jueves, 16 de julio de 2009

Intercambio de solsticios (22)

Cuando abrió los ojos hacia aquella calurosa mañana de verano advirtió con claridad que la vejez se había colado en su habitación y que no le abandonaría en adelante. Se encontraba mal, y eso que las náuseas, las vomitonas y la cagalera más implacable –ya sólo devolvía saliva y defecaba agua- habían desaparecido, pero a cambio le quedaba una sensación de espantoso cansancio y debilidad. Era como si uno de esos pesados armarios cargados de enseres domésticos descansara sobre él y le aplastara hasta las más hondas profundidades de la tierra.
- "Estás viejo" –se dijo con una voz apenas perceptible por el oído. Su mirada se fijó en el gota a gota que se elevaba desde el costado izquierdo de su cama, en lo que le parecía entonces una enorme construcción arquitectónica.
Le daba repugnancia. “La vejez es producto del asco”, pensó. La repulsión que a una persona limpia, hasta el extremo además, impoluta, un pincel, Santiago Ayastuy, el hombre más elegante de Pradoluengo, el más altildado, el más finchado, el más guapo... Y de repente, por causa de alguna bacteria desordenada y alocada, verse reducido a una condición tan nauseabunda, hasta el punto de que ya no le quedaban fuerzas ni para levantarse de la cama y evacuaba sus babas sobre la magnífica alfombra persa que se situaba del lado derecho de su amplio lecho.
“Es un asco ser viejo, hacerse pis de forma descontrolada; oler mal, oler a viejo. Y es duro, además, darse cuenta de que te has vuelto viejo así, tan de repente, porque esa mañana de agosto te ha sorprendido con esa señora, la cara surcada de arrugas y el cuerpo reumático y achacoso, tan cerca de ti que ya no te va a dejar jamás, un heraldo ¡ay! precursor de la muerte. Es el final de una vida, ¿el principio de otra? Eso creía Santiago Ayastuy, al menos eso quería creer.
“Se hace uno viejo, de repente, porque no ha tenido hijos”, concluyó de manera provisional, como mera hipótesis a ser confirmada por sus consideraciones posteriores. Los hijos crecen, y te van poniendo en tu lugar. Un día dejan de cogerte de la mano, por vergüenza, y enseguida te presentan a su novia –o novio-, te ves en la iglesia, y sin darte apenas cuenta ya hay unos chiquillos que corretean por el salón de tu casa, destrozan alguna que otra pieza de la antigua cristalería y amenazan con quitarte de en medio el carísimo jarrón chino de-no-sé-qué-dinastía que sin embargo nunca te llegó a gustar”.
“Los hijos crecen y tú decreces, junto con tus fuerzas menguantes”, murmuró otra vez. Ya no se aferran a tus explicaciones como si fueran la única de las verdades de la vida y critican tus opiniones, empiezan a adquirir su propia experiencia a fuerza de errores, mientras que tú les observas con benevolencia, “ya me dirás, ya me dirás...”, consideras a la vez que ellos se comen el mundo poco antes de que el mundo se los trague a ellos, eso sí, incluídas todas las críticas que te han hecho y a veces tanto te han dolido. Eso era al menos lo que pensaba Santiago Ayastuy que eran los hijos, eso le habían contado.
“Y si no tienes hijos pero sí que tienes salud, todo es juventud”. Sonaba a “slogan” que poco menos que evocaba los poderes del Santo Grial. Y cuando la salud se batía en retirada entre vómitos y cacas, ¡qué horror!, su juventud se parecía al fenómeno de Dorian Gray, que te describía la realidad sólo con darte una vuelta por el desván.
Así que los saraos y las fiestas se alejaban de su vida, la ilusión de la compañía, las señoras guapas y elegantes, sólo le quedaba un lugar para su recuerdo, importante sí, pero con el regusto dulceamargo que tiene el pasado.
“Ahora no. Entonces era tiempo, entonces era cuando tenía que haberse casado. Ahora estaba ya viejo, sólo era un deshecho”. Y con la vejez era la enfermedad la que se instalaba en su organismo, una especie de malestar permanente, y la desilusión. Ya no le divertiría viajar, salvo para distraer la monotonía de su vida, ni comprar o encargar ropa, salvo para recomponer las piezas descompuestas de su vestuario, y eso que a Santiago Ayastuy no le faltaba el dinero, era la fortuna más importante de Pradoluengo, un patrimonio que sólo para administrarlo le llevaba su tiempo, por lo menos, algún rato dedicado a matar su aburrimiento.
Y con todas esas cosas era la soledad la que entraba por su ventana con el calor de la mañana. Ya la conocía de antes, pero nunca hasta ahora había sido consciente de sus perversos efectos, del daño que era capaz de infligirle. Hasta esa misma mañana había combatido la soledad con la ayuda de su juventud, de su salud, de su ilusión... de su dinero. Viejo, enfermo, desilusionado y solo, los cuatro jinetes del apocalipsis de su actualidad personal.
Ya sólo le quedaba sacar una silla al porche de su casa y esperar a que pasara por ella, a recogerle, una vieja señora, ahora amiga suya, que se vestía con un sudario que le cubría la cara y que empuñaba con su mano derecha una amenazadora guadaña. ¿Amenazadora? Quizás antes. Ahora que la vejez había entrado por su ventana... ya no, ya ni siquiera le tenía miedo a esa visita.

