domingo, 31 de agosto de 2025

El final del verano

 Se va. Otro verano más, cargado de recuerdos, de paisajes que por fortuna permanecen, pero no ocurre lo mismo con las personas que se han ido, con los amigos que no volverán.


Es el final del verano, como la canción que cantaban Manolo y Ramón. La interpretarían, por supuesto también en Sitges, en aquel concierto que sería seguramente el último que ofrecieron a un entregado público, cuando le dio un soponcio -a Manolo, creo-, pero continuarían cantando. Y toda esa noche la pasaría yo tatareando la historia de ese chico de pueblo y de la turista, y de un fugaz amor de verano. Es verdad, a lo mejor podía haber ocurrido de otra manera, pero da igual, las cosas se imaginan como a cada uno se le ocurre. Y las canciones no son de quienes las idearon, nos pertenecen a los que las hicimos nuestras, a los que las quisimos.


Es otro verano que se va. Y se diría que los recuerdos que valen de verdad son los de antaño. Las gentes que te rodearon, los cumpleaños que festejabas y que ya sólo evocas en una convocatoria con alguien que quizás un día, cuando todo esto pase, te vuelva a reunir con ellos.


Y también el amigo, que os eligió más allá del afecto que sin duda sentía por su dueña. Pero que esperaba inútilmente vuestro regreso sentado en el porche de vuestra casa. Y te lo encontraba moviendo la cola cuando, nada más llegar, abrías la puerta del coche. Y pasaba tus vacaciones pegado a vosotros, tan independiente como fiel, al igual que son los de su especie.


Partirás, Y no es que no te quieras marchar. Tu ciudad, tu casa en ella, tus amigos, tus actividades… todo eso se presenta con una carga positiva que no ignoras. Pero no quieres que caigan las hojas del calendario de las estaciones, aunque no puedas evitarlo. Una temporada más, un año más, unas paladas de nostalgia, de tristeza, de abatimiento… tierra que se aprieta sobre una vida que mide ya mucho más por detrás que por delante.


Y por supuesto que deberías aferrarte a lo que tienes, valorar con gratitud la gente que te rodea y que te quiere, a pesar de todos los pesares, de tus pesares, de tus pesadeces. Pero te cuesta trabajo. Y podrías también mirar en la dirección de la gente que sufre más, pero sabes que esa es una competición imposible. Nadie se siente peor. Las vacas son siempre de los otros, son las penas las que nos pertenecen.


Y preparas las maletas de regreso, que se hacen  con más facilidad que las de la partida hacia las vacaciones. Estas últimas contienen siempre el material de los sueños y de las esperanzas, las primeras -las del regreso- se han llenado de adioses y remembranzas, de ésas que están fabricadas de ingravidez y de fantasmas. Y el recuerdo no ocupa espacio en el equipaje, sólo en el alma. 


Se acaba el verano, y tú partirás. Volverás a tu ciudad, volverás por suerte acompañado y querido. Y harás el esfuerzo, ayudado por el cariño, por la rutina, por el bullicio de la gran ciudad, sus ruidos y sus gentes. 


Pero no podrás olvidar a quienes estuvieron algún día contigo. Los que han ganado un lugar que no desaparecerá en tu recuerdo. Ésos a quienes convocas a un reencuentro que te parece imposible, aunque te gustaría pensar que pueda resulta cierto. Y por eso, todas las tardes de los veintisiete de agosto le pides a la Señora que, en el caso de que exista allá arriba, te permita verlos de nuevo. Y dices sus nombres, y evocas sus gestos y te invaden, una vez más, las imágenes y los recuerdos, en ésos que apenas son las últimas horas de tu verano.


Y seguirás agotando temporadas que pasan, hojas del calendario que caen, desvaneciéndote en ellas poco a poco, consciente de que algún día, no sabes cuándo, tú mismo serás sólo una evocación qur se irá, poco a poco, desvaneciendo para los que se queden por aquí.


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