miércoles, 8 de agosto de 2012

Intercambio de solsticios (419)

El grupo de Celestino Romualdez ya era otro cantar. No contaba este con otra legitimidad que no fuera la derivada de su simple condición de salteadores de caminos. Entre los amplios intersticios que dejaba abiertos el sistema, pululaban bandas de mendigos, forajidos y hampones. Vivían al margen de la legalidad, cualquiera que esta fuera. Operaban en el mercado negro de las armas a través de posiciones ventajosas, el robo, la amenaza, la extorsión o el trueque o la compra de las mismas. Conseguían un arsenal. Y su ambición no era solamente salir del paso, vivir o sobrevivir, que eran la misma cosa. Apuntaban más alto. Disponían de dinero y querían sustituir a cualesquiera dirigentes a través de un golpe de fuerza.. Unos provenían de una cierta legalidad y devenían en bárbaros dirigentes, otros venían de la delincuencia pura y dura y pretendían ganar con ella el mando político. Unos y otros se parecían como gotas de agua. ¿Y qué más da que Chávez conquiste el poder a través de un golpe de Estado o a través de las urnas, cuando su objetivo principal consiste en instaurar un régimen despótico? Las democracias, lo sabían bien los alemanes que mantuvieron su dignidad a lo largo del Tercer Reich, son débiles para defenderse de quienes no creen en ellas y utilizan los procedimientos que ellas les conceden para acabar con ellas. En todo caso, la frontera que existía entre la legalidad y el caos era tan débil en aquellos tiempos que solo un pequeño golpe de fuerza -terrorista o impulsado desde el interior de. gobierno, bastaba para imponer sus superiores designios. Y el resultado era en todo caso el mismo: la continuidad del poder a graves del ejercicio de terror. Claro que existía en aquel Madrid que surgía, como en los versos de Pablo Neruda "De tu mirada emerge, a veces, La costa del espanto". La excepción del oasis de legalidad, paz e inicio -titubeante, aunque no ,esos real- del progreso económico: el distrito de Chamberí. A ese objetivo se estaba llegando gracias a la labor abnegada de un corto grupo de personas, entre los cuales jugaba un papel esencial Cristino Romerales y ese coronel leal y resistente a cualquier duda, enfrentado a no importara qué ambigüedad: Jacinto Perdomo. Había otros que, pese a que no hacían un esfuerzo similar, por lo menos no estropeaban el trabajo de los demás; era el caso del un tanto excesivo, engolado y agotador empresario que hacia viaje de ida y vuelta de la política y volvía de nuevo a ella en los tiempos actuales. Juan Antonio Sánchez. Ese mismo que afirmaba en sus tiempos más gloriosos de dirigente liberal, "Quiero devolver a la sociedad, un poco de lo que de ella he recibido". Todo muy americano, desde luego, que Juan Antonio Sánchez -hombre que se había hecho a si mismo- empezaba su actividad económica ve siendo seguros s ño americanos en las bases que el gobierno de los Estados Unidos disponía en Esapaña en aquellos tiempos del general Franco. Junto a sus defectos, Sánchez carecía del que se refería a no saber delegar. Tampoco tenía otro: el de no saber elegir a sus colaboradores. Era una de las enseñanzas que seguramente Sánchez había aprendido en sus estudios deustenses, dirigidos estos por la Compañía de Jesús: "Elige siempre al mejor de los equipos. Te elevarán". Los mediocres, todos los mediocres, opinaban justo lo contrario: tus colaboradores deben ser siempre más tontos que tú o, por lo menos, que a fuer de serviles, no se les note su listeza.

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