4 comentarios:

Sake dijo...

Oh D. Fernando, que aspecto de la soledad ¡el más dramático!¡El más demoledor!, y éso es algo habitual entre nosotros, es lo normal, es lo natural. Existe la vejez, como existe la desilusión y la enfermedad, cada una por si sóla ya tiene peso, pero ¿y si las juntamos a todas? ¡Oh! que trajedia, en ésos casos el Heroismo de los humanos nos lanza a desear la muerte como una liberación ¡todos los humanos pasamos ésa prueba! acaso ¿no somos héroes sólo por éso? y acaso no somos héroes ¡todos!.

Motril dijo...

Macho te has pasao tres pueblos, je je je. Vaya formas de animar al personal, je je je.

Saludos desde los Motriles.

UNAMUNO dijo...

Muchos de sus “Intercambios de Solsticios” me recuerdan a los relatos Góticos, en donde la narración detallada del mal, el caos, la soledad,…son claros indicadores de que existe mucho más que lo simplemente negativo. Cierto que en dichos Intercambios hay mezcla de realidad, posible ficción futurista, y todo ello pintado en toda la gama de grises. Pero cierto que también se vislumbra en ellos una puerta alternativa a la existencia de la solidaridad, la vida, el amor, la alegría, y la luz.
Además los” Intercambios de Solsticios” emanan juventud de ideas e intentan perder la timidez de sus personajes. Son verdaderas Lolitas.
De todo ello, se puede decir que la realidad de sus escritos se viste de Gothic Lolita, muy de moda en nuestros días. ¡Y que coño, a mi me encantan !
Paz en la guerra

Antonio Valcárcel dijo...

LA ODISEA, CANTO X HOMERO.

Me entrega un odre hecho con la piel de un buey de nueve años, en el cual había encerrado el soplo de los vientos, resonantes; porque el hijo de Cronos le ha hecho señor de los vientos, para aplacarlos y susci-tados como él quiera. Este héroe ata el odre a nuestra nave con una brillante cadena de plata, para que ninguno de los vientos pueda soplar siquiera un poco. Solamente deja a mi merced el aliento del Céfiro, para guiamos, así como a nuestras naves; pero este pensamiento no había de realizarse: la imprudencia de todos mis compañeros fue la causa de nuestra perdición.

"Durante nueve años estuvimos navegando sin descanso, y en el décimo finalmente se nos apareció la tierra paterna. Descubrimos ya los fuegos encendidos en la orilla, tanto nos acercamos. En este momento, el dulce sueño se apodera de mi cuerpo fatigado; porque yo había dirigido constantemente el timón de la nave, sin quererlo confiar a ningún otro, para llegar más pronto a las tierras de la patria. Entre tanto mis compañeros se pusieron a discurrir entre sí y se imaginaron que yo llevaba a mi palacio una gran cantidad de oro y plata, presentes de Eolo, hijo del magnánimo Hipotas; entonces, dirigiéndose cada uno a su vecino, le decía:

"―¡Grandes dioses!, hasta el día de hoy, Ulises ha sido muy apreciado, muy honrado por todos los hombres cuyos países ha visitado. Ha traído de Ilion las más grandes riquezas, cuando se efectuó el reparto del botín; y nosotros, que siempre hemos realizado los mismos trabajos, volvemos a casa con las manos vacías. He aquí que ahora Eolo, lleno de benevolencia, le da estos presentes; vamos, démonos prisa, sepamos de qué se trata; veamos cuánto oro y plata encierra ese odre.

Poco hay que inventar en cuanto a los sentimientos, todo esta sentido y escrito. Tus sentimientos amigo Fernando están enlazados de corazones presentes, pasado y futuros, el dolor del almas cada uno ha de pasarlos sólo al igual que las parturientas; disipándose su dolor al ver los sus frutos de sus entrañas. Otro dolor aparece cuando los seres queridos se van a cada una de las estaciones de la vida, y si vivimos para contarlo podemos madurar tanto… Hasta pudrirnos en su nostalgia.
Los veranos son malos aliados para los corazones solitarios o que ha quedado maltrechos por los zarpazos de la vida.

Excepcional relato amigo Fernando.