jueves, 27 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (454)

Es posible, por lo tanto, que el edificio levantado en torno a la idea de Europa, que nacía como consecuencia de las dos terribles guerras mundiales que devastaron el escenario de las disputas, caiga hecho añicos después de la segunda gran crisis de la economía moderna, tras la que se denominaría como el crack del 29. Y es que todos, países e individuos, somos más propensos a la generosidad -y a la solidaridad- en tiempos de munificencia que en las épocas de escasez. Dotados o no de razones profundas, los egoísmos florecen y los intereses a corto plazo pueden sobre los proyectos estratégicos. Hay también razones que indican que este desenlace no es en absoluto inexorable. Pero, en cualquiera de los casos, los países que formamos esta inestable unión monetaria, debemos ponernos a hacer nuestros deberes, como si esta espada de Damocles fuera a caer sobre nosotros; como si tras de tres décadas largas de expansionismo económico -salvo contados y puntuales momentos de crisis- nuestro proyecto político edificado junto al resto de las democracias europeos, existentes y por existir, se desvaneciera y nos llegara el momento de arrostrar la travesía por nosotros mismos. Es cierto que la economía de hoy en nada se parece a la de antaño; a la de hace un siglo, por ejemplo. Cabían entonces las políticas proteccionistas, de nacionalismo económico. Hoy ya eso no es posible -tampoco deseable, desde luego-. Las transacciones comerciales crean un denso tejido de interdependencias que solo estructuras políticas de marcado autoritarismo pueden evitar, y eso a cambio de un retroceso en el nivel de vida de sus poblaciones, com podría ocurrir en el caso de Corea del Norte. La alternativa no viene del aislamiento, por lo tanto. Pero tampoco puede venir de la insistencia en el despilfarro. La pretensión según la cual cualquier cosa que queramos en España -gobiernos y ciudadanos- será posible e inmediata y que esas alegrías sean inevitablemente financiadas por los compradores de nuestra deuda soberana, ya se ha desvanecido hace bastante tiempo. Ya se ve cómo los intereses que mis cobran los mercados por fin fiarnos esos títulos son cada vez más importantes y han llegado a crear un abismo entre estos y los de otros países de nuestro entorno. Desde que tomara posesión, el gobierno de Mariano Rajoy, más allá de los que comprometió com sus electores, se ha empeñado en una alocada carrera de recortes. Y digo lo de alocada porque no comportaba hoja de ruta alguna y se situaba por detrás de los acontecimientos que derivaron en el vapuleo constante de nuestra deuda -déficit del PIB, crisis del sector financiero...- Una carrera que ha errado el planteamiento. Y ello por algunos ordenes de razones: La primera, porque su diagnostico no era correcto desde el principio. Alguno creyó que la campaña electoral del PP, cuando anunciaba que España saldría de esta crisis con un gobierno de derecha, lo mismo que lo hizo en 1996, con la necesaria incorporación al euro de muestra ecónoma, se decía por aquello de no asustar a los votantes y asegurarles que se saldría de esta sin demasiado esfuerzo. Pero lo peor de todo no es que quisieran engañar a los españoles, lo pero es que se engañaron a ellos mismos. Y luego ha venido el desastre a que ya se ha aludido.

1 comentario:

Sake dijo...

Se acabaron las vacas gordas, y ahora inevitablemente y durante muchos años habrá que vivir con lo justo.
Esperemos que los políticos Europeos logren la receta para que la verdadera Unión Europea puede seguir adelante.