lunes, 17 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (446)

Aturdido aún, Juan Antonio Sánchez rebuscaba en su vieja agenda de cuero de Loewe el numero que le comunicaba con su Consejero de Interior, Cristino Romerales. No, él nunca había querido ese artilugio que el mismo Romerales le brindaba: un walkie-talkie. Esas cosas de las antiguas guerras no iban con su persona. Y se había acostumbrado a ese adminiculo practico que era el móvil como para ahora regresar a los tiempos pretéritos. Después de muchos años de lucha por hacerse un lugar en la vida y en la política y, después, volver a la vida de la empresa, Sánchez ya estaba cansado y había decidido arrojar la toalla. Pero alguien le sugería que su concurso podía resultar imprescindible en los tiempos que corrían. Y eso, "volverse imprescindible", era algo que podía con su aspiración más profunda: el descanso. Así que, tras de una actividad organizativa en la que siempre se haia demostrado capaz, delegaba en sus subordinados prácticamente todas las facultades. Y, como a él le gustaba repetir, "mi función aquí es que cada uno de vosotros cumpla con su deber". Claro que nadie marcaba las prioridades, no había quien señalara la estrategia a seguir. Y, si bien, cada uno de sus consejeros cumplía a la perfección "con su deber", en todas las ocasiones todos remaban en la dirección que se les antojaba más conveniente. Claro que, en los tiempos que corrían -y en los pretéritos también- el éxito de la política dependía mayormente de la sabiduría de los políticos en dejar a la sociedad que se desarrollara libremente y que las instituciones publicas funcionaran con normalidad. Y, en el caso de que se produjera un episodio un de crisis, actuar de manera moderada y aprovecharse lo más posible de los vientos que soplaran; algo así como los marineros en plena tormenta. Pero Cristino Romerales no contestaba sus reiteradas llamadas. En realidad, Romerales y su gente -y los que no lo eran- se encontraban en ese momento atentos a otra circunstancias. Romualdez, tal y como había ordenado a su segundo -el homínido de Neanderthal travestido en humano- había lanzan su ofensiva sobre la sede del Distrito de Chamberí. El tableteo de sus ametralladoras había hecho retirarse de la entrada a los que la protegían. Fue entonces cuando Damián Corted ordenó a sus efectivos que no hicieran fuego contra los agresores y desenvolvía un largo pañuelo blanco del bolsillo de su pantalón, con el propósito de exhibirlo ante la gente que atacaba la sede en signo de rendición. En medio de la confusión reinante, Romerales, que se apercibía del gesto le asestaba un puñetazo con el que, dada su envergadura y juventud, consiguieron echar por tierra el ya castigado por el tiempo organismo del estirado coronel. Para cuando Romerales apenas había controlado la situación, y la gente que aún confiaba en el abatido coronel Corted se encontraba aturdida y no sabia muy bien qué actitud adoptar, y asumía nuevamente el control del mando, ordenando Romerales que se repeliera la agresión, la gente de Romualdez ya se encontraba dentro de la sede y caminaba a sus ocupantes a que depusieran sus armas. Así lo hicieron. Todos menos uno. Román Caldera, uno de los agresores de Romerales en el garaje de la sede algunas horas antes, se adelantaba entre el grupo de los que defendían la plaza y hacia fuego sobre los asaltantes.

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