jueves, 13 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (445)

Era el final de una larga crónica y -quizás- el comienzo de otra, que se cerniría sobre ellos el próximo año. Quizás, porque las malas decisiones de nuestros gobernantes de casi todos los tiempos recientes, nos llevarían al desastre de modificar todos nuestros modelos de comportamiento, barriendo con ellos hasta nuestra civilidad apenas arduamente conocida. Desaparecida la civilización, volveríamos a los tiempos en los que el hombre no era más que un animal salvaje, dispuesto a recuperar sus más bajos instintos: solo un ente en la selva, gregario, dependiente del jefe, volcado en la supervivencia y, -para ello- dispuesto a la rapiña más demoledora. Así, la patina de cientos de años, sería solamente un barniz que saltaba aparatosamente al mero contacto con el implacable sol, que no aportaba en este caso la vida sino que anticipaba la destrucción. Y eso que la crónica personal de Jorge Brassens -al menos en ese verano de 2.012- señalaba el acuerdo finalmente obtenido con su propia vida, su propia reinvención como el ave fénix que un día presidiera el edificio en el que realizara su primera actividad profesional. Y esa nueva vida se llamaba Vic Suárez y... en un aspecto menor, desde luego, su nueva opción política que derivaba en un crecimiento sostenido en medio de un paisaje de deterioro político y moral de una clase dirigente y de una sociedad que se encontraban a si mismos sin respuestas, sin fuerzas, desbordados por los acontecimientos e incapaces de elegir nuevos paradigmas o personas que pudieran representar una alternativa a ese callejón sin salida en que España se había introducido. Y en sus paseos por los caminos pirenaicos de Arrechea, Jorge Brassens pensaba en lo que podía dar de sí una España atenazada, de una parte, por el miedo inmovilizador de cualquier orden de acción capaz de restaurar siquiera la marcha de un Pais sin pulso; de la otra, por la incapacidad de una clase dirigente que no sabia mirar más allá de la siguiente encuesta de intención de voto. El paisaje era desolador. Las masas que atiborraban en otros tiempos hoteles y playas se retraían de su utilización (la prensa anunciaba que las vacaciones se estaban sustituyendo por fines de semana), las tiendas se veían vacías en tiempo de rebajas, los cines proyectaban en muchos casos sus ultimas películas antes de que el brutal incremento del IVA llevara a cerrar muchas de sus salas para verse sustituidas por los DVDs de alquiler a ser visionados en casa, los restaurantes y los bares se esforzaban por mantener sus antiguas clientelas asumiendo en sus negocios el inevitable aumento en el precio de los productos y la conversación en valles, paseos y plazas derivaba irremediablemente hacia la crisis o la recesión. ¿Había verdaderamente una solución a este problema? El problema es que no había un solo problema, de lo contrario el Pais se habría puesto en marcha para subsanarlo. Había, es cierto, el problema de la economía. España estaba saliendo de una burbuja financiera derivada de los créditos baratos y de la construcción sin barreras ni limites, lo que había convertido a un Pais, en origen austero en un territorio ocupado por una pléyade de nuevos ricos (y de mal gusto, además, que es, por otra parte, sello inconfundible de ese tipo de casas).

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