
La errática manera en que está actuando el presidente Trump en el inicio de su segundo mandato genera dudas más qué comprensibles entre sus socios respecto del comportamiento que pueda adoptar su administración, no sólo respecto de los aranceles que las empresas deberán afrontar en sus exportaciones a los Estados Unidos, sino también acerca de si la comprometida protección norteamericana se llevaría a efecto en el caso de que su seguridad se vea puesta en peligro. Ni que decir tiene que, en lo relativo a sus políticas domésticas, la perplejidad constituye también motivo constante de asombro y preocupación.
A efectos de este comentario interesa conocer el alcance de esas dudas. En concreto, si la necesidad de una protección adecuada podría llevar a los países más cercanos a los escenarios más amenazadores a dotarse de armas nucleares. Y la pregunta surge de manera inevitable, ¿nos encontramos en presencia de un supuesto de esas características?
En efecto, ni Corea del Sur ni Polonia -por poner dos ejemplos de dos situaciones geopolíticas diferentes-cuentan con la seguridad de que disponían en los viejos tiempos en los que el muro de Berlín se erigía como la construcción real del evocador telón de acero al que se refería Churchill. Alemania, que ha conseguido levantar el permanente veto determinado por la Constitución a su endeudamiento, basado en el nefasto recuerdo de la hiperinflación del periodo de entreguerras, también se plantea ahora la posibilidad de poner en marcha un programa de armamento nuclear..
Sobre la desconfianza respecto de nuestro antiguo aliado sobrevuelan otras posibles alternativas respecto de la protección del paraguas nuclear. En realidad no lo son. No cabe que Francia o el Reino Unido puedan competir con las 5.000 cabezas nucleares de que dispone Rusia. Además de eso, si no estamos convencidos de la solidaridad de los Estados Unidos en caso de agresión, ¿por qué motivo lo vamos a estar respecto de Francia o el Reino Unido, que disponen de ese armamento para su defensa propia?
En realidad, el ámbito de protección es muy diferente. Si lo que pretendemos es construir una fuerza disuasoria a escala europea, una eventual dotación de armamento nuclear por parte de Polonia o Alemania no protegería, por ejemplo, a Finlandia o a Suecia. Y si se trata de crear una disuasión nuclear europea, la pregunta sería -además de muchas otras-: ¿a quién le entregamos el maletín con el botón que activa la disuasión nuclear? La respuesta, también inevitable, es que por el momento no hemos alcanzado el nivel de integración europea que unifique semejante decisión.

En todo caso, sabemos que la cuestión remite a formular un salto cualitativo que abre la posibilidad de unas consecuencias imprevisibles, porque cuantos más países dispongan de armamento nuclear el peligro que comporta su mal uso aumenta también, y el mundo, lejos de resultar un espacio más seguro, contendrá más riesgos que los actuales. Más aún si observamos el deslizamiento hacia partidos radicales que se viene advirtiendo en las sociedades que aún comparten el modelo de la democracia liberal.
El círculo virtuoso es difícil también que se vuelva a recomponer para los socios europeos, y que los Estados Unidos regresen a su posición anterior a Trump. Un presidente norteamericano distinto del actual, ya sea republicano o demócrata, es más que complicado que modifique de manera radical su enfoque. Se trata -como ha afirmado el profesor Ignacio Molina- de un ciclo histórico, el de la protección y la preocupación por lo que ocurre en Europa, que ya ha sido superado.
Nos encontramos, en efecto, en medio de un ciclo histórico superado, ése que decía que los europeos podíamos disfrutar del paraguas norteamericano sin apenas pagar un precio por él. En la cultura de ese país ha quedado ya asentada la idea por la que los europeos son ya países adultos y deben protegerse a ellos mismos.
Observando a Trump nos damos también cuenta de que su cosmovisión parte de una referencia propia. El MAGA no hace favores a terceros, sólo piensa en sí mismo. Pero eso no significa tampoco una novedad. Ya desde Adam Smith (La riqueza de las naciones, 1776), se había documentado la idea de que no es a la generosidad del panadero a la que debemos el pan nuestro de cada día, sino a su interés por vendérnoslo.
Lo más inquietante, sin embargo, no es el interés. Después de todo, el comercio internacional reside precisamente en un interés… mutuo. Lo que nos debe preocupar por encima de todo es que el MAGA significa un retorno a los tiempos previos a la segunda guerra mundial y a la estructura de reglas que, siquiera de manera imprecisa, establecían criterios y procedimientos para resolver los conflictos que pudieran acaecer.
El mundo de la selva, la imposición del más fuerte… lo que en todo caso seguía presente en nuestras vivencias cotidianas, apenas atemperadas por un barniz de civilización que se desprendía con facilidad por pequeña tiempo que fuera la presión. Hoy se presenta de nuevo de manera descarnada y agresiva. Y quienes pretenden medirse con él piensan que conviene estar preparados… y armados.
Una realidad inquietante, desde luego.
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