jueves, 5 de agosto de 2010

Intercambio de solsticios (73)

Bilbao, 28 de diciembre de 2002.

Querida Lorseni:

Hoy se cumple el primer mes desde tu largo viaje. Estaba comiendo con mi madre y mi hermana Teresa –como cuando tú te fuiste- y me llama al móvil tu hermana Gaby. Parecía triste, así que le pregunté si pasaba algo. Me dijo que había comido sola, pero que había llenado la mesa del comedor de fotos tuyas. Y que en la misa de siete, en Las Mercedes dirían tu nombre.
Gaby no está tan mal como yo pensaba cuando te fuiste. Es más, creo que se encuentra bastante bien. Ha decidido que tiene que asumir diversas responsabilidades y tu padre se ve obligado a intervenir de vez en cuando para pararla, aunque –Lorensen, al cabo- le resulte bastante difícil su control.
La veo animada. Ya no está “groggy” a las seis de la tarde, pero sigue tan loca como de costumbre. Sin embargo, eso no tiene nada que ver con el sida, sino con su condición familiar. Creo que se siente útil y que piensa que ha sido llamada a ocupar tu lugar en su casa.
Es bastante posible que caiga en un determinado momento, pero ahora mi impresión es francamente positiva: No sé si la estarás enviando energías positivas o que ella le ha encontrado algún sentido a su vida, más allá de verse enchufada a la televisión, beber “Sunny`s” y zamparse todo el cóctel de fármacos que le recetan y algunos cuantos más.
El día 3 de diciembre, aparte de continuar con mis enmiendas parlamentarias, tenía una comida con Juan Luis Goujon y la gente de Mecánica de la Peña. Todavía se me iba la imaginación hacia otras cosas distintas de las que formaban parte de lo que se hablaba. Pero me he impuesto no modificar para nada mi sistema de trabajo y mis compromisos. Y en eso sigo.
El día 4, Alfonso Zunzunegui vino a Bilbao para su consulta ocular. Yo estab citado con mi hermano Pedro, que hizo un elogio de mi comportamiento a lo largo de todos estos días. Incluso me comparó con nuestro padre, lo cual acaba de hacer mi madre hoy mismo, en la sobremesa. Como ves, se trata de un asunto recurrente.
Alfonso se presentó en la cafetería Metro Moyúa con Mica, su mujer, a la que yo no conocía. Ellos comieron un plato,, porque tenía consulta a las tres y media y yo me tomé un zumo de tomate.
Resultó una reunión entrañable, tanto la de Pedro, que estuvo muy cariñoso, como la de Alfonso, que es una persona encantadora: un amigo antes que un miembro de la familia.
Esa tarde tenía junta del PP de Getxo y antes una reunión con los del PSOE de ese municipio. Creo que las cosas van bien, en esa localidad del partido socialista, y que van a intentar hacer una lista de candidatos proclives al entendimiento con nosotros. Que luego ganemos las elecciones ya te puedes imaginar que es asunto más difícil.
En la junta, Marisa dedicó unas palabras en tu recuerdo. Yo contesté que era para mí un honor el pertenecer a un partido como el PP de Getxo, que había sido capaz de demostrar una solidaridad tan viva como la que yo había percibido.
Pero tengo que confesarte que cada vez que entro en uno de esos lugares habituales de trabajo o de encuentro, en los que tú y yo hemos compartido cualesquiera tipo de momentos –o simplemente, franquear nuevamente una puerta por primera vez desde ese día 28 de noviembre, aunque ni siquiera tú lo hayas hecho nunca, aunque no existan excesivos recuerdos tuyos en ese recinto-, se me hace muy difícil, muy triste. Pero no tengo ninguna duda en cuanto a traspasar el umbral que sea, en el momento en que toque. Porque siempre habrá un primer momento de recuerdo, que significará inevitablemente un momento de tristeza. Huir de ellos supone una invitación a sumergirte en la depresión. De modo que asumo cada uno de esos momentos como si se tratara de un reto que debiera superar.
El jueves cinco había quedado con Carlos Urquijo. Nos encontrábamos frente a un fin de semana largo –los ha habido más largos en los puentes de la Constitución, sin embargo-. Recogí a Bècaud y me lo llevé hasta Vitoria en el coche oficial. Entré en el Parlamento, donde di un beso a las secretarias y recogí algunos papeles.
Vicky había preferido dejarnos solos, para que así habláramos con más tranquilidad Carlos y yo.
El fin de semana resultó malísimo. El paseo del viernes lo dimos confrontados a una lluvia que nos pegaba en la cara. Comimos en el Gárate y cenamos en casa alguna cosa para freír que preparaba Carlos, mientras que yo ponía la mesa.
La gente que me veía por el pueblo me daba el pésame, también los agentes de la Guardia Civil, el sargento, el teniente –que llegó a última hora, cuando nos estábamos marchando- y el capitán –que dedicó una fuerte descalificación a la política del PP respecto del cuerpo, o más bien respecto de la suerte que particularmente le había correspondido a él en el asunto. Ya sabes que cada uno cuenta la fiesta como le va. Estuvo tanto tiempo sin parar de hablar que me recordó aquella tarde en que se zampó una buena parte de la tortilla que tú preparaste, creo que la última tortilla de patatas de tu vida.
El sábado, el tiempo nos acompañó más, y nos dimos un paseo hasta Roncesvalles. Luego comimos en la Posada. Salió Chiqui y estuvo tan encantador como de costumbre.
Esa misma tarde habíamos previsto asistir a una misa en la Colegiata y dedicártela. Pienso que también te habría gustado. Pero Carlos recibía permanentes llamadas de Vicky. Ya sabes que está embarazada y tenía pérdidas. Sus suegros resolvieron ingresarla dn Txagorritxu y yo le dije a Carlos que podíamos volver cuando quisiera.
Nos fuimos en mismo sábado apenas después de comer. Al día siguiente Vicky perdía el niño, pero se lo ha tomado muy bien, dentro de lo que cabe.
He intentado recoger alguno de los últimos trabajos que estabas preparando en Burguete. Sólo encontré la interpretación de la parada de los soldados soviéticos que hiciste a la foto de Cartier-Bresson y un cuadro con mucho colorido en que me parece que hay una gran boca en medio. Pero las prisas por la súbita partida y la inoportuna aparición del teniente los han dejado allí. En cuanto a lo que has hecho de mi abuelo Guillermo, de mi abuela Pilar y la otra composición del fotógrafo francés no las he encontrado. La llave de tu estudio estaba cerrada. Tengo que buscar la llave o simplemente cortar la cadena para ver si hay algo dentro. Quiero que todo eso vaya a Lanzarote, aunque no sea posible en esta ocasión. Por supuesto, las serigrafías de mis abuelos se las voy a ofrecer a mi madre por si le interesan.
Fue, por lo tanto, un fin de semana truncado el de Burguete. Frío y un tanto triste.
Ahora creo que visitaré menos “Villa Eugenia”. Me parece que tengo la obligación de ocuparme más de nuestra hija, y la oportunidad más clara de hacerlo la tengo durante los fines de semana.
Precisamente, ese mismo viernes, tuvo Eugenia un pequeño trastorno. Me enteré de él cuando me llamó mi hermana Teresa en el momento en que el coche de Carlos enfilaba los puertos que se alejan de Burguete. Esa buena voluntad que evidencia a mí me sienta solamente regular, por no decir que mal. Creo que te he dicho que cada vez que salga de Bilbao a pasar una noche llamaré a Cruces para saber cómo ha pasado el día la niña.
El lunes siguiente había una rueda de prensa convocada por la Plataforma ¡Basta Ya!, para un acto que está montando Rosa Díez sobre la Constitución el próximo 25 de enero. Ahí estuve. Luego, en el mismo hotel Ercilla, había una reunión con eurodiputados del PP. Íñigo Méndez de Vigo –que está casado con una Pérez, pariente de los Pérez-Maura, y que cenó con nosotros en la mesa de la boda de José Areilza- me dedicó unas palabras de recuerdo.
Esa noche cené con tu hermano Enrique. Quise entregarle las perlas que eran de tu madre para que se las diera a tus sobrinas –se lo había dicho a Gaby y a tu padre, y estaban de acuerdo-. Como las perlas se encuentran un tanto desordenadas, me pareció que era una buena época para que Patricia encargara algún arreglo para que las niñas -¿niñas?- lo tuvieran como regalo en Navidad. Pero tu hermano pertenece a una saga de tercos como todo el resto de tu familia y quería que fuera yo mismo el que se las diera, así que regresé con las perlas a casa, como había ido.
Ha sido Enrique el primero que me ha hablado de un posible matrimonio mío, con el tiempo. Solamente te lo menciono porque no ha habido nadie en todo este mes que me haya hecho referencia alguna sobre el particular.
Enrique había comido con tu padre en Tamarises, y le pareció que estaba bastante tristón, que sólo quería morirse para reunirse contigo y esas cosas. Pero tu hermano insiste en que los viejos son egoístas y que se protegen con bastante facilidad ante las circunstancias difíciles de la vida. Le ha propuesto que pase la Navidad en Madrid –entre el 25 y el 30- y él lo ha aceptado sin dudar.
Cuando se despidió de mí me pidió que le diera un beso. Que me llamaría siempre que estuviera en Bilbao, aunque en esa ocasión sólo había venido a vernos a tu padre y a mí.
El doce de este mes teníamos pleno ordinario, en el que –para variar- me correspondían un montón de puntos en el orden del día. Yo había ensayado unas palabras que decir en el primero de los puntos que me correspondía defender –se trataba de una moción-. Más o menos dije lo siguiente:

