lunes, 20 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (23)

Miguel -a secas- había sido su escolta desde hacía varios años. Era como su sombra protectora y jamás se alejaba de él. Había tomado a Jorge Brassens bajo su protección, aunque muchas veces era este en realidad quien protegía a su escolta de las constantes tentativas de cambio en su "status" que Miguel recibía por parte de su empresa.
Se llevaban bien. Tenían una especie de pacto no escrito ni hablado: Miguel sólo disfrutaba de vacaciones cuando Jorge Brassens abandonaba el País Vasco y, a cambio, hacía la vista gorda con los paseos solitarios da perro o las citas sin control de seguridad con alguna chica refractaria a ese mundo de protectores y protegidos que se había generalizado en el País Vasco.
Miguel le llamaba para preguntar por su situación. "Ahora vivo en Madrid", le había explicado Jorge Brassens. Y le pedía a su vez información sobre su persona.
- Ahí estamos -contestaba Miguel-, peleando con la empresa. A propósito. ¿Se acuerda usted de Juan Carlos? Pues se ha intentado suicidar...
Eran todos aquellos recuerdos que el tiempo había convertido en historia. Y es que a veces no hace falta que transcurran demasiados años, basta con que pasen algunos meses para que determinados acontecimientos parezcan recubiertos por la pátina del pasado, y lo vivido entonces corresponda simplemente a otra vida.
ñn efecto, habían pasado sólo 2 anos cuando Jorge Brassens soltaba amarras con el partido conservador y se enrolaba al nuevo Partido del Progreso. Incluido ahora en la ejecutiva nacional de este último partido, sus viajes a Madrid se hacían más frecuentes. Para ello utilizaba los servicios de los escoltas: su nombre, asociado ahora a la disidencia política, salía con frecuencia en los periódicos.
En uno de esos viajes, habían detenido el coche en algún punto intermedio entre Bilbao y Madrid. Jorge Brassens también salía a estirar las piernas. A lo lejos, los 2 escoltas parecían discutir de forma airada.
Pasaban más de 15 minutos cuando Jorge Brassens se dirigía a Miguel, urgiéndole a reemprender el viaje.
Ya en el coche, Miguel continuaba la interrumpida conversación con su compañero. Primero en voz baja, casi cuchicheando. Pero muy pronto, muy cerca del grito.
- No puedo más. Este va a acabar conmigo.
Jorge Brassens volvió de su pensamiento ensimismado a la realidad.
- ¿Qué pasa? -preguntó- ¿quién es "este"?
- Este, Juan Carlos -contestaría Miguel.
- ¿Y qué le pasa?
- Nada. Que dice "este señor" que no quiere poner a la disposición de la empresa su carné de conducir... Y me carga con todo el trabajo.
- No entiendo -observaría Brassens-. ¿Para ser escolta no se exige el carné de conducir?
- Claro -contestó Miguel ante el mutismo del otro escolta.
- ¿Y por qué no lo usa usted en el trabajo, Juan Carlos?
- Porque no lo quiero poner a la disposición de la empresa -fue toda su respuesta.
- Pues no entiendo nada -concluyó.
- Y hay más, don Jorge -siguió Miguel.
- ¿Qué cosa?
- Pues que me ha amenazado de muerte -informó Miguel.
Jorge Brassens volvió a hundirse en sus cavilaciones. ¡En qué lío se estaba metiendo!
Por de pronto había que tomar una decisión: esos viajes debían acabar hasta nueva orden.
Hubo juicio y Juan Carlos quedaría absuelto por falta de pruebas.
Pero la empresa, sorda ante los constantes requerimientos de Miguel, les mantuvo mucho tiempo juntos en el mismo servicio. De todo eso le hablaría su antiguo escolta a Jorge Brassens, que seguía sin entender nada de aquella historia.

1 comentario:

Antonio Valcárcel dijo...

...Los escoltas privados suelen comentar que ellos no son taxistas. Que el coche que utilizan para los traslados del protegido o VIP el seguro está a nombre de un compañero (conductor) que casi nunca lo conduce, que no saben si existe una póliza colectiva, que no pueden estar de plantón más de un tiempo limitado, que se pueden ausentar del protegido a una distancia de 10 minutos (dentro de la zona o entorno del protegido, etc.
Los escoltas no tienen límite de horas, deben de estar disponibles las 24 horas del día siempre y cuando lo requiera el VIP, los escolta privados sufren mucho estrés: síndrome del norte, estrés postraumático, depresiones, alto índice de divorcios, los escoltas se suicidan...
Lejos de realizar una crítica, vaya mi solidaridad con este colectivo de profesionales que nos ayudan a vivir lo más dignamente, dentro de una vida indigna, por carecer de lo fundamental: LA LIBERTAD.
Por la asociación Tubal pasan algunos escoltas con sentimientos autolíticos; que hemos derivado a la atención médica evitando algunos suicidios al poner en marcha el protocolo de psicología y psiquiatría. Sin embargo, a nadie parece importar; ni los escoltas y sus peculiaridades intrínsecas de sus servicios, ni la asociación Tubal es reconocida por su labor. Por quien o quienes corresponda. Son actos heroicos que caen en saco roto, pero seguiremos ayudando: a los presos con enfermedad psíquica; a los escoltas, a los inmigrantes; a los enfermos mentales en general y lo hacemos de una forma solidaria, callada y sorda. Porque hay a quienes les molesta que se hablen de ciertos colectivos que sufren los latigazos de una falta de democracia que requiere de una pronta subsanación y reconocimiento.