jueves, 26 de agosto de 2010

Intercambio de solsticios (79)

Lanzarote, 1 de enero de 2003

Querida Lorsen,

Hoy ha caído una hoja significativa en el calendario. Empiezo el año. Pero tu recuerdo, en lugar de menguar, se agranda. Cada paso que doy supone una especie de homenaje a ti: El hotel de Lanzarote donde pasamos el primer día de este siglo, ¡ay!, tan corto siglo en tu caso. Ese hotel en el que no había una televisión para seguir el concierto de año nuevo. El director de la orquesta era el mismo esta vez que aquella, pero claro, a mí no me sonaba su nombre ni su figura. Me acuerdo que estuviste a punto de cambiar de habitación a otra interior con tal de que la nueva dispusiera de televisión. Pero me pareció un cambio excesivo para una cosa de tan pequeña monta. Ya ves, los recuerdos están fabricados de materiales a veces un tanto fútiles, pero son nuestros recuerdos, nos pertenecen y construyen el edificio de nuestras existencias, cualesquiera que estas sean.
Ayer terminé –como en otros casos- un tanto abruptamente mi carta. Podías ver que estaba un tanto nervioso. Después del episodio del 30 parece increíble que te echen la culpa por no haber llamado, cuando ese cretino de Toufic sabía perfectamente que llegaba esa noche.
Creo que no le voy a pagar lo que me pide. En primer lugar, porque no ha cumplido con su deber. En segundo, porque el año pasado le pagamos hasta el mes de febrero del 2003, inclusive. Así que si nos pusiéramos a hacer cuentas, aún me debería dinero.
Leila me hizo una propuesta increíble. Según me dijo, ella necesita el dinero. De modo que le debería dejar las llaves a ella para que se encargara de la casa y enviarla el dinero. Te puedes figurar: ¡Estoy como para provocar conflictos conyugales entre bereberes!
Luego me fui a “Chévere”, a comprar un regalo para Carol. Al final escogí una caja, en forma de libro, que ella llamó “cofre”. Parece que le gustó.
Fue como cenar en Nochevieja, convidado por la muchacha de casa. Había tanta comida que todo el mundo paró en el segundo plato.
Además de los anfitriones –y sus cuñados- aparecieron dos peluqueras. Una más discreta; la otra gorda y pechugona, que se había vestido para la ocasión: Negro riguroso, el escote bien visible. Lo mismo que Carol. Pero la peluquera invitada desapareció enseguida. Ni siquiera brindó por el nuevo año.
Cuando dieron las dos –las tres, hora peninsular- me despedí. Es verdad que me lloraba el ojo izquierdo –quizás a consecuencia del sol- y el derecho se me cerraba del cansancio.
Esa noche llamaron Pedro y Claudia; Teresa y mi madre y tu hermana Gaby, que había cenado contigo –se entiende que con una fotografía tuya en la mesa.
Esta mañana apenas he desayunado. He llamado a Isabel “Lorsen”, pero no estaba en casa. Luego he conectado la televisión. A mitad del concierto ha llamdo tu padre que estaba con Pilar, que me ha dado un montón de besos y que según parecía estaba muy alegre y asintiendo a lo que yo le decía.
Después del paseo he vuelto a comer en Lani’s. Cada vez estoy más convencido en que hay que frecuentar los restaurantes –siempre que estén bien- para que te conozcan y te atiendan adecuadamente.
He intentado hablar con Isabel otra vez. Le he escrito otra postal a Pilar –echaré al correo las dos mañana-. Luego vuelvo a mi oficio epistolar de estos últimos tiempos. Teresa me pone otra vez con Pilar y Rafa Balparda me transmite las últimas noticias de Bilbao.
Pero debo continuar mi desordenada narración de hechos, relativa ahora al 17 de diciembre. Arancha Quiroga y yo dimos una rueda de prensa en la que nos referimos a una propuesta alternativa respecto del plan de familia de Azcárraga –Consejero de Empleo del Gobierno Vasco-. Creo que se trata de una propuesta progresista. El impacto fue bueno, excepto en “El Correo” que no se hizo eco del asunto.
Después comí con Chelo Aparicio, que es una especie de “femme d`Hector”, que diría Georges Brassens. Esa mujer sensible a cualquier problema de sus amigos y dispuesta a poner todo lo posible de sí misma para crearte situaciones gratas.