“Señor Presidente: Permítame que antes de dar comienzo a mi primera intervención que hago en el Pleno de este Parlamento después del fallecimiento de mi mujer, aproveche esta oportunidad para agradecer a la presidencia, a la Mesa de la Cámara, a los grupos parlamentarios democráticos, a los miembros del Gobierno con el lehendakari al frente, a los funcionarios del Parlamento e incluso a los medios de información que cubren los trabajos de esta cámara, por sus testimonios de solidaridad y cariño. Algunas veces he pensado que las murallas que nos empeñamos en construir las personas -y los políticos en especial- son tan altas y tan anchas que apenas permiten la más mínima grieta en la que se cuele un soplo de humanidad. Afortunadamente no ha sido así, y yo he percibido sus muestras de afecto. Por eso, desde lo más profundo de mi corazón se lo quería agradecer”.

La verdad es que el pleno ese me fue muy bien. Las dos mociones se transaron en sendas enmiendas apoyadas por todos los grupos, la interpelación que presenté no tuvo problema –ya que Azcárraga se mostró en coincidencia con mi diagnóstico. Por cierto, se tomó un café conmigo con el pretexto de explicarme no sé que historia de una propaganda que habían hecho sobre las rentas básicas, pero tenía más que ver con un testimonio de afecto-. Por último, las preguntas me salieron algo graciosas, lo cual, dada la situación creo que tiene su mérito.
Esa tarde se había convocado la copa de Navidad del PP de Getxo, a la que tú asistías tradicionalmente. Pero como esta carta me ha salido bastante larga ya, si te parece dejamos para otro día esa información.

Como siempre, un beso muy grande.

1 comentario:

Sake dijo...

En una carta caben muchas cosas, todo depende de a quién escribamos, si es muy larga ésa persona es importante para nosotros.