Pero para eso tienes que haberte salvado tú antes. Y me parece que no eres mucho más que las cenizas que compartimos tu hermana y yo. O las fotos que te recuerdan. O los paisajes que recorrimos juntos. O las palabras que tú decías... ¡Qué más nos queda de los muertos sino el recuerdo de lo que fuisteis!

Quizás mañana vuelva sobre mis recuerdos, mis sensaciones. Pero esa pesada noria está pudiendo conmigo. Es más un ancla que me inmoviliza en un radio de acción tan pequeño que apenas si existe. Me gustaría que esta Lanzarote-cárcel –que era para ti Lanzarote-liberación- se fuera por una temporada de mí, para volver –pasados unos meses- convertida en lo que fue, en lo que fuimos. Cuando tu recuerdo tenga una mayor liviandad, cuando no me pese tanto el haberte conocido y vivido. Cuando Jorge tenga por fin una entidad propia y pueda mirar hacia las olas de Matagorda pensando en el futuro y en sus retos y en sus luchas, más que en lo que ha dejado atrás.
Cuarenta y siete años son muchos. Los suficientes para dejar de luchar –tú lo hiciste con cuarenta y cuatro-. Pero yo no puedo permitírmelo. Y te pido que desde esa presunta orilla en que te encuentras me des fuerza y ánimo y valor.
Debo confesar que, en esta ocasión, en esta isla, no lo he conseguido.

No sé hasta cuando. Pero mi beso está en ti permanentemente, guapa.

2 comentarios:

Sake dijo...

Crees que por haberte ido has arruinado mi vida para siempre ¿verdad?, pues te digo que yo voy a seguir viviendo y sintiendo aunque no sea más que tu recuerdo.

Antonio Valcárcel dijo...

Cuando un amor se va físicamente y en nuestros recuerdos retornan con sabor agridulce. aún sé puede ir tirando de la vida. Pero, cuando un amor te abandona como a un perro en una perrera y aún la sigues amando; es al igual que a un cuerpo humano pensando que estaba muerto lo dan tierra en un cementerio cualquiera.
No hay peor muerte que la persona que amas te deje en un apeadero de vía estrecha, con dos maletas llenas de recuerdos.

ZORIONAK ETA URTE BERRI ON-FELICES FIESTAS Y PROSPERO AÑO NUEVO.