domingo, 7 de junio de 2009

Icade y Toledo

2 chicos vestidos con el inevitable traje azul-marino-ejecutivo me esperan en el final de las escaleras de acceso del Icade en Madrid. Formales y respetuosos -uno de ellos es de UPyD- me invitan a entrar. Una breve sesión fotográfica en el "hall" de acceso y pasamos al salón de actos.
"No vendrá demasiada gente -me han advertido-. Estamos en exámenes". Pero la visión real del asunto es menos prometedora aún: apenas hay 10 personas.
Tras la presentación, vuelvo a guardar los papeles de la conferencia que pronunciara en el Ateneo -corregida para la ocasión- y regreso al esqueleto de mi intervención. Aún así hablo más de media hora. Después hay preguntas de interés.

Esa tarde, un rápido AVE me deja en Toledo. Mi recorrido por la estación se produce bajo un sol de justicia. En el edificio, los agentes electorales de UPyD bromean: "Estábamos esperando a un barbudo", me dicen, y yo recuerdo que mi nuevo "look" tiene casi un almanaque del calendario de vida.
El taxi nos deja frente al edificio que albergará la nueva sede de la UPyD local, en cuyo patio se producirá la rueda de prensa. El frescor limpio -¡qué diferente es la climatización natural por comparación con la del aire acondicionado!- Mientras llegan los periodistas -2- Araceli Aponte -médico del hospital de parapléjicos de Toledo- me habla de la desatinada regulación del Gobierno sobre el aborto. Damos la rueda de prensa.
Hay poca gente en esa vieja iglesia devenida en aula de cultura, cuando llegamos. Pero hay prisa -mi tren de vuelta a Madrid sale a las 21´30- de modo que sólo damos 5 minutos de cortesía. Araceli habla de lo que significa el Parlamento Europeo y yo cuento la anécdota del conferenciante y el Embajador:
Conferenciante. - Embajador, ¿puedo hablar hasta las 7?
Embajador. - Querido amigo. Usted puede hablar todo lo que quiera. Nosotros nos vamos a las 6.
Y añado que, como el tren no me espera, tendremos que terminar a las 8 y media.
Va entrando gente y se producen preguntas. A las 20´30 levantamos la reunión.
A la salida, le cuento a Araceli que mi hija era parapléjica y que su madre y yo estuvimos pensando en llevarla a Toledo. Ella se interesa por el caso y me cuenta de experiencias similares.
Nos tomamos un tinto de despedida. Araceli me pide que me quede a cenar, pero yo estoy ya pensando en Sevilla, de modo que declino la invitación.
En el tren de regreso a Madrid, unos chicos que se han ido de copas a Toledo prorrumpen en constantes y altisonantes risotadas y yo pongo mal gesto. Pero no sé si se trata de una defensa ante la ordinariez o un signo de incipiente vejez.

2 comentarios:

FÍGARO dijo...

Es vejez Fernando, no te quepa duda. Y tampoco te preocupe. A mi también me pasa: Cada vez soporto menos a los maleducados.

Seguramente, no me soportaría al mi mismo de hace treinta años. Ahora lamento las veces que me he comportado como un gañán vociferante. Desgraciadamente, la vida no tiene una moviola que nos permita deshacer y recomponer tantos comportamientos inaceptables que hemos tenido.

Cada dia hago más firme mi propósito de ser amable, de sonreir, de dar a los demás aunque sea un segundo de alegría en los breves encuentros cotidianos: La chica tímida del quiosco, el atareado camarero, los compañeros de trabajo, los ancianos que caminan por la calle temerosos de estorbar, la familia (¡Los que más sufren nuestros malos días!)

Confío en llegar a la tumba comportándome como un perfecto caballero...

Carla dijo...

¡Enhorabuena Fernando! Me he alegrado mucho de vuestro resultado. Habéis trabajado duro y convencido, que es lo más difícil.