lunes, 10 de septiembre de 2012

Intercambio de solsticios (442)

Una vez presente en su domicilio conyugal -eso sí, acompañado por un notario amigo- no recibió Raúl Brassens de Paula su acostumbrado desdén, sus palabras altisonantes, ni la cascada voz de la madre de la argentina dedicándole alguna de sus invectivas. La escena transcurría de modo ordenado y pacifico. ¿Qué había detrás de la iniciativa de Paula? ¿Un simple gesto de buena voluntad, desconectado de sus anteriores actuaciones? Por mucho que Brassens tuviera una tendencia innata en pensar que la gente es generalmente buena, su experiencia reciente con la porteña le sugería que las cosas no podían ser de ese modo, y que ante lo que se encontraba en realidad era en un nuevo giro estratégico de ella. Pero eso no le hizo variar su comportamiento. Y, con la misma sistemática eficacia que le caracterizaba en relación con el recorte de gastos en su chalet, se aprestaba ahora en ordenar a su banco la devolución de los recibos de electricidad, gas, seguros y otros que deberían cargarse ahora a la pensión compensatoria. Y Paula acusaría el golpe. Era cierto -como Jorge y Vic habían asegurado a Raúl- que el volumen de gastos que debía acometer ahora la argentina no se correspondía ni con los ingresos propios, derivados de un negocio en liquidación; ni con los que comportaba la pensión otorgada por decisión judicial; ni, mucho menos aún, por la condición de administradora dé sus gastos de la porteña, que, como ya es sabido, pensaba que no existía limite a ese "rubro" de su existencia, ya que los ingresos que aportaba la actividad profesional de su marido eran, por definición, inextinguibles. De modo que la argentina retornaba a su tónica habitual, trocando ahora los insultos por el victimismo. Paula se presentaba a sí misma como una desconcertada persona a la que se hacía objeto de todo tipo de presiones, sin contar para nada con su difícil situación personal. Por ello, pedía comprensión de Raúl, lo que no era sino reclamarle más dinero. Ni que decir tiene que a estas reclamaciones les seguía el más sepulcral de los silencios. Carente además de medios propios -que no fueran los procedentes de la pensión compensatoria, la exigua pensión de su madre y lo que aportara Pachito a la subsistencia de aquella extraña unidad familiar; Paula debía poner el cartel de "se alquila" a la tienda que ella regentaba. Se acercaba el final de julio, la porteña había realizado ya todo lo que podía haber vendido después de las sucesivas rebajas y liquidaciones que había puesto en marcha y cerraba su otrora "magnifico" negocio con fecha 31 de julio. ¿Se trataba de un argumento más para la reconsideración de la celebre pensión compensatoria? Pues no parecía que las cosas fueran por ese camino, ya que la argentina decidía no presentar apelación a la sentencia, al contrario de lo que hacia Raúl. Quedaba una vía por ensayar, si bien difícil ante las desmedidas pretensiones de Paula: la negociación.

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