martes, 29 de mayo de 2012

Intercambio de solsticios (368)

Alojado en su bolso, el "walkie" que Cristino Romerales había entregado a Vic Suárez como medio de comunicación, vibraba y producía destellos continuamente, pero su usuaria, pese a su oído especialmente desarrollado.no seria capaz de percibirlos. Ante los ocupantes del Porsche de Francisco de Vicente se cernía únicamente, como techo, la noche de Madrid, y como suelo, la ancha aunque deteriorada calzada del Paseo de la Castellana. - ¡De buena nos hemos librado! -exclamó Jorge Brassens soltando un resoplido de tranquilidad. - No te relajes, primo -le espetó Francisco de Vicente-. La noche todavía no ha terminado,,, - ¿Cuándo acabará todo esto? -se preguntaba Vic, más para su coleto que para sus dos acompañantes, aunque su voz resonaba nítida en el recuperado silencio de aquella noche. - ¡No tengo ni puta idea de lo que podemos hacer! -exclamó el conductor del Lada Niva, que era, al menos en apariencia, el responsable de la operación. En efecto, aterrorizados por la enfermedad -con seguridad, contagiosa- que parecía padecer el ocupante del asiento trasero y hostigados por el fuego enemigo, los hombres de Sotomenor, más acostumbrados a la rapiña que a las acciones que requerían de valentía militar o civil, dudaban. Otra ráfaga de ametralladora los sacaría de sus dudas. - ¡Retrocede, Paco! -exclamaría el agente que ocupaba el asiento contiguo al conductor-. ¡Nos van a freír por las dos partes -dijo, pronunciado su ultima frase después de echar una ojeada al habitáculo trasera de su vehículo. - Tienes razón. Vamos a intentar pasar por otra parte... - ¡Qué raro, no contestan! -exclamó Cristino Romerales desde el gobierno local de Chamberí. Damián Corted, a su lado, comentaría, casi para sus adentros, aunque su voz resultara perfectamente audible para el Consejero de Interior de Chamberí. - Seria bastante lamentable. Le tengo afecto a Brassens y no tengo nada en contra de su mujer o de Paco... pero habrá que pensar en que siempre hay que admitir que los daños colaterales son inevitables. La mirada de Romerales al coronel se perdía en la noche. Si la hubiera advertido Corted el militar se habría dado cuenta de la distancia que había entre ambos. Sidi Ben Bachat tardaría un buen tiempo en recuperar la consciencia. Había sido un duermevela plagado de imágenes horribles. Las figuras de sus torturadores aplicaban enormes hachas y sierras que troceaban su cuerpo en las mismas zonas donde los auténticos victimarios habían utilizado sus instrumentos más útiles para obtener información. "Resistir", se decía Bachat en medio de la tensión de un sueño que no le deparaba precisamente la tranquilidad. Y al despertar se frotaba Bachat su muñeca izquierda para advertir que no le habían dejado el reloj. Era una practica - recordaba el saharaui- habitual en los policías de, los países autoritarios. Es mejor que pierdas la noción del tiempo. Pero había otra idea en el código militante de Bachat: la primera obligación del prisionero de guerra consiste en escapar.

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