Una filtración –de Jaime, seguramente- ha dejado en evidencia que el “Foro de Ermua” no asistirá a la manifestación convocada por el lehendakari. Tanto Inma Castilla de Cortázar como otro de los miembros del foro se disculparon ante mí: habían asumido el compromiso de no interferir en el debate que tendría lugar en el partido. Luego hubo Comité Ejecutivo Regional del PP. Jaime Mayor planteó el asunto. Sólo cuatro personas nos manifestamos a favor de nuestra asistencia: Juana Iturmendi, Damborenea, Leopoldo Barreda y yo. Sería por las circunstancias personales, pero Jaime me escuchó pacientemente. Sé que Marisa Arrúe –creo que Pilar Aresti también- enviaron telegramas o faxes para secundar nuestra opinión, pero ni siquiera se leyeron: La decisión fue de no asistir. Comprenderás que, sin embargo, me encuentro satisfecho: He expresado mi opinión, y me basta con eso. “L’important c’est la rose”, como cantaba Bècaud.
El 18 de diciembre tuvo lugar la cena de Navidad del PP. Como ves, he asumido el compromiso de no dejar de asistir a ningún acto o propuesta. Especialmente esa cena me daba una pereza cuasi mortal. Me hicieron un sitio en una mesa en la que estaba la gente de Getxo. Fortu, a mi izquierda; Masallo Arrúe, a mi derecha. Presidía la cena Adolfo Suárez-hijo. Carlos Iturgaiz repitió respecto de ti las mismas palabras que en la copa de Las Arenas. Jaime Mayor le corrigió:
- Es que Elisabeth Von Lorensen no sólo estuvo el año anterior. Ha estado siempre. Jorge y yo hemos pasado por momentos muy duros, y Elisabeth siempre estaba.
Te puedes figurar. El comedor se caía a ovaciones: Has dejado una huella bastante profunda entre todos los que te conocieron, guapa.
Tengo puesto ahora un CD de Gilbert Bècaud. Canta: “Quand il est mort le poète” y me caen gruesos lagrimones.
- Tous ses amis pleuraient –dice el cantante de “Et maintenant”.
Yo agarro la foto en la que tú abrazas a Bècaud –nuestro perro, en este caso- y libero una vez más mis tensiones de esta tarde de primero de enero, apenas un día más sin ti.
El sábado 21 recogí tu alianza, que habían arreglado en Perodri. A partir de entonces llevo las dos juntas.
Paso al día 23 de diciembre. Inés Obieta, a quien había llamado para tener una charla sobre Pilar y para que yo le entregara un recuerdo tuyo. Después de mucho pensar había resuelto en darle la sortija de oro que, primero te regaló mi madre, después perdiste, y más tarde te regalé yo.
Lucía su hermana se apuntó y hablamos de muchas cosas: Es decir, no paramos de referirnos a ti, y a Pilar. Inés aceptó inmediatamente ocuparse de nuestra hija, de la forma ordenada que acostumbra, y que a ti te gustaba tanto.
A los postres, y en nombre tuyo y de Pilar, le entregué el anillo. Ella dijo:
- No.
- Tanto Pilar como Lorsen están de acuerdo. No tienes más remedio que aceptar –le dije.
Lucía afirmaba también lo mismo.
- ¡Es que la estoy viendo! ¡Es como si fuera la misma Lorsen! –exclamó Inés.
Me cogió de la mano y me prometió que la llevaría siempre puesta.
Los tres nos pusimos a llorar como unos tontos.
Llegaba el 24 de diciembre. Yo estaba bastante asustado, mejor dicho: aterrorizado. ¿Cómo iba a sobrellevar Pilar una noche como esa?
De la misma manera que hacíamos tú y yo, había encargado unos sandwiches en el bar de Zampa. Cargado con ellos, tres botellas frías de cava y los regalos que ella me había pedido, me llegué a la planta sexta. Tuve la suerte de que estaba presente “Iseko” Begoña, que salía en el turno de las nueve o nueve y media.
Primero escuché el discurso del Rey. Al principio, ante las protestas de Pilar . Pero, como no le hacía ni caso, la niña terminó por conformarse.
Luego hicimos el brindis por la Navidad, en el que participaron los médicos de guardia, enfermeras, auxiliares... Todos los que estaban por allí.
Yo comí tres bocadillos –el cuarto me lo tuve que tomar fuera de la UCI: Pilar ya estaba cansada para las diez y cuarto- y abrí la caja con los personajes de la casa de muñecas. Le gustó que la hija se llamara Pilar, y me despidió con un beso.
¡La noche se había salvado sin problemas! Quizá solamente un momento de tensión, pero bastante leve, por parte de nuestra hija.
Ella también se va acostumbrando lentamente a tu ausencia.
Termino por ahora. Mañana te contaré lo que esta mañana he pensado hacer con tus restos, cuando considere que haya llegado el momento.

Hasta entonces y, como siempre. te mando el más grande de mis besos.

1 comentario:

Sake dijo...

¿A dónde vivimos cuando morimos?,¿porque no me dirás que no está? sabes que éso es algo que nunca te voy a aceptar.