viernes, 20 de agosto de 2010

Intercambio de solsticios (78)

La sala de reuniones era enorme, pero se llenaría a una velocidad de vértigo. Llegaban los consejeros del Distrito con sus aspectos heterogéneos en un “mix” que representaba la confusión que reinaba en esos tiempos en que ya todas las convenciones sociales habían desaparecido. Los había jóvenes con vaqueros rotos y camisas que hacía años no habían visto lavadora a mano o a máquina, señores de grave aspecto que combatían el desaliño ambiental con disciplina propia de los militares en acto de servicio, chicos de pelo sucio y greñoso, chicas con traje de chaqueta y falda levemente por encima de la rodilla aunque con más arrugas que quien hiciera que esos surcos fueran bellos…
Hablaban animadamente. Siempre Madrid fue la ciudad “alegre y confiada”; dispuesta en todo momento a tomarse las cosas a chirigota, aunque cayeras sobre ella las bombas de los franceses o de los facciosos… o los dispartos de las tropas de Leoncio Cardidal, el todopoderoso hombre del Distrito.
Ya se habían acomodado todos –o casi todos, menos dos- cuando hacía su entrada con los diez minutos de retraso que en él eran rigurosos. Jacobo Martos, el presidente del Comité, que entraba en la sala oteando las caras de los presentes, antes de sentarse en la silla que hacía la mitad de la mesa, a la derecha de la puerta. Hacía Martos como los parlamentos que existían en los “tiempos normales”: la derecha ideológica sde situaba siempre en la derecha de la estancia.
- Buenos días –sasludaría Martos con la meliflua sonrisa que acostumbraba-. ¿Estamos todos?
Faltaba Leoncio Cardidal. Habían establecido una competencia de impuntualidad entre el presidente y el “sheriff”, una especie de juego de niños por el que era más importante quien se hiciera esperar más.
- Bueno. Le dartemos cinco minutos, si os parece –concedía Martos con una mueca de disgusto.
Y como si supiera que había llegado su momento ahora era Cardidal el que hacía acto de presencia. El “sheriff” de Chamartín era un hombre alto y fuerte, de una edad que frisaba los cincuenta, el pelo entrecano y la barba de tono más claro y un aspecto que podría parecer distinguido si no fuera porque parecía un galán maduro de un culebrón venezolano. Vestía de uniforme de campaña, verde olivo –seguramente requisado en el asalto a la embajada de Cuba- que le daban un aspecto de guerrillero de la isla caribeña, entre Fidel Castro y el “Che” Guevara. Armado hasta los dientes, de su pecho colgaba una cartuchera repleta de balas, de su cinturón de cuero surgían dos •Smith&Wesson” cuyas culatas de madera relucían en la tristeza mortecina de la sala. Botas de media caña, negras y brillantes que desprendían el ruido de la goma al contacto con una superficie sintética.
Cardidal se sentó frente a Martos: el poder teórico y el fáctico se daban la cara.

1 comentario:

Sake dijo...

Todo es un juego de poder, en el pasado en el presente y en el futuro, siempre jugando al poder a los poderes, ¿porque sera tan goloso tener el poder?, parece que nacemos con un sólo deseo tener poder en alguna parte de nuestra vida.