martes, 21 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (24)

En el apartamento de Francisco Goya los días se sucedían a los otros sin solución de continuidad. Esa mañana de lo que podrían calificar de día después del descanso dominical de la jornada anterior -eso sí, con susto incluido- Vic Suarez y Jorge Brassens despertaban con los ruidos de los generadores correspondientes a su manzana de casas.
Tenían derecho a 2 ducha por semana, y cuanto más rápida mejor: el agua escaseaba y su calentamiento resultaba aún bastante caro. Algunos ingenieros colaboraban en el Comité de Distrito del barrio y proponían una integración con otros distritos limítrofes para así resolver mejor ese tipo de problemas: "economía de escala", lo llamaban. Pero aún existía mucha desconfianza respecto de la gente de otros barrios.
De modo que decidieron darse el placer de una ducha. Vic se lavó y secó su larga mata de pelo y Jorge se afeitó.
Aún quedaba pan humedecido que disponía de un par de días de antigüedad que pasaron por una sartén restregada de sobras de aceite y mantequilla. Y para beber aún les quedaba té, procedente de una lata de Lipton comprada, años hacía, en un hipermercado de la baja Navarra francesa y que traían ellos de su casa pirenaica de Arrechea.
- Si queremos comer algo, hoy habrá que hacer la cola. Y supongo que sé a quién le toca -declaró Vic Suarez.
- Esta mañana me pasaré por el Comité. Tengo que informar de mis contactos con los otros barrios –dijo Jorge Brassens, eludiendo la cuestión..
- Ya. Yo haré la cola del aprovisionamiento. Luego pasaré por la casa de Anabel.
- ¿Qué tal va? -preguntó Jorge Brassens interesado.
- Mejor. Tiende a creer que volverá a ver a sus hijos, la pobre. Como comprenderás yo no la disuado de esa posibilidad.
Había sido el desastre para la familia de Anabel, como para tantas otras. Su padre moría de un infarto, carente de atención médica; muy poco después se iba su madre, de pena. Pero lo peor era lo de sus hijos: desaparecieron una tarde del parque Berlín cuando estaban jugando. Se lo reprocharía siempre: "¿Por qué no estuve con ellos?" Al principio pensó que se trataba de un secuestro, pero nadie se puso en contacto con Anabel. Y habían pasado 5 meses desde entonces.
Se dieron un beso de despedida en la puerta.
"Cuídate", se dijeron. Nos vemos luego, a la hora de comer.

2 comentarios:

Sake dijo...

Si es como la vida normal. Independientemente de las comodidades materiales, por dentro podemos estar faltos de todo o casi todo. Las faltas de materiales o espitiruales se compensan unas a otras y ninca sabemos en que situación estaremos más confortables.

Antonio Valcárcel dijo...

...La búsqueda de la armonía. Ha de estar muy bien afinados todos los ritmos de nuestros órganos internos; para armonizar las constantes que pueden influir sobre el alma. Un hombre puede tener muchos talentos como lo es nuestro anfitrión. Sin embargo, sus ritmos no son todo lo armoniosos que su mente necesita para enviar los estímulos a su ser, lleno de matices, cuya amalgama de coloridos se están entremezclando dando paso a un proceso abstracto que perturba su alma. Pero esto será transitorio no debemos de olvidar que hace unas horas hubo un eclipse.
Estoy con Sake. El hombre no es infinito sino finito: pobre de espíritu, a veces; rico en otras. Pero casi siempre muerto, en cada segundo que pasa de su vida.
La felicidad del hombre siempre fue una búsqueda constante e inventó el alcohol y utilizó las drogas para anestesiar su estado de ánimo y trascurra el tiempo y cicatrice la herida...Para aflorar otras yagas.

Si, es pensamiento de este inculto.