jueves, 14 de agosto de 2025

¿Es posible una sola política europea de Defensa?



Resulta pertinente la pregunta formulada en el título del presente comentario. Y es que la Union Europea no puede olvidar que, si bien sus orígenes fueron políticos y en buena medida humanitarios -obtener un espacio de convivencia y consolidar las democracias que emergían después de la catástrofe de dos guerras mundiales-europeas-, su instrumento para lograrlos lo sería de carácter económico y comercial. Podría haber sido la Cultura, como señalara Jean Monnet o éste de la Defensa, la seguridad y la política exterior. Pero resulta evidente que no era necesario comenzar por ahí, porque de nuestra seguridad se encargaban los americanos. Y la política exterior, siquiera con adjetivos y acentos nacionales diferentes, se atenía a las normas que dictaba el sentido común del amparo atlantista y de la amenaza que provenía de más allá del telón de acero.

Por esa razón no se consideraría nunca que la política exterior y de Defensa pudiera convertirse en una cuestión europea, de modo que las decisiones que los países de la UE pretendan adoptar en este sentido habrán de alcanzarse por unanimidad.

Ocurre, sin embargo, que una cosa son los Tratados y otra muy diferente la creatividad de los países miembros. El hecho de que llevemos tres años desde que   diera comienzo la agresión de la Federación Rusa sobre Ucrania sin que haya cesado el apoyo de la Unión a éste Estado, y eso a pesar de que Hungría, el más próximo de los europeos a Rusia, no ha cesado de obstaculizar las medidas del Consejo al respecto. Prueba de ello ha sido que en una reciente declaración, el gobierno de Orban pretendió bloquear el acuerdo conseguido. No hubo declaración, en consecuencia, pero sí que se elaboró un acuerdo a 26.

Pero no hay que despreciar el avance que está experimentando el populismo en el mundo en general y en Europa en particular, porque hay otros países que podrían sumarse a la lista de Hungría, una relación de la que por fortuna se ha salvado Rumania, con la victoria del centrista Nicușor Dan, por un 53% de los votos sobre el candidato ultra-nacionalista. Pero están los casos de Eslovaquia, con la elección de un presidente populista con el 53,26% de los votos; de Chequia, en la que el partido ANO -que ha derivado en ultra-nacionalista- se ha convertido en la primera fuerza política del país -con un 26,3%-; y lo que -cuando se escriben estas líneas aún no se conoce- ocurra en la segunda vuelta de las presidenciales en Polonia, en las que, de obtener la victoria el candidato populista, podría no sólo entorpecer la agenda reformista de Tusk, sino facilitar el regreso al poder del PIS.


Y está también el caso del populismo italiano, que afortunadamente se ha desprendido de sus más importantes asperezas, jugando Meloni un interesante papel de puente entre dos orillas tan distantes como la del ultra-nacionalismo y la democracia liberal. Y lo que pueda suceder en Francia, donde un cambio de signo político podría poner en verdadero riesgo cualquier proyecto de integración y aún de supervivencia de la Union Europea.

Y ya que hablamos de integración y de Defensa, no acaban aquí las posibilidades de agregación. Está también la fórmula 5 Plus, con Alemania, Francia, Italia, Polonia y España… y el Reino Unido. Un procedimientos que tal vez permitiría la integración en este bloque de países tan significativos como Noruega y -todavía más- de Turquía.

La imaginación debería sumarse a la ecuación. Llegar hasta donde la interpretación de los Tratados lo permita, practicando una  lectura creativa de los mismos que nos posibilite avanzar todo lo políticamente deseable.

Es cierto que operamos sobre un terreno incierto, una especie de tierra de nadie, en la que los europeístas  actuamos observando de reojo a los nacionalistas, embargados muchas veces por el temor a que nuestras políticas resulten infructuosas y acaben suministrando argumentos y votos a éstos. La conclusión más probable es la inacción debida a la irresolución.

Se trataría entonces de adoptar iniciativas como las propuestas, en la forma de lo que el profesor Portero ha explicado como banderines de enganche, enarbolados por algunos países miembros a los que eventualmente pudieran sumarse otros. En ausencia de las disposiciones fijadas por los acuerdos establecidos estaría la capacidad de acción libre de los Estados, lo que en la jerga de los Tratados se ha venido en denominar la cooperación reforzada.

Pero todo ello no pasa de constituir un ligero parche que nos ayuda a salir del paso sin que consigamos el avance más necesario para situarnos en adecuación con los cambiantes tiempos que ya se encuentran entre nosotros.

Lo que de verdad precisamos no son pasos tímidos que no parezcan molestar demasiado. Es necesario un salto cualitativo, ambicioso. El avance hacia una Europa Federal unida en la diversidad (e pluribus unum)) como reza el adagio latino que diera lugar a la creación de los Estados Unidos  y por la que algunos hemos peleado ante la desidia o la desconfianza de los más.

Pero habrá que reconocer que nunca la necesidad se ha encontrado más lejos de la realidad. Y también que la inevitable contención de los afanes expansionistas de Rusia quizás conlleve modificar la mentalidad de los ciudadanos y la de sus representantes.

Y que aún estemos a tiempo de encarar la situación  



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