viernes, 11 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (360)

Es sábado. Hace muy mal tiempo. Ayer nevó y tardé algo más de dos horas y media en volver de Vitoria –el desatino de los rectores de la autopista, unido a la falta de actividad de la Ertzaintza mantuvo los peajes reducidos a la unidad. De modo que no bastaba a drenar la afluencia de coches-. Pilar me recibe simpática, pero en seguida su rostro se contrae. No quiere que hagamos nada –no sabe expresar lo que quiere o yo no puedo comprenderla-. No sabe si es mejor desconectar o no la cassette que suena en su aparato; no quiere que le ponga otra; que le peine; que le hable de su madre; de Bècaud –nuestro perro, el suyo al cabo-; de Villa-Pilar, su casita en Arrechea... Me lanza pedorretas hasta que se le caen las babas por la comisura de sus labios. Me dice: “¡Que te den...!” Y yo medito sobre la ineducación de Pilar, algo así como les ocurre a muchos niños de su generación, aunque peor que ellos seguramente. Y me pregunto si en esta paternidad que tengo, construida -¿destruida?- a base de encuentros meramente episódicos se encontrará la causa de este rechazo. Pero me consuelo pensando que a mi suegro –que la visita a diario- le ocurre lo mismo. Y pienso a veces sobre el sufrimiento. Como si fuera posible integrar en la normalidad el raro hecho de que tu hija se encuentre pegada a una cama de hospital, probablemente para toda su vida. Y recuerdo esos bellos versos de Luis Rosales, en “La casa encendida”: AHORA QUE ESTAMOS JUNTOS  y siento la saliva clavándome alfileres en la boca,  ahora que estamos juntos  quiero deciros algo,  quiero deciros que el dolor es un largo viaje,  es un largo viaje que nos acerca siempre vayas a donde vayas,  es un largo viaje, con estaciones de regreso,  con estaciones que no volverás nunca a visitar,  donde nos encontramos con personas, improvisadas y casuales, que no han sufrido todavía.  Las personas que no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir,

1 comentario:

Sake dijo...

Hija mía, tú crees que yo soy infalible, crees acaso que soy como la piedra que ni sufre ni padece. Pues debes saber que no es asi, que todos en ésta vida somos débiles y estamos a merced del sufrimiento. Pero ¡qué te puedo decir a tí!, tú que has sufrido siempre.