viernes, 10 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (18)

Vic Suarez se había dejado llevar de una instrucción alocada, en apariencia insólita si se tenía en cuenta su personalidad que contaba con un sexto sentido quizás no excesivamente habitual en las mujeres: una racionalidad a prueba de bomba. Claro que, si se la conocía más, cualquiera habría dicho que lo que lo que le gustaba a Vic Suarez era el control de las situaciones. De todas. Y esta era, por lo menos, una manera evidente de dirigir un asunto. Con peligro de muerte incluido, por supuesto. Pero cualquier otra imaginable alternativa podría contener los mismos riesgos pero ninguna de las posibles defensas.
Y allí estaban los 2. En la mitad de una carretera cuyo firme hacía ya demasiado tiempo que no merecía esa calificación. Apenas a 20 metros de distancia del 4x4 que antes circulaba delante de ellos.
Sin retirar todavía la toalla que lo cubría, Jorge Brassens amartilló su revólver.
Vic Suarez sentía todo el vértigo de la montaña rusa más sofisticada que un parque de atracciones pudiera albergar. Y sólo tenía clara una idea: ellos no se iban a apartar. Y los veía en toda su zafiedad de pelos sucios, barbas descuidadas y gorduras antiestéticas. Eran 3 y podían tener cualquier edad entre los 20 y los 30. Vestían chupas de cuero con adornos metálicos que refulgían al sol y se tocaban las greñas con sombreros de visera negra que, estaba claro: pretendían una apariencia de militares de suburbio.
Pero la expresión de sus 3 perseguidores era ahora de estupefacción. El conductor tenía bien abiertos los ojos y por su frente asomaba el brillo tenue de alguna gota de sudor. Sus 2 acompañantes se llevaban las manos a la cabeza y abrían la boca profiriendo gritos ahogados por las cerradas ventanillas y el ruido del potente motor.
En una décima de segundo, Jorge Brassens pulsó el automatismo de la ventanilla y apuntó hacia el vehículo contrario.
En contra de sus más íngimas convicciones de apenas 2 décimas de segundo, Vic Suarez estaba a punto de doblar el volante a su izquierda en el momento preciso en que el 4x4 ejecutaba precisamente este movimiento. Vic Suarez mantuvo entonces con firmeza la dirección de su Volkswagen Golf.
Por el espejo retrovisor pudo ver cómo, llevado de la brusquedad de su maniobra, el 4x4 daba 3 vueltas de campana y quedaba volcado de lado en lo que quizás un día fuera un campo de siembra y hoy no era más que un erial.
Muy rápidamente, Vic Suarez frenó en seco. Dio la vuelta y reemprendió la marcha con toda la rapidez que resultaba compatible con la seguridad.
Unas fracciones de segundo les habían permitido ver lo que apenas hubieran intuído en otro momento. Más aún: habían contemplado pasar la vida entera como dicen que les ocurre a los que están a punto de morir.
No exento de tensión, su regreso a Chamartín se producía sin mayores sobresaltos.

1 comentario:

Sake dijo...

¿Y si hubieran sido dos trenes cuyos conductores estivieran dormidos?. Se habria producido el impacto y acompañado de victimas. Pero quizás como en las peliculas la vida puede de alguna manera proteger con casualidades incontroladas, las vidas de los protagonistas. Es la vida o es un oculto sentido que nos acompaña y nos protege.¡Quizás!.