Hace 35 años el entonces Rey de Marruecos, Hassan II, observaba cómo la irreversible enfermedad del General Franco situaba a España en el ojo del huracán. Su sucesor a título de Rey, el Príncipe don Juan Carlos, no tenía garantizado el apoyo de las fuerzas políticas que dieron lugar a la larga dictadura de su predecesor, el Ejército miraba con recelo las posibles evoluciones del futuro monarca español y la oposición democrática no concebía tampoco una esperanza declarada respecto a las posibilidades reales de que el nuevo Jefe del Estado no fuera sino trasunto de un nuevo dictador más o menos reformado.
Y Hassan II lo tuvo claro: era el momento de actuar. Ante una España que más que nunca se contemplaba en su ombligo había que desafiar lo que la legalidad internacional demandaba respecto de la descolonización del Sahara Occidental. De modo que impulsó la Marcha Verde, chantajeando así a la política española, consiguió que el ejército huyera vergonzantemente de la antigua provincia y obtuvo los no menos vergonzosos acuerdos de Madrid que produjeron el triste reparto del Sahara, que son los polvos sobre los que se construyeron los lodos que llevamos padeciendo esos 35 años y muy particularmente desde esta última semana.
Hassan II era un trabajador infatigable, mantenía unas relaciones excelentes con los otros países árabes y era respetado por propios y extraños. Su hijo, a decir de quienes le conocen, es un joven a quien aburre el trabajo, que pide a la vida una permanente oportunidad para la diversión y que hasta ha querido dejarlo todo empantanado y dedicarse a sus expansiones propias –se dice que el mismo Sarkozy le tuvo que poner en primera posición de saludo: Francia no se podía permitir semejante tesitura.
Pero el hijo de Hassan pretende emular a su padre y cree que la situación española se parece bastante a aquella en la que Hassan II puso en marcha su exitosa maniobra. Algunos informantes le han debido señalar que la enfermedad de don Juan Carlos es tan iirreversible como la del General Franco y que la sucesión de aquel por don Felipe sumirá a España en un trauma de parecido tenor al que nuestro país debió asumir en la transición. Es la hora de organizar una nueva marcha verde, versión siglo XXI, podríamos decir.
Pero las cosas no se parecen demasiado, pese a lo que Mohamed VI pueda pensar.
1. España no está saliendo de una dictadura personalista que durante 40 años protagonizara la vida del país. Con todas sus imperfecciones, España es una democracia que goza de los beneficios –entre otras cosas- de la libertad de expresión que los marroquíes desconocen. La institución monárquica española, a diferencia de la dictadura, se ha convertido en parlamentaria, donde el poder soberano reside en el pueblo español que elige en un período máximo de cuatro años a sus representantes. El Rey de Marruecos, que observa el mundo desde su propia experiencia -como por otra parte resulta lógico- considera que el Rey de España manda sobre su gobierno como lo hiciera precisamente Franco y su abuelo don Alfonso XIII casi tanto como el General. Y eso no deja de ser un error de apreciación de bastante bulto.
2. 35 años después, los saharauis no son tampoco los mismos. Precisamente a causa de esos 35 años de promesas incumplidas por España y sus dirigentes –recuérdese a Felipe González, por ejemplo- y por las promesas de Marruecos de poner fin a ese conflicto a raíz del alto el fuego por el Polisario en el año ’91. Y han sido años de fuego y de hierro, años de privaciones y sufrimiento, de represión y de tortura. Y muchos de los hijos de los saharauis que viven en los campamentos y en la zona ocupada comparten su vida entre nosotros. ¿Se pueden imaginar ustedes lo que pueden estar pensando ellos ante la falta de noticias que el régimen alauita ha impuesto sobre el Aaiun lo que estarán pensando respecto de sus parejas, de sus padres, de sus familias y de sus amigos en general, de los que no saben siquiera si siguen con vida o han sido arrojados a cualquiera de los pozos que los marroquíes están usando como fosas comunes?
La juventud saharaui y polisaria está harta. En el viaje que ua delegación de UPYD realizó al Sahara el pasado otoño pude advertir cómo la llamada a las armas no era ya un grito episódico. En la manifestación del 13 de noviembre en Madrid era el lema más coreado por esos jóvenes exasperados.
Como cantaba Bob Dylan a esa generación que se perdía en los vericuetos de un autismo feroz, “los tiempos están cambiando”. De hecho esos tiempos de 1975 han cambiado para nunca jamás volver. Pero el Mohamed VI de nuestra historia no se ha enterado de eso y pretende por lo visto perpetuar la imagen de su dinastía a través de los procedimientos que la hicieron tristemente célebre: la tortura, la masacre y el exterminio de quienes se opusieran a ella.
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2 comentarios:
Aprendamos historia asi actuaremos más correctamente, no como nuestros enemigos que se creen que nada cambia y actuan de la misma forma canallesca de siempre.
Interesante reseña histórica que es bueno que la gente conozca. Fue un pasado muy reciente pero poco recordado. Lástima, porque los saharauis eran compatriotas nuestros y los dejamos abandonados a su suerte (amén que ya deseaban independizarse de la metrópoli).
También interesantes los puntos en donde se hace hincapié en las diferencias de marcos históricos entre la España de 1975 y la de 2010.
Por último, felicitarle su intento para que Mohamed VI comprenda lo que es una Monarquía Parlamentaria, como la actual española.
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