Publicado en La Voz de Lázaro el 9 de septiembre de 2025

Cuenta José Ramón Millán en su biografía sobre Sagasta, Sagasta o el arte de hacer política, (2013), que el riojano de Torrecilla de Cameros fue número uno de su promoción como Ingeniero de Caminos y desarrolló además una importante labor en esa profesión antes de su dedicación a la política, por la que pasaría el llamado viejo Pastor a la historia por merecimiento propio.
Fue Sagasta una de las piezas fundamentales de la alternancia que presidieron tres monarcas, Alfonso XII, María Cristina de Austria -como Reina Regente- y Alfonso XIII, hasta la admisión por este último de la dictadura del general Primo de Rivera. Baluarte del sistema restauracionista presidido por la Constitución de 1876, su creador, Cánovas del Castillo, sería apodado como elMonstruo, y su amplia cultura le llevaría a escribir importantes obras históricas.
Otros líderes políticos les seguirían, habiendo obtenido ellos importantes éxitos en el ámbito profesional. Por citar dos ejemplos de hombres que se hicieron a sí mismos, esos self-made-men de que nos hablan los anglosajones, podría citar los casos de los reputados juristas que fueron Melquíades Alvarez y mi bisabuelo Antonio Maura
La relación de casos de excelencia entre los políticos en el ejercicio privado, ocuparía sin lugar a dudas un espacio que no se puede contener en una colaboración necesariamente breve como es ésta. Pero esa misma circunstancia se extendería también a muchos otros diputados de a pie, que no han merecido ser biografiados, pero que, no obstante, sostendrían con su trabajo la institución parlamentaria. A buena parte de ellos debemos reconocer la vibrante calidad de los debates en las Cortes, según aseveran los historiadores y demuestra su Diario de Sesiones.
Hoy en día no ocurre lo mismo. Es verdad que muchas opiniones endosan la culpa de ello al encorsetado reglamento, y no les falta razón. Pero no es éste el único motivo. El parlamento como oportunidad para el debate ha sido sustituido por un remedo circense, en el que las sesiones de control se han convertido en el escenario de una ramplona descalificación permanente, y las comisiones de investigación no sirven para aclarar nada, sino para que los medios se hagan eco de los vituperios y acusaciones de siempre. La recuperación del verdadero sentido de la palabra control referida al parlamento resulta necesaria y urgente, por más que se aventure ciertamente improbable. En cuanto a las llamadas comisiones de investigación se refiere, deberían simplemente cerrarse todas, y no disputarles a los jueces y a sus auxiliares -la policía judicial, los fiscales..- esta principal función.
La diferencia entre el parlamento que yo he conocido como diputado de Ciudadanos y el de la época arriba mencionada -por no referirme a la II República, con voces como las de Azaña, Prieto, Ortega…- resulta sencillamente abismal.
La calidad de las leyes constituye también otro de los supuestos de pérdida del prestigio parlamentario. Ya estábamos habituados -malacostumbrados- a los reales decretos llamados ómnibus, que a más de deteriorar el procedimiento legislativo que determina un debate ordenado y concienzudo, introduce en la misma norma cuestiones del más variado pelaje. Como en el refrán, la mezcla de las ovejas churras -que dan buena carne pero mala lana- con las merinas -que lo hacen a la inversa a las primeras- arroja una fusión perversa que, ni genera buena carne, ni produce lana de calidad. Y como el plano inclinado de la degradación es lo único que funciona, ahora se han inventado la tramitación, a iniciativa del grupo parlamentario que apoya al gobierno, de las proposiciones de ley que hurtan todos los controles previos previstos por los procedimientos.
Todo ello es producto de la de gestión de gentes que lideran gobiernos y grupos parlamentarios, integrados por políticos que se esfuerzan ahora en enmendar sus biografías. Líderes como el presidente Sánchez, autor de un supuesto plagio en su tesis doctoral, y de Patxi López, que no llegaría a concluir sus estudios universitarios. Claro que al PP tampoco le luce en exceso el pelo, Miguel Tellado, su secretario general, se licenció en Ciencias Políticas y presume de periodista, pero toda su actividad profesional se ha visto vinculada a la política. Hasta llegar a la portavoz adjunta de este último grupo, Cayetana Álvarez de Toledo, asociada como se sabe a un brillante currículum. es preciso descender unos cuantos escalones en la capacidad real de decisión en ese partido.
Son algunos ejemplos, pero la miscelánea es variada. Como le decía el director de su tesis doctoral a mi amigo Eloy García -hoy catedrático de Derecho Constitucional- cuando le mostraba la sede del parlamento italiano. “Retenga usted los nombres: Andreotti, Aldo Moro, Craxi, Berlinguer… el próximo parlamento será peor”.
Y en esa especie de maldición política estamos instalados. No sólo en Italia, Francia o Alemania, también entre nosotros. ¿O no recordamos, sin necesidad de remontarnos al periodo de la Restauración de 1876, la generosidad de buena parte de los mejores en los primeros tiempos de la transición española? Recordemos a Fernández Miranda, Oreja, Osorio, Oliart. García Díez, Fuentes Quintana… y comparemos este listado, apenas esbozado, con los que hoy integran el Consejo de Ministros.
Y es que la política ya no dispone de estrategas, ¡qué decir de hombres de estado!, sino de personas que parecen sólo atentos a sortear el dictamen de las encuestas y prolongar de esa manera su permanencia en el poder.
Y ese estado de cosas alienta también el populismo, que no es más meritocrático que el sistema que se creen llamados a sustituir, pero que a cambio arrumba de manera inevitable esas democracias, imperfectas sí, pero que conceden a los ciudadanos la posibilidad de desalojar del poder a unos mediocres para sustituirlos por otros.
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